Por: DARIO PRIETO.Madrid. Copyright.2014
Hay una secuencia de la película ‘One plus one’ en la que Jean-Luc Godard captura un momento trascendental en la historia de la música. Hasta entonces, la cámara del director de la Nueva Ola sigue los aburridos ensayos de los Rolling Stones con una versión de ‘Sympathy for the devil’ en tono folk y pastoral. De repente, tras una serie de interludios sobre la supremacía negra y una simbolista entrevista con la Democracia, la canción vuelve al estudio de grabación, pero ahora en su versión definitiva, con ese ritmo tribal y negroide, como de misa vudú, y con Mick Jagger, artífice de la composición, golpeando una conga poseído por el ritmo. A partir de entonces nada volvió a ser igual, lo mismo que después de que Robert Johnson vendiese su alma al diablo en un cruce de caminos para convertirse en el mejor ‘bluesman’ de todos o que tras el ritual oficiado con alcohol y pollo frito por Screamin’ Jay Hawkins en la grabación de ‘I put a spell on you’.
‘Sympathy for the devil’ no sólo es una de las mejores apropiaciones de esta gran tradición sonora negra por parte de músicos blancos, sino que también supone un hito dentro de la asociación del satanismo con la música, en general, y con los Rolling Stones, en particular. También marca el principio de la identificación de Jagger con un Lucifer posmoderno. Un paralelismo que comenzó en aquel 1968 y que ahora, casi 50 años después, ha vuelto a recuperarse con motivo del suicidio de L’Wren Scott, novia del cantante, hace dos semanas. A pesar de la muerte de la diseñadora, que compartió con Mick los últimos 13 años, el grupo sólo ha suspendido el tramo de su gira correspondiente a Australia y Nueva Zelanda. Las 14 fechas europeas para finales de la primavera siguen en pie, incluido el concierto en el Santiago Bernabéu el próximo 25 de junio, cuyas entradas salen a la venta este miércoles a las 10.00 horas y cuya fecha fue adelantada en exclusiva por este periódico.
Analizado con perspectiva, Rolling Stones no es un grupo especialmente satánico. Al menos nunca tuvo las inclinaciones por lo oculto de Led Zeppelin, ni las adhesiones abiertamente satánicas de Black Sabbath y Marilyn Manson. Pero sólo ellos ostentan el título de «Sus Satánicas Majestades» desde la publicación, en 1967, de ‘Their satanic majesties request’. Jagger siempre se ha mostrado distante respecto a esta identificación demoníaca, a pesar de que no dudase en explotarla. Así se puede ver en ‘The Rolling Stones Rock and Roll Circus’, una grabación en directo destinada en un primer momento a la BBC, pero que permaneció oculta hasta 1996. Al final de la interpretación de ‘Sympathy for the devil’, mientras John Lennon se convulsiona entre el público, Jagger se arrodilla y se quita el jersey, dejando ver su torso desnudo, sobre el que hay dibujado, a modo de tatuaje, un retrato de la Bestia.
Pero, ¿qué idea tenía en la cabeza Jagger cuando decidió dedicarle una canción al Diablo? La composición debe mucho a la novela ‘El maestro y margarita’, terminada por el escritor ruso Mijail Bulgakovpoco antes de su muerte, en 1940. La obra, una dura sátira sobre el régimen comunista de la URSS (que aplastó artísticamente a Bulgakov), introduce como personaje a una encarnación del Demonio, Voland, que viaja con una cohorte de esbirros que se dedican a sembrar el caos en la rigidez del ‘paraíso’ socialista. Un relato que discurre alternado con pasajes sobre el encuentro entre Poncio Pilatos y Jesucristo. Al contrario que en representaciones anteriores del Maligno, el libro muestra una encarnación demoníaca que resulta atractiva al lector. Como explica el escritor cubano Julio Travieso Serrano, «parece que desde las páginas de su obra, Bulgakov nos dijera que ese mal, complemento del bien, no es necesariamente dañino o, cuando lo es, actúa como un justo castigo. Cierto que Satanás-Voland y sus acompañantes matan a dos personas, incendian y destruyen, pero también reparan injusticias y saben perdonar». El propio Bulgakov quiso dejar constancia de la necesidad de «sombras» tomando una cita del ‘Fausto’ de Goethe para abrir el libro:
– ¿Quién eres, finalmente?
– Una porción de ese elemento que, andando siempre en busca del mal, sólo sabe hacer el bien.
Debido a la dureza de su crítica contra el régimen, el libro no vio la luz hasta 1967. Se supone que una de las primeras ediciones llegó a manos de Marianne Faithfull, entonces novia de Jagger, que se lo pasó al cantante. Esta mezcla entre luz y sombra, bien y mal, queda patente en la letra. El protagonista es un ser bien educado, un ‘gentleman’ que va contando su historia, cómo hizo que Pilatos se lavase las manos con Jesucristo, cómo mató al zar y a Anastasia y cómo participó en la II Guerra Mundial. Es decir, la idea del Diablo como encarnación del mal en el mundo. La idea de que el Diablo vive, de alguna forma, en todos y cada uno de nosotros. Pero ‘Sympathy for the devil’ también introduce otra aproximación a Mefisto,la de metáfora de la subversión: «Todo policía es un criminal / y todos los pecadores son santos». Durante las mismas sesiones de grabación que ‘Sympathy for the devil’, lo que luego acabaría transformándose en el álbum ‘Beggars Banquet’, los Rolling Stones crearon otro tema icónico, ‘Street fighting man’. Tras asistir a una manifestación contra la Guerra de Vietnam, Jagger decidió honrar a todos esos manifestantes que salieron a la calle en el convulso 1968 para intentar derribar los cimientos del sistema. La canción fue censurada por varias emisoras de radio por incitar a la violencia y a las revueltas.
Y aquí es donde estaría la verdadera dimensión demoníaca de los Rolling Stones y de Jagger. En torno a 1968 el ‘establishment’ empezó a adjudicar al grupo la responsabilidad de la corrupción moral de la juventud de Occidente. Nadie como ellos encarnó la tríada ‘sexo, drogas y rock’n roll’. Y nadie como ellos lo difundió. En un texto publicado en la revista ‘Creem’ en 1973, Patti Smith contó el impacto que supuso la primera vez que vio por televisión al grupo de Richards y Jagger: «Papá estaba echando espumarrajos como un perro. Nunca le había visto tan enojado, pero perdí contacto con él rápido. Ese grupo era implacable como un asesinato. Estaba atrapada en un campo de puntos calientes: el guitarrista tenía espinillas, el rubio arrodillado tenía círculos alrededor de los ojos, uno tenía el pelo grasiento, el otro no importaba demasiado y el cantante enseñaba su anatomía. Sentí como si pudiese ver a través de sus pantalones con rayos x. Ahí había carne dura. Ahí había una perra lúbrica. Cinco chicos blancos y sexys como una espada. Sus nervios conectados y su tercera pierna creciendo. En seis minutos, cinco imágenes lujuriosas hicieron que mojase por primera vez mi ropa interior».
De Brian Jones a Marianne Faithfull
Sin embargo, hay otra vertiente diabólica que se suele asociar con Mick y que el propio cantante ha intentado esquivar. Julian Cope, influyente músico en los 80 reconvertido en musicólogo y estudioso de las culturas europeas prerromanas, adjudica a Jagger el papel de Loki, la deidad del engaño en la mitología nórdica. Es decir, un ser sinuoso y escurridizo capaz de adaptarse a las circunstancias para obtener beneficio. Una idea que ha calado entre gran parte del público, que tiende a ver a Keith Richards como el simpático chalado que se sube a un cocotero en pleno ‘ciego’ y a Jagger como el cerebro calculador de la estrategia comercial del grupo.
De hecho, Jagger suele ser una figura sospechosa al hablar del tercer vértice de los Rolling Stones originales: Brian Jones. Fundador del grupo y motor musical del mismo durante sus primeros años, Jones protagonizó también los más sonados escándalos toxicómanos en los 60. Progresivamente, Richards y Jagger fueron tomando las riendas del grupo hasta dejar al rubio guitarrista en un segundo plano. De hecho, en ‘One plus one’ se ve cómo Jones queda relegado a una guitarra acústica que ni siquiera llega a sonar en el álbum. A mediados de 1969, tras la grabación de ‘Let it bleed’, los otro cuatro miembros de la banda le expulsaron y le obligaron a firmar una declaración de renuncia. Menos de un mes después, su cuerpo apareció flotando sobre la piscina de su mansión. Según las versiones oficiales, su muerte se debió a un ahogamiento accidental o a un ‘pasote’ de drogas suicida. Pero hay también quien habla de un posible asesinato o quien señala a Jagger como responsable último de la espiral autodestructiva que acabó con Brian.
Jagger tampoco sale bien parado cuando se saca a relucir su relación con Marianne Faithfull, con la que mantuvo una relación entre 1966 y 1970. Descendiente de Leopold von Sacher-Masoch, el autor de ‘La venus de las pieles’, Faithfull fue la ‘groupie’ número uno de Jagger. Juntos compartieron inmersiones tóxicas, incluida la sobredosis que ella sufrió en 1969 y que le mantuvo varios días en coma. Según comenta ella, se habría tratado de un intento de suicidio tras perder el hijo que ella y Jagger estaban esperando, un dolor acrecentado por la muerte de Jones. Aunque Faithfull agradeció enormemente a Jagger el apoyo durante su convalecencia -la cual dio origen a la canción ‘Wild horses’-, siempre fue consciente de la naturaleza de su novio. De hecho, uno de los episodios más conocidos en la mitología ‘stoniana’ es el intercambio no consentido de parejas entre Richards y Jagger. Después de que éste se acostase con la chica del primero, Anita Pallenberg, los dos engañados decidieron tomarse venganza. Fue sólo una noche, como recuerda Richards en su autobiografía ‘Life’, publicada en 2010. Cuando todavía estaba con Faithfull en la propia cama de Jagger, el guitarrista oyó el motor del coche de su compañero aproximándose, por lo que tuvo que abandonar precipitadamente la mansión por la ventana, olvidándose los calcetines. «Marianne y yo todavía bromeamos con ello. Me manda mensajes que dicen: ‘Todavía no he podido encontrar tus calcetines'», cuenta en sus memorias. Tras dejarlo con Jagger, Faithfull se abandonó a la heroína, llegando a dormir en las calles del Soho, sin que, al parecer, recibiese apoyo por parte de su ex, con el que tanto había explorado los paraísos artificiales.
Los negocios son negocios
Pero los paralelismos entre Mick Jagger y Belcebú no acaban aquí. Se habla de pacto con el Diablo y de Dorian Gray para explicar la vitalidad de Jagger sobre el escenario y la longevidad del grupo, el único capaz de haberse mantenido durante medio siglo en la disciplina del rock al más alto nivel. Y también se vuelve a Fausto para entender el proceso de reciclaje del cantante: cómo ha pasado de ser el azote del sistema a formar parte de ese ‘establishment’ que tanto le temió. Poseedor del título de Sir -y también de una fortuna que se estima en unos 250 millones de euros, a los que hay que sumar otros 6,5 que le dejó en herencia Scott-, Jagger es visto como el responsable de la última monetización de la marca Rolling Stones.
En ‘Life’, Richards califica a Jagger de «insoportable» y dice que lleva 20 años sin pisar su camerino, a pesar de lo cual le quiere «como a un hermano». Sin embargo, para el cantante la relación entre ambos «no tiene nada que ver con la hermandad; trabajamos juntos, eso es todo», como afirmó durante una entrevista con ‘Rolling Stone’. En esa misma revista, Jagger quiso distanciarse también de esa otra imagen demoníaca de él, próxima al gran capital: «A la gente le gusta decir:’Keith es tan apasionado y Mick tan frío’. Pero Keith puede ser tan poco apasionado como cualquiera. Fuera de lo que es la música, tengo que ser analítico y ver los puntos de vista del otro. Si estoy hablando de negocios con alguien, intento entender su punto de vista. Has de apartarte y analizarlo, sin necesidad de hacerlo desde un punto de vista emocional. Pero eso no significa que no me apasione la parte musical del negocio». A estas alturas, no hace falta que se presente; él es un hombre rico y con buen gusto.
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