EL RAMBO DEL SALOBRAL

La violencia y la muerte han visitado este fin de semana la pequeña y tranquila pedanía de El Salobral, núcleo de población de apenas 1.500 habitantes situado a sólo 14 kilómetros de Albacete.

Por Antonio M. NUÑEZ-POLO ABAD. Abogado. Copyright.2012

Los hechos son de todos conocidos por lo que, en esta reaparición en mi querido y últimamente abandonado espacio, con la tranquilidad que proporciona el desenlace de los acontecimientos, me limitaré a exponer unas breves reflexiones criminológicas que creo son obligadas en el foro para tratar de encontrar la génesis de lo ocurrido y la prevención de futuros episodios de este tipo en el futuro.
La génesis de lo ocurrido. Una relación sentimental entre una preadolescente de 13 años de edad, Almudena, y un hombre de 39 años. No podemos caer en el error de aceptar como normales emparejamientos de este tipo. Almudena era una niña y Juan Carlos un hombre de mediana edad. ¿Cómo es posible que mantuviesen una relación sentimental? Me niego a aceptar como cierto el pseudoromántico aserto de que «el amor no tiene edad». Un hombre de 39 años sólo puede alumbrar un sentimiento de enamoramiento por una niña de 13 años desde una conducta desviada. Juan Carlos era un desviado sexual.
De los datos conocidos de Juan Carlos podemos extraer sin gran dificultad su perfil. Era un hombre soltero, convivía con sus padres y estaba en el paro. Problamente carecía de estudios. Era cazador, poseedor de licencia de armas y aficionado a todo tipo de armas, sobre todo las armas de guerra, era aficionado al mundo militar. Estamos posiblemente ante un hombre fracasado porque le hubiera gustado ser militar y sin embargo permanecía en El Salobral sin oficio ni beneficio. No tenía hijos y su percepción del mundo debía pasar por el honor, el mando y la obediencia. El honor ante su familia y vecinos, el mando sobre su tropa, Almudena, y la obediencia a su padre.
Almudena era una niña que, al parecer, pertenecía a una familia monoparental, con ausencia de figura paterna en su convivencia y educación. Esa figura la encontró en Juan Carlos, ese hombre fuerte y valiente que la protegía de los peligros de la vida.
La madre de Almudena, como cualquiera de nosotros en su lugar, rechazaba por completo la enfermiza y destructiva relación entre su hija y Juan Carlos. Provista de un encomiable sentido común, pensó que lo que estaba haciendo Juan Carlos era abusar de una menor de edad y denunció los hechos repetidamente a la Guardia Civil. Pero los agentes le informaron de la esperpéntica realidad de la legislación española. Desde la reforma del Código Penal de 2007, las personas mayores de 13 años podían consentir libremente en mantener relaciones sexuales. En Reino Unido, Francia y Estados Unidos, por ejemplo, esa edad límite se sitúa en los 16 años. Pero en España, ya se sabe, somos la vanguardia de la postmodernidad. Paz, amor y el plus en el sálón. La Guardia Civil no podía intervenir si no había delito y el legislador español, el legislador de El Salobral, es más progresista que el francés, el británico y el estadounidense, esos antiguos neocón que no entienden la realidad de la calle. Impotencia de esa madre provista de razón y desamparada por la ley.
Sin embargo, con el transcurso del tiempo, Almudena se va dando cuenta de que su madre tiene razón, quizá va madurando poco a poco desde la preadolescencia a la pubertad. Empieza a conocer la selva de la vida y se da cuenta de que Juan Carlos es un depredador. Y corta la relación. Y Juan Carlos no puede entender cómo su niña, su tropa, no comparte sus sentimientos, no accede a sus deseos, no cumple sus órdenes. Y el detonador se acciona. Es la frustración. La Teoría General de la Frustración de Robert Agnew intenta demostrar, y a mi juicio lo hace, que la mayoría de las conductas violentas tienen su origen en el sentimiento de frustración. Ahora bien, todos sentimos frustración en muchos momentos de nuestras vidas y no nos da por asesinar gente. Sin embargo, en Juan Carlos, esa frustración se mezcló con una personalidad machista, con una desviación sexual, con una ausencia de control de los impulsos, con un miedo atroz al ridículo ante su familia y sus vecinos. Un cockel letal, una bomba asesina se acaba de accionar.
Cogió su pistola, salío a la calle, buscó a Almudena y le descerrajó cuatro tiros. Chiquilla, a mí no rechaza nadie ni mucho menos una mocosa como tú.

 Se da cuenta de lo que ha hecho y en un paréntesis humano, vuelve a su casa y llama a la Guardia Civil para informarles de lo que acaba de hacer. Cuelga el teléfono pero entonces esa dinámica de violencia brutal y asesina retroalimenta el cockel y estalla en su interior el terrible trastorno explosivo de la personalidad. Esa dinámica retroalimentada magistralmente expuesta por Truman Capote en «A sangre fría». Coge la escopeta y la pistola y empieza su huida hacia ninguna parte disparando contra todos los que se encuentra en su camino. El pobre Agustín salía entonces a la calle a fumarse un cigarro.

Quizá por eso algunos reivindicamos como fundamental el derecho a fumar en nuestra casa, hasta ese punto hemos llegado. Agustín no llegó a encenderse su último cigarro, no tuvo tanta suerte como los condenados a muerte antes de ser ejecutados en la cárcel. El Rambo de El Salobral todavía tuvo tiempo de disparar a otro vecino, por suerte sólo herido leve.
Perseguido por la Guardia Civil, salió del pueblo y se adentró en un maízal al otro lado de la carretera. Un militar vocacional como él, debía aguantar toda una noche de intensa lluvia en el campo, y todo el día siguiente escondiéndose, comiendo hierbas, acechando a sus perseguidores. No siento las piernas pero llamo a mi madre porque tengo miedo y frío.
Al segundo día, se refugia en una casa que tiene su familia a kilómetro y medio del pueblo. Ahí ya sabe que le van a localizar y decide no dejarse apresar. Planta cara parapetado en su refugio. Sabe que no tiene escapatoria. Durante siete horas marea la perdiz a los «expertos negociadores» de la Guardia Civil. Por fin, dice que se entrega pero está preparando el acto final de su representación. Yo no soy mala gente, soy tan víctima o más que Almudena y Agustín. Para chulo yo. Sale de la casa y delante de todo su público, o sea, de todos los agentes de la Guardia Civil, se pega un tiro en la cabeza. Yo soy la justicia. Y si seré buena gente que he donado todos mis órganos, para salvar las vidas de personas que los necesiten. Grandeza, generosidad y sacrificio. Un gran militar.
¿España profunda? ¿Los Galindos, Puerto Urraco y….. El Salobral? No es del todo cierto. Cada crimen tiene su origen, desarrollo y explicación, pero sólo diré, primero, que si en 2007 no se reforma el Código Penal, Juan Carlos hubiera sido detenido por abuso sexual de prevalimiento y, segundo, que la educación, de calidad o de excelencia me da igual, pero la educación en casa, en la sociedad y la escuela, basada en la cultura y en los valores democráticos, es la más eficaz prevención para evitar terribles hechos como estos.

Más de un Rambo puede estar entre nosotros.

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