LOS ROLLING STONES CUMPLEN 50 AÑOS

Estremecimientos de lujuria, crónicas de insatisfacción

por PABLO GIL. Copyright-2012

A los 18 años, Mick Jagger solía revolcarse por el suelo mientras cantaba y gemía como un grotesco perro en celo. Alguna gente le jaleaba, otra reía nerviosa. Otra simplemente entraba en estado de shock. «Mi padre se puso absolutamente furioso conmigo cuando decidí dejar la universidad por el grupo», recordaría después Jagger. «Estoy de acuerdo con él: no era una oportunidad realista de forma de vida. Era algo absolutamente estúpido».

Hacer cosas estúpidas se convirtió pronto en la forma habitual de ser un rolling stone, cuando aquellos chiquillos dejaron de hacer versiones y de correr tras la esencia del blues y del rock & roll, sonidos americanos que idealizaban en su enmohecido mundo de Londres, hace ahora 50 años, con una batería a todo swing, guitarras rítmicas de riffs certeros, un bajo de aliento soul y un cantante sobreexcitado.

En un loco abandono, aquellos intrépidos gozadores de jóvenes muchachas e insaciables probadores del estado alterado de la conciencia tomaron el camino de la perdición. Eran como caníbales: devoraban a todo aquel que se acercara a ellos, ya fueran novias, amantes, amigos, colaboradores, abogados, pirados, camellos o músicos, incluso se devoraron entre ellos mismos. Brian Jones murió en 1969. Keith Richards murió varias veces también, aunque inexplicablemente su corazón siga latiendo, sin que la ciencia haya logrado dar una explicación convincente al respecto.

«Ocurrió todo tan rápido… Y Andrew Loog Oldham fue el que supo aprovechar la oportunidad, lo tenía muy claro. Nosotros, cuando menos, éramos conscientes de haberle prendido fuego a algo que, francamente, hoy sigo siendo incapaz de controlar». Keith Richards, en sus memorias, ‘Life’ (‘Vida’)

Adoptaron el rock & roll como una forma de vida y de su forma de vida salió un nuevo rock & roll. De repente, habían atrapado la insatisfacción de la juventud y el espíritu de su tiempo con una virulencia que perforaba años, décadas de educación. En el vertiginoso verano de 1965, ‘(I Can’t Get No) Satisfaction’ fue la bisagra hacia ese cambio de paradigma, un single de éxito desproporcionado y de influencia total que aún es considerado una de las mejores canciones en la historia de la música popular. Eran tiempos de rebelión frente a la alienación y el conflicto generacional, pero la suya era una rebelión manifiestamente sexual: su concupiscencia era una máquina de bombear canciones como seísmos carnales.

Aquella música sin conciencia ni moralejas alcanzó su estadio más refinado entre mediados de los años 60 y mediados de los 70, entre el culmen de su etapa londinense (con el álbum ‘Aftermath’, el primero compuesto íntegramente por canciones propias) y el insuperable cuarteto grabado tras la ruptura con su manager y productor, Andrew Loog Oldham, y con el guitarrista Mick Taylor (después sustituido por Ron Wood): ‘Beggars Banquet’ (1968), ‘Let It Bleed’ (1969), ‘Sticky Fingers’ (1971) y ‘Exile on Main St.’ (1972).

Mientras tanto, la muerte les rodeaba, flotaba en piscinas, en asientos de coche, en habitaciones de hotel. Sus discos provocaban asombro. Su comportamiento, estupor. Eran leyenda. El nihilismo de aquel circo en ruinas fue ‘glamourizado’ por varias generaciones que admiraban su interminable autodestrucción: si la música era el destilado de sus vidas, disfrutarla era como experimentar el peligro sin correr riesgos.

Los años 80 fueron el rompeolas de su degradación. El final… Hasta que Jagger decidió que aquella sí que podía ser «una oportunidad realista de forma de vida». Transformó The Rolling Stones en una franquicia, como el empresario que compra de nuevo la fábrica familiar para reabrirla y adecuarla a los nuevos tiempos. Por eso cuando uno de los socios fundadores, Bill Wyman, abandonó la junta directiva en 1993, no sucedió nada de importancia.

Desde entonces, Jagger, Richards, Charlie Watts y Wood interpretan el legado de aquella década gloriosa de 1965-75 con mayor o menor grandeza, según la noche. El espectáculo de la lujuria y la insatisfacción, la esencia del blues y del rock & roll. Algo absolutamente estúpido, algo maravilloso.

El diablo se rebautizó Sir

«Hacerse rico rápido es parte de la fantasía del rock & roll. Quien diga lo contrario, miente»

por RAQUEL QUÍLEZ. Copyright-2012

Es el más conservador de los Stones, el enamorado de los millonarios, la cabeza fría. El Sir. Durante 50 años, Mick Jagger (1943, Dartford, Inglaterra) ha vivido una neurótica dualidad: la del hombre de negocios disfrazado de rock & roll star. Fiel al espíritu Rolling Stones, tuvo encontronazos con la ley, le detuvieron con drogas y llegó a la sobredosis —o eso cuenta la leyenda—. Devoró toda la química que pudo, pero nunca se dejó arrastrar. Siempre supo que prefería a la ‘jet set’ antes que a los ‘groupies’ adictos que atraía la banda. Y terminó en brazos del ‘establishment’. Hasta el punto de que, en 2003, su satánica majestad se rebautizó Sir.

El sentido práctico le venía de serie. Se matriculó en la London School of Economics gracias a una beca en secundaria. Pero eran los 60 y la fantasía de vivir de la música aumentaba: no dudó en jugársela con Richards, vecino de la infancia y socio de por vida, pero no abandonó la universidad hasta asegurarse de que le acogerían si el grupo fallaba. Fue el primer paso para que este hijo de la clase media inglesa —su padre era profesor de gimnasia; su madre, ama de casa— terminase rodeado de aristocracia, coleccionando arte o alternando con Warhol y posando para él.

Sus relaciones sentimentales marcaron su ascensión social: ‘la Faithfull’, Bianca y Jerry Hall le abrieron las puertas del mundo en el que él quería estar. Pero el balance no cuadraba: con siete hijos de cuatro mujeres e incontables aventuras, los grandes escándalos de Jagger han sido siempre sexuales. La primera relación sonada la vivió con Marianne Faithfull, que le dotó de un aura de intelectual que se quedó para siempre, pero la dejó a ella vagando por las calles consumida en heroína. Después llegó Bianca Pérez Moreno de Macís, una joven de la alta sociedad nicaragüense que le absorbió, para celos de Richards, hasta que se casaron en 1971 en Saint-Tropez, en una fiesta de la que salieron en yate dejando al personal, lo más ‘cool’ de la época, en intenso desvarío etílico.

Jagger llegaba al matrimonio con una hija —de la actriz Marsha Hunt— y sumó otra con Bianca, de la que nueve años después se divorció. Las infidelidades siempre estuvieron ahí hasta que inició una relación con Jerry Hall, prometida de Bryan Ferry, con la que se calmó durante un tiempo. Se refugió en un rancho en Richmond y tuvo cuatro hijos; se convirtió al hinduismo y se casó en Bali. Pero la historia acabó como acostumbraba en él: Hall le plantó 20 años después cuando, cansada de aventuras —incluida Carla Bruni— dejó embarazada a una modelo. 25 millones de euros le costó el desvarío.

Pero su relación más intensa la ha vivido siempre con Richards. Cuentan los que les conocen que Mick siempre quiso ser Keith y Keith siempre quiso ser Mick. Se adoraban hasta que empezaron a odiarse. En ‘Jagger’, el libro sobre su vida que ha escrito el periodista Marc Spitz, cuenta que el germen de su ‘ruptura’ estuvo en el rodaje de ‘Performance’, en 1968, en el que Jagger mantuvo sexo con la entonces pareja de Keith, Anita Pallenberg, mientras éste se reconcomía. Hoy el abismo que les separa es inabarcable. La magia se esfumó entre ellos.

Sus detractores dicen que Jagger siempre vio a la banda como un medio para mantener su cara vida, mientras Richards ponía el corazón en ello. Lo cierto es que lo intentó por libre: tiene cuatro discos en solitario —el primero, ‘She’s the Boss’, lo grabó en 1985— y ha probado con proyectos como ‘Superheavy’, junto a Dave Stewart, y un sinfín de aportaciones a bandas sonoras y trabajos de terceros. También con el cine y como productor: en 2001 fundó Jagged Films y en 2008 fue coproductor y guionista del ‘Shine a Light’ de Scorsese. También interpretó papeles como el de Greta, un transformista en el Berlín nazi, de ‘Bent’ (1997) o el proxeneta de ‘The man from Elysian Fields’ (2002). Eso sí, rechazó hacer carrera política como quisieron los laboristas. Y evitó erigirse en líder de la catarsis juvenil del 68. Lo del altruismo y los ideales nunca fue con él.

El dinero le ganó la batalla al mito. Jagger es el guardián del negocio, aunque el ideal se resista y no cueste imaginarle a la carrera en el escenario por más años que pasen. Debe de ser verdad que el rock cura el sobrepeso, las canas y la vejez.

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