Jorge Mario Bergoglio comenzó su esperada ‘revolución’ en la Iglesia a los pocos minutos de ser elegido Pontífice. «Quomodo vis vocari?» [«¿Cómo quieres llamarte?»], le preguntaron. «Franciscus» [Francisco], respondió.
No hay precedentes de un Pontífice con el nombre del poverello de Asís. De hecho, el Vaticano precisó anoche que no se le añadirá al nombre del flamante Papa argentino ningún número romano. No será Francisco I, sino simplemente Francisco. Un nombre que evoca pobreza, austeridad, humildad, Jesucristo, naturaleza, amor a Dios y a sus criaturas… Un nombre nuevo y revolucionario, que manda al mundo un mensaje de ‘aggionarmiento’, de cambio tranquilo y sereno. De búsqueda de las raíces evangélicas, de abandono del poder. Y, sobre todo, de humildad querida y buscada.
Todo eso y mucho más evoca el nombre del nuevo Pontífice, que, desde el comienzo marca una nueva época en la Iglesia. Un jesuita que se convierte en franciscano, para abrazar al mundo y a la Iglesia.
Ahora bien, es cierto que el nombre elegido puede dejar también entrever un guiño indirecto a otro gran santo de su orden, Francisco Javier, el patrón de las misiones, el gran misionero español que evangelizó el Oriente. Y que sigue señalando la misión como una de las características del nuevo Papado. Un Papa franciscano-javeriano.
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