De Ratzinger al anti-Ratzinger
- Bergoglio se antoja una contrafigura perfecta de Ratzinger
- Su elección parece haber sido la solución al duelo entre Scola y Scherer
- Su ceremonia de entronización está programada el 19 de marzo
Rubén Amón (enviado especial) | Roma
Jorge Mario Bergoglio, alias Francisco, ha amanecido pontífice. No en las dependencias vaticanas, que permancen selladas desde que las desalojó Benedicto XVI, sino en la habitación 204 de la Casa de Santa Marta. La misma que ocupó a partir del pasado martes como campamento base de las votaciones en la Capilla Sixtina.
Regresará hoy al mismo escenario del Juicio Final con el corazón encogido. No para votar ni ser votado. Lo hará para reencontrarse con los cárdenales electores a las cinco de la tarde. Y, por tanto, para congratularse también con aquellos que le han dado, como mínimo, los dos tercios de los sufragios en el trance de la quinta votación.
Se han cumplido algunas de las previsiones plebiscitarias, como la expectativa de un pontífice latinoamericano, pero la designación de Bergoglio es también una una sorpresa y una novedad. Porque nunca un candidato de los jesuitas había llegado tan arriba en el cursus honorum y porque el retrato robot que emergía de las congregaciones cardenalicias y hasta de las especulaciones sobrentendía una figura bastante más joven.
Ya ha cumplido 76 años Bergoglio, aunque el aspecto más interesante de su elección consiste precisamente en que se antoja una contrafigura perfecta de Ratzinger. Protagoniza, en fin, un cambio de línea dinástica que frustra las expectativas de la Curia en las pretensiones de colocar a uno de los suyos como cabeza visible de la Iglesia.
Cambio
Bergoglio es una especie de ‘Antiratzinger’, de antídoto al papa saliente. Hasta el extremo de que el cónclave resuelto ayer parecía una moviola del celebrado hace ocho años, es decir, cuando el influyente y carismático Martini, también él jesuita, opuso el nombre de Jorge Mario Bergoglio al continuismo wojtyliano de Ratzinger.
Se pretendía cuestionar la ortodoxia vigente y la inflexibilidad en ciertos postulados sociales. Bergoglio se erigía como un epígono de Juan XXIII en su carisma de «bueno», en la sensibilidad con los pobres y en la visión progresista, aunque el adjetivo no puede sustraerse al específico contexto eclesiástico ni a la contundencia con que el purpurado critica el matrimonio gay y deplora incluso la inseminación artificial.
No, no estuvo realmente cerca de convertirse en Papa en 2005, pero sí reunió suficientes sufragios para malograr la candidatura de Benedicto XVI, entre otras razones porque Joseph Ratzinger no había logrado reunir los dos tercios de sus eminencias hasta que el propio Bergoglio hizo pesar en sus colegas el propósito de «retirarse».
Retirarse, curiosamente, para coger impulso ocho años después, aunque sus opciones nunca hubieran sido posibles si no llega a producirse la «providencial» renuncia de Ratzinger y si los cardenales reunidos en Roma estos días no hubieran reivindicado el viraje de la Iglesia hacia el continente con más fieles y mayores desafíos.
Apuestas fallidas
No figuraba Bergoglio en las quinielas. No lo hacía, realmente, porque el trajín de papables y de papabilísimos responde más al juego de la intuición y de la especulación que a las evidencias informativas. Acaso con la honorable excepción del Quotidiano Nazionale.
Este modesto diario italiano publicaba ayer por la mañana que Bergoglio adquiría peso entre sus eminencias como una solución «bipartisan» al duelo enconado entre el italiano Scola y el brasileño Scherer. Necesitaremos unos cuantos años para conocer los pormenores del cónclave, pero no puede discutirse que Bergoglio ha sido elegido Papa y que el Quotidiano Nazionale acertó con las revelaciones.
De hecho, su ceremonia de entronización está programada el 19 de marzo con ocasión de la fiesta de San José. No tendrán que esperar tantos días los fieles para «verlo» en vivo. Podrán regocijarse con su presencia en el ángelus del domingo.
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