- La importancia creciente de misiles y bombas refleja más debilidad que fuerza
- Con el envío de dos ‘B-2’ a Corea EEUU trata de tranquilizar a Tokio y a Seúl
- En el 60 aniversario del armisticio, Kim pretende sentar a Obama a negociar
Por Felipe SAHAGUN. Copyright.2013
Con su retórica hostil y sus gestos -histriónicos, excesivos e irracionales para muchos occidentales-, el régimen norcoreano busca el apoyo de su propio pueblo, aunque sea un apoyo nacido del temor y no de la confianza ganada en las urnas; legitimidad ante la comunidad internacional, que sólo puede venir de la normalización de relaciones; estabilidad económica, imposible mientras siga sometido al aislamiento y al régimen de sanciones más estricto en vigor; y la paz, un tratado de paz que ponga fin al estado de excepción mantenido desde el fin de la guerra en 1953.
La imagen de un joven líder inexperto, ciego a la realidad, no debe engañarnos. Tras él están su tío y muchos de los generales que estaban al lado de su padre, haciendo y diciendo prácticamente lo mismo hasta hace 15 meses. Se ha exacerbado un poco el tono, se ha dado más visibilidad al joven Kim Jong-un en ambientes y atuendos militares o jugando a estratega, pero nada esencial ha cambiado.
En julio se cumplen 60 años de la firma del armisticio de China y Corea del Norte con la ONU y EEUU que puso fin a tres años de una guerra que costó millones de vidas, y Corea del Norte trata por todos los medios a su alcance, que no son muchos, salir de la jaula en la que, más por sus propios méritos que por los ajenos, se ve encerrada.
Para ello pretende renegociar un acuerdo de paz equilibrado, lo que significa sentar a la Administración Obama en una mesa de negociaciones, forzar un cambio de política hacia el Norte a la presidenta recién elegida en Corea del Sur, asegurarse la unidad y lealtad de su pueblo, y presionar para que EEUU retire sus fuerzas de la península coreana. Y todo ello, sin una guerra generalizada, que -por mucho humo que la propaganda desprenda- sabe perfectamente que sería un suicidio.
Amenazas cíclicas
Las soflamas incendiarias se vienen repitiendo cada año, coincidiendo con la época de maniobras militares de EEUU y de Corea del Sur. Desfiles de más de 100.000 soldados, estudiantes y trabajadores como el del viernes pasado, o la exhibición de armas en el Norte son rutina y verlas o tratarlas desde fuera como antesala del Armagedón es absurdo.
Tras estas exhibiciones de aparente hostilidad, que han formado parte inseparable del sistema norcoreano desde el primer día, la vida ha cambiado poco. La compañía aérea Koryo ofrece más vuelos turísticos a Pyongyang para esta primavera, el parque industrial de Kaesong, en la frontera con el Sur, con unos 50.000 empleados norcoreanos, continúa funcionando sin problemas y los telediarios de Pyongyang, antes de su dosis apocalíptica diaria, abren con 10 ó 15 minutos de testimonios pacifistas que la prensa occidental rara vez menciona.
Todas las amenazas del Norte suelen ir precedidas de condicionantes como «si somos atacados, si el imperialista agresivo se atreve…», que, en la traducción occidental, se pierden sistemáticamente, aunque, al hacerlo, cambie su significado.
«Escucho desde hace años sus telediarios y no he oído ninguna amenaza directa con atacar, sólo con responder a ataques de otros«, explica a la agencia Ap desde la universidad surcoreana de Dongseo en Busau el profesor B. R. Myers, que ha publicado el mejor análisis de la propaganda norcoreana en los últimos años. «La prensa internacional comete un grave error quedándose sólo con la segunda parte de cada amenaza», añade.
Límite a las provocaciones
La importancia creciente de los misiles y las bombas en sus amenazas refleja más debilidad que fuerza. Es un indicador de que Corea del Norte se ha ido quedando sin otras cartas de presión como el apoyo diplomático explícito de China, el deseo de unificación de una mayoría de los surcoreanos o una economía autóctona viable.
La nueva prueba de un cohete con satélite en diciembre y la tercera prueba nuclear de febrero han sido condenadas por Pekín, los surcoreanos -convertidos en la 14ª o 15ª potencia industrial- no quieren saber nada de unificación con un vecino anclado en rentas subsaharianas y las nuevas sanciones de la ONU -sobre todo de Australia y Japón- contra el Banco de Comercio Exterior norcoreano hacen mucho daño a unrégimen asfixiado por los embargos y el presupuesto militar.
Los observadores que siguen más de cerca la política norcoreana reconocen que, con los misiles de medio alcance (unos 1.300 kilómetros) Rodong, los militares de Pyongyang podrían llegar, como mucho, a las bases estadounidenses en Japón. Dudan de que puedan llegar a Guam, Hawai o California.
Con la reconfirmación por escrito de su apoyo militar a Seúl ante cualquier agresión del Norte y el envío de dos B-2 el jueves a Corea desde su base de Whiteman en Misuri -37 horas y media de excursión sin paradas-,EEUU trata de tranquilizar a sus aliados japoneses y surcoreanos, y advierten a Moscú y a Pekín de que las provocaciones de Corea del Norte tienen un límite.
Ese límite ha estado, durante los seis últimos decenios, en infiltraciones continuas, el acoso intermitente de buques, el secuestro de personas, atentados terroristas en el exterior, ataques esporádicos en islas semidesiertas y -el más grave de todos si, como certificó la comisión internacional de investigación, lo hizo Corea del Norte- el hundimiento con un torpedo desde un submarino del Norte del buque surcoreano Cheonan hace ahora tres años, en el que murieron 46 marineros.
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