El torero sale en hombros en medio del delirio de la afición después de haber cortado once orejas y un rabo.
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Nimes. (EFE).- José Tomás salió hoy a hombros del anfiteatro de Nimes, en el sur de Francia, en medio del delirio de la afición después de haber cortado en esta penúltima corrida de feria once orejas y un rabo, y de haber indultado al cuarto, de Parladé, un toro más noble que bravo de nombre «Ingrato». Con un lleno de «no hay billetes» con la reventa por las nubes, el torero español lidió en corrida matutina seis toros de seis ganaderías distintas.
De Victoriano del Río, gordo y bien hecho, noble, pero de recorrido algo corto; de Jandilla, encastado, algo complicado pero agradecido; de El Pilar, alto, largo, encastado y noble por el derecho; de Parladé, bonito, muy doble, indultado a pesar de no haberlo visto en el caballo, donde fue al relance y sin ponerlo en suerte; de Garcigrande, bajo de casta; y de Toros de Cortés, descastado y parado.
José Tomás, de pizarra y oro, cosechó, sucesivamente, dos orejas; dos orejas; dos orejas; dos orejas y rabo simbólicos en el de indulto; dos orejas, y una oreja. Salió a hombros por la Puerta de los Cónsules en medio de un delirio indescriptible. En casi todos los toros dejo quites variados y marcados del sello de su aguante. Si hay que ponerle un pero a este festejo ya calificado de histórico, será que, de los seis muy bonitos toros, los tres últimos carecieron algo de trapío, y que ninguno se pudo lucir en varas.
Según Aristóteles, la catarsis es la facultad de la tragedia de redimir al espectador de sus propias bajas pasiones al verlas proyectadas en los personajes de la obra, y al permitirle ver el castigo merecido e inevitable de éstas; pero sin experimentar dicho castigo él mismo. Y de esto se trató durante la matinal de Nimes gracias a un José Tomás más solemne y ético que nunca, gracias al cual el público pudo comprobar la diferencia que existe entre el toreo puro y el que lo es menos, a pesar de haberse puesto de moda.
En la historia del anfiteatro de Nimes, que es a la tauromaquia lo que la Fenice o la Scala al arte lírico, habrá pues un antes y un después de la encerrona de José Tomás, no solo por la estadística -once orejas y un rabo simbólico con indulto incluido en seis toros-, que, por si sola dice mucho, sino sobre todo por la manera de conseguir cada uno de estos trofeos.
Hubo triunfalismo, por supuesto, y la cosa empezó con una ola digna de la final del Mundial, antes incluso de que empezara el paseíllo. Pero este triunfalismo fue lo de menos en una matinal en la que prevaleció el toreo clásico, hondo y ligado, que tanto se añora a lo largo de muchas tardes, donde el toreo posmoderno se ha convertido en una noria sin fin durante la cual desaparecen las reglas más clásicas del toreo. Lo que hizo José Tomás en Nimes fue, al contrario, enseñar otra vez la verdad del toreo a base de muletazos que tenían un principio y un final, eso sí, ligados en los terrenos adecuados, sin abusar del toro recortando en demasía las distancias.
El toreo de siempre, con mucha naturalidad, y el valor a prueba de bomba que se le conoce desde siempre y que no han mermado las horribles cornadas que ha padecido a lo largo de su carrera. Como bien dijo alguien: ahí está la Puerta de Alcalá, y el que quiera que la edifique. De los seis toros escogidos con mimo para la efeméride, decepcionaron el de Toros de Cortés, lidiado en último lugar, y el de Garcigrande, en quinto: el primero de ellos, por rajado, y el otro, por falta de raza y movilidad.
No le importó mucho a José Tomás, que en ambos casos demostró su gran capacidad actual, estando muy por encima de ambos, cortando además las dos orejas del quinto, al que mató, como toda la mañana, de un espadazo fulminante. Por supuesto, esto de matar pronto de forma ortodoxa, sin usar algunas de las trampillas al uso desde hace unos años, influyó en el resultado numérico de la matinal. Pero lo más importante fue lo otro: un toreo solemne que ya no se ve en los ruedos, un empaque majestuoso basado en mucha verticalidad y aguante, y, sobre todo, una capacidad tremenda para templar con mucha verdad.
La gran virtud de la catarsis aristotélica -y en este caso de la tomista- es que, cuando se produce de verdad, hunde a los espectadores en una experiencia única, de la cual, tras haber sentido la compasión y el miedo sin tener que jugarse la vida puesto que otro con el que se identifican lo hace por ellos, experimentan la purificación del alma de esas pasiones.
Eso es lo que pasó en Nimes, donde 14.000 almas salieron de la plaza soñando con el toreo de verdad, y echando de menos probablemente que esto no se repita treinta veces al año y en cosos de mayor relieve: Sevilla, Madrid, Bilbao… Si tal fuera el caso, la Fiesta se desempolvaría probablemente de muchas de las imperfecciones que poco a poco se van considerando como norma. Pero ahí queda José Tomás, y, si no se prodiga, que por lo menos sus compañeros se vayan inspirando, bebiendo como él de la fuente clásica del toreo y de su ética.
El cuarto toro de Parladé fue indultado
Apoteosis torera de José Tomas en el “exilio” romano de Nimes a solas con seis toros, once orejas y un rabo
- Una fecha para el recuerdo: ¡Once orejas y un rabo!, un toro indultado y toreado al natural y un total de cinco estocadas, certeras y fulminantes
A una hora tan poco literaria y escasamente torera, a las 11.30 en punto de la mañana del domingo 16 de Septiembre de 21012, una fecha para el recuerdo, se abrió la puerta de toreros de la Arena romana de Nimes –el Anfiteatro del emperador Augusto, año 27 A.C.- y apareció el diestro de Galapagar, José Tomás, el sólo, al frente de dos “sobresalientes” en espadas y tres cuadrillas. De nazareno y oro, de berenjena y oro, morado y oro, vaya usted a saber. Arranca el paseíllo y suena en la plaza la marcha de “El Toreador” de la Carmen de Bizet, mientras el público canta “toreador, toreador”. El maestro está serio, la mirada al frente, la cabeza erguida, arropado por un espectacular capote florido de paseo, y ahí va camino de la presidencia, donde el alcalde de Nimes acompaña a nuestro querido Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura, y abanderado de la fiesta nacional española, esta vez voluntariamente “exiliada” en la Arena de Nimes, tras su dramática expulsión de San Sebastián y Cataluña, a manos de la locura nacionalista, y solo porque es la fiesta nacional de España, y no por nada más.
Una pincelada del resultado para abrir boca: ¡once orejas y un rabo!, un toro indultado y toreado al natural y un total de cinco estocadas, certeras y fulminantes. Toros patas arriba, éxtasis en el anfiteatro de Roma, y público rendido e internacional, lo mejor de la afición de Francia –país de acogida y libertad-, lo mejor de España, de Perú, México, Colombia, Venezuela, EE.UU., Gran Bretaña, etc. Personas venidas desde muy lejos y de muchas naciones a esta cita única con José Tomás, con “la leyenda”, encerrada a solas con seis bravos toros de cinco ganaderías: 2 de Victorino del Rio y cuatro de Jandilla, El Pilar, Garcigrande y Parladé.
¡Oh Parladé, Parladé! Llegó, cruzó la elipse y saltó al callejón a los pies mismos de Mario Vargas Llosa para saludar al Nobel de Literatura y agradecer su replica a Rafael Sánchez Ferlosio, que atacó la Fiesta con ligereza, un chuzo y un farol. El público pensó que el toro huía de la plaza por manso, que se había hecho daño –además de provocar el pánico en el callejón-, que este cuarto ya no era el toro soñado por aquello de que nunca hay quinto malo y porque llevábamos tres faenas de ensueño en las que José Tomás, este nuevo y exquisito José Tomás, ya había cortado seis orejas, a dos por toro, y con faenas bordadas con hilos de seda y de percal. Pero ¿y este cuarto toro, cuyo nombre nadie enseñó en la pizarra de la plaza, de 501 kilos de peso, bravo al caballo y buscando, una y otra vez el engaño?
Fue el momento cumbre del día mágico de José Tomas. Entre los sabios del toreo que por los tendidos andaban se escuchó decir que solo se recuerda algo parecido de Rafael Ortega, “El Gallo” que se había encerrado una vez, con éxito, con ¡siete toros! –mató también al sobrero-, pero a buen seguro que no tocó el cielo como se tocó en Nimes. “La verdad del toreo” se escuchó decir en una plaza con una acústica excepcional, para el teatro de Roma, donde José Tomás le hablaba bajito al de Parladé: “ven, torito, ven, eh, eh, ven torito, ven…”. Y el animal bravo y legal besaba la muleta en decenas de naturales, una y otra vez, hasta casi treinta.
Se vieron cosas extraordinarias. Nada más salir, José Tomás le adivinó el pensamiento –”los dos salimos por la puerta grande”-, la embestida, la casta y la lealtad. Y lo recibió a una mano con el capote plegado, ante el asombro de un público extasiado que le había entregado seis orejas al de Galapagar, todos los apéndices de los tres primeros morlacos, los tres fulminados al estoque, o por el rayo, tras recibir diversas faenas. Pero con el de Parladé todo fue perfecto, picador, banderillas y al final, mano a mano, los dos, el torero y el toro, como en el Cascanueces, “paso para dos”, como si estuviéramos ante los primeros bailarines de la Opera de París, Nureyev y la Fontaine. El animal incansable y José Tomás siempre por la izquierda y cada vez más despacio, hasta que se para y monta el acero. Se dispone a matar, el público protesta, y le pide más y más, y mas, desmonta el estoque y otra vez engarza, como perlas, otra serie de naturales y dos de pecho. Entonces el público pide, pañuelo en mano, el indulto de tan hermoso y bravo animal y el presidente duda y por fin saca el pañuelo naranja, que le salva la vida al de Parladé y lo manda al campo, a su dehesa, a su harén, donde será semental.
José Tomas, encantado, tiró el estoque a la arena y entró a matar con la mano que posó suavemente en el morrillo del animal. Y el público hipnotizado, y palmas, pasodobles de la banda, y gritos de torero, torero, torero, mientras el matador y el toro, avanzan de punta a punta de la plaza, toreándose el uno al otro, juntos hasta la puerta de toriles donde José Tomás despidió a su amigo del alma, con todos los honores. ¡Hasta siempre!
Una corrida de ensueño, “nunca he visto nada así” se repetía en francés, español, inglés, ¡viva México, cabrones! gritaba desde lo más alto del coso un charro, encantado de ver como José Tomás no olvida que volvió a nacer en Aguas Calientes, y por ello en sus banderillas lucen los colores de la enseña de Méjico. Y desde otro tendido: “!la Barcelona taurina, presente!”. Y el “¡Viva la fiesta nacional!”. Atrás, muy atrás queda la Diada secesionista, todo un disparate para aislar Cataluña de España y Europa, jaleado por un tonto y provinciano Artur Mas. Otro enemigo de los toros, al que muchos ya han toreado más de una vez. Atrás quedan la petición de un referéndum catalán en Barcelona, y de otro en Madrid sobre el segundo rescate de España que viene. Referendums a granel, y el Gobierno de Rajoy escondido detrás de las faltas de “Sorayita tiene un ratón, chiquitín”.
Hemos visto pases de todas las marcas y al fantasma de Manolete, serio y apoyado en un burladero, meditando la profundidad de todos esos pases a izquierda y derecha, manoletinas, chicuelinas a la faja, verónicas de mucho llorar, trincherazos, de pecho, y en redondo, por gaoneras, delantal, manos por delante y por detrás, etcétera. Una locura. Y toda una novedad: este José Tomás está más serio, más hecho, más cerca de Manolete, menos temerario, pero con más valor. Parece que aquello del “suicidio en la arena” como si de un destino se tratara, se acabó, pero sin dar un solo paso hacia atrás. Solo hacia delante, cargando la suerte, o firme y quieto, de mármol puro y blanco, como la estatua de la tumba de Manolete en el cementerio cordobés de Nuestra Señora de la Salud.
En el sexto toro, sin recorrido, bonito de cara y colorado, no había nada que hacer, y José Tomás rozó la tentación de volver otra vez a las andadas, abanicándose y meciendo por las espalda la muleta y con los pitones a tan solo medio metro de la femoral. Silencio, algún ¡ay!, y luego uno, dos tres, cuatro pases, en una baldosa y, por fin, entra a matar y huye de la tentación del juego a solas con la muerte. Respiro general, otra estocada mortal, cinco estocadas de muerte a las orilla del Rodano, fulminantes, y un indulto al de Parladé, el nuevo amigo de José Tomas.
Estamos en Nimes, hace calor, la gente sale del anfiteatro dando pases por las calles, suenan los pasodobles en las charangas, y los olés, y en el murmullo se escuchan los versos, no lejanos de allí, que llegan de Colliure donde reposan los restos de nuestro poeta Antonio Machado: “Españolito que vienes al mundo/ te guarde Dios./ Una de las dos Españas/ (o un natural de José Tomás en Nimes)/, te ha de helar el corazón”. Y ustedes dirán: ¿un perro en los toros de Nimes? Pues sí señor.
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