Soy consciente antes de escribir una sola letra más que nadie va a hacer caso de lo que aquí escribo, y mucho menos adoptará medidas para tratar de corregir lo que a mi juicio es un injusto y pésimo otorgamiento de protagonismo favorecedor hacia un personaje, el acompañante en fiestas, que de manera imparable avanza, sube y trepa en los últimos años dentro de lo que podríamos definir como mundo festero almanseño, todo ello propiciado por un apoyo que no logro entender del todo.
Por Luis BONETE PIQUERAS. Copyright.2013
Hay incluso algún mandón de las fiestas tradicionales, algún peso pesado patán, que públicamente ya le ha otorgado los galones de “rey”, a una figura, el acompañante que no debería de ser, a mi juicio, más que una barandilla elegante donde las Reinas, Damas y Abanderadas apoyasen sus brazos en cualesquiera de los actos protocolarios significados.
Según mi leal saber y entender, es injusto, feo, trasnochado y está fuera de lugar que un acompañante, siquiera, tenga más de un (por decir algún porcentaje) cinco por ciento, del protagonismo que se merece quien de su brazo camina o pasea. Y ello, porque ya ese porcentaje citado se le resta del haber a la señorita de la que es lazarillo de postín. Es vergonzoso, sencillamente de paletos, obsequiar al acompañante con esos gritos de “¡¡guapooooo!! cuando circula, más que anda, por la pasarela camino del escenario del Regio (otro día hablaré y me referiré más certeramente a ese vociferio propio de personas zafias e iletradas.
Por todo ello, concluyo ya a estas alturas de mi escrito, que el acompañante-agregado debería (si no por sí mismo, porque no sabe o no se da cuenta, sí porque hubiese quien se lo advirtiese) quitarse prudentemente de en medio en aquellos momentos en los que su presencia no es, ni por asomo, ni relevante, ni necesaria, ni siquiera conveniente.
Lo dicho anteriormente es, justo lo contrario de lo que sucede en nuestra ciudad con el acompañante-contertulio. Una figura que, mal que me pese, y para la sorpresa de multitudes, ha progresado más que la de la propia señorita de la que solamente debería de ser su fiel agregado.
Es evidente y permisible, incuso recomendable (hasta el más lerdo lo sabe) que un acompañante esta ahí para cumplir con un cometido, verbigracia: hacer compañía. Es en ese punto, en el del cometido, donde yo intento separar la paja del grano. A mi no me vale que el acompañante-acólito sea como un pegamento del que no hay forma de librarse. La misión de este camarada-barandilla es loable, justa y necesaria, pero llega a su término, creo, cuando las circunstancias protocolarias así lo establecen y nunca (como ahora sucede) cuando las fiestas han llegado a su fin y se marcha a casa y con un suspiro de alivio, tras colgar el traje y la corbata, regresa al uso de su vestimenta habitual.
Dice mi hija Fátima que acaba de leer el comienzo de este juntaletras: “ (¡¡Dios qué lenguaje!!!)…, papá, tu lo que quieres son ¿acaso unas fiestas al estilo de Franco, o qué?. Ahora hay igualdad” –dice Fatimica-. ¿¿Qué???; igualdad??.
Y la verdad es que no sé bien para qué le dejo leer ante de terminar.
Amén.
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