90 españoles han coronado el Everest desde que el vasco Martín Zabaleta, el primero, pisara la cumbre, el 14 de mayo de 1990. Araceli Segarra fue la primera mujer de nuestro país. Juanito Oiarzabal y Chus Lago, los primeros españoles que lo hicieron sin oxígeno. Edurne Pasabán, la primera fémina del mundo que alcanzó los 14. «Si salgo a la montaña, sé que cuando regrese seré una persona nueva. Experimentas otras cosas, descubres que hay menos barreras, que las barreras las pones tú» (Araceli Segarra). «Creía que al llegar a la cumbre iba a llorar y abrazarme a mis compañeros, pero no fue así; y en cierta manera me decepcionó, porque había que bajar corriendo. El tiempo es corto ahí arriba, siempre decimos que la cumbre real está en el campo base» (Edurne Pasabán).
Por Sonia APARICIO. Copyright.2013
«En la cumbre no tienes nada. Cuando llegas arriba, sabes que aún no has terminado,todavía tienes que volver». Araceli Segarra fue la primera mujer española que logró coronar el Everest, el 23 de mayo de 1996, en un proyecto pionero que grabó todo el viaje en formato IMAX. Subió sin oxígeno —aunque sí lo utilizó en la bajada—, celebró su 26 cumpleaños durante la marcha de aproximación, a dos o tres días del campo base, y la expedición, que duró dos meses y medio de Katmandú a Katmandú, se vio envuelta en el rescate de la peor tragedia de la Historia de esta cumbre, cuando ocho montañeros de distintas nacionalidades perdieron la vida en esta zona del Himalaya.
Edurne Pasabán también desmitifica, como Segarra, el momento en que sus botas pisaron a 8.848 metros. «Creía que al llegar a la cumbre iba a llorar y abrazarme a mis compañeros, pero no fue así; y en cierta manera me decepcionó, porque había que bajar corriendo. El tiempo es corto ahí arriba, siempre decimos que la cumbre real está en el campo base». Y a pesar de ello, para Pasabán, la primera mujer que ha coronado los 14 ochomiles de la Tierra, el Everest siempre será una cima muy especial. No fue la más bonita, ni la más difícil, pero fue la primera: «Es una montaña que disfruté, fue muy noble conmigo, y aunque fue frío y duro, no tengo recuerdos de peligro». La alpinista vasca, que acaba de volver de una expedición en Groenlandia, confiesa tener clavada la espinita de subir al techo del mundo sin oxígeno, algo que intentó sin éxito en 2011.
El espíritu de los primeros exploradores
«El Everest, es alto, no hay que subestimarlo», explica Segarra, «pero ya lo subieron hace 60 años, su ascenso por una vía normal no aporta nada al mundo del alpinismo». Y es que para los profesionales, supone un reto mucho mayor escalar una vía nueva, una primera repetición, ascender cumbres de menor altura por vías que las condiciones meteorológicas solo hacen accesibles de vez en cuando. Unos y otros repiten que el verdadero espíritu de los aventureros y exploradores se encuentra hoy lejos de esta cumbre, en vías difíciles, inexploradas, aparentemente imposibles; en la cara oeste del Makalu —como hizo en 1998 el ruso Alexéi Bolotov, fallecido recientemente en la cara suroccidental del Everest—, en la cara norte del Jannu —que logró en 2004 un equipo ruso liderado por Alexander Odintsov— o en el pilar oeste del K2 —ruta abierta en 2007 por Andrew Mariev y Vadim Popovich—.
«A mí me gusta recordar a la gente que inició el ‘ochomilismo’», explica Sebastián Álvaro, que fue director del programa de TVE ‘Al filo de lo imposible’, «sobre todo a los aventureros románticos de principios de siglo. Era gente al margen del mundo, separados de la realidad burda que vivimos en las grandes ciudades. Exploradores que en un momento determinado, por perseguir un sueño, estaban dispuestos a arriesgar voluntariamente la vida, que no a perderla. Eso es lo que me parece que les hace diferentes».
Álvaro ha participado en cuatro expediciones al Everest. Recuerda de manera especial la reconstrucción que hicieron en el año 2000 de la escalada de Irvine y Mallory, con la ropa y el ‘attrezzo’ necesarios para recrear con total exactitud la expedición de los británicos en 1924. De todo ello nació un documental que luego compró la BBC. Álvaro ha llegado a alcanzar los 7.300 metros a través de la ruta del Pilar de los Polacos, un paredón de hielo que va de 6.500 a 8.100 metros. «Las dimensiones del Everest son impresionantes», dice, «es una montaña inhumana, no está hecha a dimensión de los hombres, lo percibes cuando vas caminando y respirando a pulmón libre». El campo base está a 5.300 metros y el oxígeno falta desde el primer momento. «Uno se siente insignificante. Cada paso hacia arriba es una puerta que se cierra, y sabes que si ocurre algo, va a ser muy difícil bajar de allí».
La mirada del más allá
Carlos Barrabés es la cabeza visible de la empresa de material de montaña más importante de nuestro país, un negocio familiar iniciado por el abuelo, José, hace más de 80 años y que hoy se ha expandido hacia el comercio electrónico y la consultoría. Barrabés ha equipado expediciones que han hollado los 14 ochomiles, el Polo Norte y el Sur y la sima más profunda, lo que le ha permitido conocer a numerosos montañeros y exploradores. «Son personas que tienen el cristalino difuminado. Probablemente esto tenga una explicación, no es científica, pero cuando te enfrentas a ese tipo de mirada, sabes que estás ante alguien que en un momento dado ya lo ha pasado mal. Es un tema humano, creo que prácticamente en todas las profesiones de barrera hay gente que busca el más allá, el ‘next step’, personas que tienen una convicción especial y consideran que los hechos son vitales, que no hacen las cosas por hacerlas, sino porque forman parte de su ADN».
Pero ¿qué tiene el montañismo para atrapar tanto a alguien como para llegar a jugarse la vida? «Si hay un camino para llegar a meterte en el ciclo vital del Universo, la montaña es uno de ellos», responde Barrabés. «Tú lo sientes con los amaneceres, lo sientes cuando hace frío, cuando llueve, cuando nieva, cuando vuelve a salir el sol… Miras arriba, miras abajo, y dices: ‘estoy aquí’. La montaña te da perspectiva. Si tú necesitas saber que formas parte de este Universo, la montaña un sitio donde tu sensibilidad va a encontrar respuesta».
«Mucha gente piensa que somos unos inconscientes», dice Pasabán, «que practicamos un deporte en el que nos jugamos el tipo… Las sensaciones que puedes sentir en la montaña son algo muy difícil de explicar si tú no las vives. La vida cambia tan rápido ahí arriba que, cuando estás aquí, intentas vivirla lo mejor posible».
Para Araceli Segarra, es una cuestión de equilibrio personal: «Si salgo a la montaña, sé que cuando regrese seré una persona nueva. Experimentas otras cosas, descubres que hay menos barreras, que las barreras las pones tú».
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