De Johannesburgo a Trafalgar

Por Orfeo SUAREZ. Copyright. 2014

En el futuro hablaremos de Johannesburgo como se habla de un sueño, del día en el que no sólo nos creímos los mejores del mundo, sino de la noche en que lo fuímos. Sí, fue cierto. La historia absolverá a los derrotados, no hay duda de ello, pero el presente exige saber por qué ese sueño se descompuso de manera tan brusca, de una forma que ni siquiera permitió el rescate del orgullo en la caída. Ante semejante capitulación, jamás hay una sola explicación. Fue el juego y fue la fuerza. Fueron los jugadores y fue el entrenador. Fue la cabeza y fue el corazón. Fue la ambición interpretada de forma inversa por Chile y España, cuyo imperio del fútbol encontró en la bahía de Río de Janeiro su Trafalgar. [Narración y estadísticas: 0-2]

La historia dice que las grandes civilizaciones, incluso los imperios más poderosos, se descomponen en la misma proporción de lo que han representado. Roma o la Francia bonapartista son buenos ejemplos. España ha sido la última gran civilización del fútbol. Mejor dicho, no ha sido, lo es. Dos de sus equipos han ganado las competiciones europeas y dos disputaron la final de la Champions con un protagonismo enorme de algunos de los futbolistas que se encuentran en Brasil, ahora a la espera de un último encuentro con Australia que será como el via crucis para un penitente. No es la primera vez que España cae en la primera fase de un Mundial, pero nunca a falta de agotar la última bala, el tercer partido. También les sucedió a Francia en 2002 o Italia en 2010, cuatro años después de ser campeonas. Procede, pues, hablar del desplome de la selección, no del fútbol español, pero sin olvidar el paralelismo de su reinado y declive con el del Barça. Hablan el mismo lenguaje.

Repetir título era quizás un deseo quimérico, puesto que únicamente Brasil lo consiguió, en 1958 y 1962, pero competir era lo que siempre debe exigirse. En este Mundial, España no lo ha hecho, lenta, hipotensa, sin capacidad de reacción. En cuanto los rivales le perdieron el miedo, Holanda por necesidad y Chile por convicción, fue una caricatura de sí misma.

A Del Bosque le corresponden responsabilidades en lo sucedido, por supuesto. Si algo ha demostrado el Mundial es una alarmante falta de energía que tiene que ver con la forma de los futbolistas y con su estado emocional. Pilares en el recorrido que va de Viena a Kiev, como Casillas, Xabi Alonso o Xavi, han llegado a este Mundial en un crespúsculo excesivo para las exigencias del torneo. Es posible que ello sea difícil de observar desde fuera, pero no desde dentro, y es posible, asimismo, que el técnico prefiriera el riesgo de la jerarquía, aunque otoñal, al de una renovación traumática. Es humano pensar que se habían ganado el derecho a defender lo conseguido.

A pesar de todo, ni el más atinado de los pronósticos habría previsto semejante caída, por lo que cualquier análisis es ventajista. Éste también. El breve devenir de España en el torneo, sin embargo, lo avanzó desde el inicio. Si contra Holanda pudo verse sorprendida por la reacción del rival, no es razón para explicar lo sucedido ante Chile. Sabía que estaba frente a una prueba de vida y repitió las malas sensaciones de días atrás: los fallos de Xabi Alonso, la escasa presencia de Busquets, la debilidad defensiva, la inseguridad de Casillas, la falta de profundidad y de remate… Fue un fallo multiorgánico.

Como en el segundo tanto de los holandeses, el primero encajado en Maracaná nació de una mala entrega de Xabi Alonso. Después, una inoperancia encadenada que permitió a Aránguiz centrar para que Vargas, en tierra de los centrales, burlara a Casillas y marcara. En el segundo, el portero rechazó un disparo de falta hacia el centro, se posicionó mal y no llegó al lanzamiento, blandito, de Aránguiz, convertido en uno de los futbolistas del partido.

Del Bosque y sus ayudantes ni se miraban, ni hablaban; en el campo, tampoco. Antes de sendos tantos, Xabi Alonso tuvo la gran ocasión de adelantar a España. Bravo detuvo el balón a quemarropa. Es fácil pensar que, al igual que con la oportunidad de Silva frente a Holanda, el destino habría cambiado. Pero se trata de un pobre consuelo. A esta España, ni siquiera el azar la habría salvado.

Del Bosque realizó dos cambios con respecto al equipo que cayó contra Holanda. Javi Martínez sustituyó a Piqué y Pedro a Xavi, con la intención de ganar en profundidad y desborde. En nada mejoró la selección. España fue débil defensivamente y el canario acabó en el banquillo. Diego Costa, futbolista por el que se hizo una cuestión de Estado, apenas deja una treta en este Mundial. En los dos partidos acabó sustituido por quien inició todo, Torres. Finalmente, sólo cuando amenazaba naufragio, Koke, uno de los mejores del curso, tuvo minutos en este Mundial. Más tarde saltó Cazorla, que forzó la mejor ocasión junto con Iniesta, cuyos esfuerzos y los de Silva no encontraron claridad ni socios. Si hubo alguna oportunidad, fue desde lejos, hecho muy revelador de que el código con el que España sorprendió al mundo, no funcionaba y ya tiene anticuerpos.

Empujado por el aliento de decenas de miles de seguidores, a Chile le costó mucho menos de lo esperado encontrar la victoria. El equipo de Jorge Sampaoli trabaja en claves muy similares a las de Marcelo Bielsa, pero es a él a quien ha correspondido el honor de vencer a la campeona y provocar un seísmo en el Mundial. De un lado a otro de la zona técnica, recorrió tantos metros como sus futbolistas, al menos mentalmente. Con dos victorias, las mismas que Holanda, ambas selecciones se jugarán el primer puesto del grupo, mientras los españoles vivirán, en su retiro de Curitiba, algunos de los peores días de su carrera deportiva a la espera de jugar para nada. Los mejores pasaron y sólo regresarán, en su memoria y en la nuestra. Que el tiempo pase lo antes posible.

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