Dos cenas con un financiero ruso llevaron a Bárcenas a la cárcel

‘Grigori’ colaboraba con él en el desvío de hasta 40 millones de Suiza a otros paraísos fiscales.

Por: Carmen REMIREZ DE GANUZA. Copyright.2013

La suerte de Luis Bárcenas (L. B.) quedó echada el martes 18 de junio en una bocacalle de monástico nombre junto al Santiago Bernabéu: Santo Domingo de Silos. En ese apéndice del estadio madridista, punto de encuentro de hinchas los días de partido, el ex tesorero del PP fue cazado por los sabuesos de la Policía en compañía de Grigori, un banquero ruso que le estaba ayudando a vaciar las cuentas aún no detectadas por la Justicia española.

Las alarmas de la Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal (Udef) –los pata negra de moda en el Cuerpo Nacional de Policía– saltaron, ya que era la segunda cita nocturna en menos de 24 horas entre el hombre que manejó con larga mano las finanzas del PP y el banquero ruso. Como diría aquél, tanto fue el cántaro a la fuente que acabó por romperse. El hombre que ha metido al PP en el mayor lío de su historia estaba tan discreta como estrecha y permanentemente marcado desde que, el 16 de enero, se descubriera que había acumulado al menos 22 millones de euros en Suiza. El juez de la Audiencia Nacional Pablo Ruz fue tajante: «Que sepamos dónde está todos los días a todas horas. No podemos permitirnos el riesgo de que se fugue».

Luis Bárcenas había cenado en el restaurante Puerta 57 de La Esquina del Bernabéu el día anterior, el lunes 17. En aquella velada, sus compañeros de mesa eran Luis Fraga, el sobrinísimo con el que estuvo a punto de coronar el Everest en 1987 (se quedaron a 500 metros de los 8.848 del punto más alto del planeta), y su amigo del alma Javier Sánchez Lázaro-Carrasco. Este extremeño es un popular de primera hora, que saltó a la fama no por ostentar durante años la vitola de senador más joven de España, sino por aparecer citado en las conversaciones pinchadas del caso Naseiro. Todos ellos, coetáneos y correligionarios en la fraguista AP en los 80 y con un punto en común: haber sido miembros de la Cámara Alta. El cuarto en discordia era un tipo blanquecino al que la Policía identifica como Grigori, un experto ruso que buscaba vías de escape para poner a buen recaudo el dinero que había quedado a salvo de las, en este caso, benéficas garras de la Justicia helvética.

Luis Fraga Egusquiaguirre, hijo de un hermano del fundador del partido, Manuel Fraga, es el álter ego de su homónimo Bárcenas. Hasta el punto de que comparten cuentas en Suiza, en el Dresdner Bank, entidad ginebrina en la que Bárcenas hacía las veces de representante de los intereses del senador más votado de la historia de Guadalajara. El onubense, que ha pasado de vivir en el madrileño barrio de Salamanca a morar en la cárcel de Soto del Real, llegó a tener ingresados en la sucursal helvética del banco alemán los primeros 22 millones detectados por la Justicia española. Dinero que luego transfirió parcialmente a pocas manzanas de allí, a la Banca Lombard, situada también al sur de la desembocadura del Ródano, en el lago Lemán, y famosa porque uno de sus grandes clientes históricos es la familia Pujol.

La Udef dio la voz de alarma en la medianoche del 18 al 19, cuando el cuarteto se volvió a dar cita, esta vez a escasos 150 metros de distancia de Puerta 57. El discreto Nüüga, abierto en la calle Santo Domingo de Silos, fue el escenario. No era cuestión de pedir mesa en cualquiera de los restaurantes de moda de Madrid, atestados de conocidos y en los que los paparazzi hacen guardia a la espera de cazar al futbolista de turno, a la modelo de moda o a la actriz de guardia. Y bien que le hubiera gustado al ex tesorero que durante años tuvo contenta a la cúpula del PP epatar a su invitado ruso en Horcher, Zalacaín o cualquiera de los cinco tenedores que frecuentaba en los días de vino y rosas.

Las alarmas saltaron definitivamente el martes 18 por la noche, cuando los agentes encargados de impedir la fuga del hombre que controló las finanzas del primer partido de centroderecha durante dos décadas se posicionaron en las proximidades de su mesa y lograron adivinar parte de la conversación. Al parecer, el tal Grigori estaba colaborando en el continuo trasiego de fondos entre paraísos fiscales que se estaba consumando, con el indisimulado objetivo de dar esquinazo al juez sustituto que ocupa el Juzgado de Instrucción 5 de la Audiencia Nacional. Ya se sabe que, normalmente, el dinero se mueve con infinita más celeridad que la Policía.

Los investigadores sostienen que Luis Bárcenas ha llegado a ocultar en Suiza alrededor del doble de los 48 millones de euros detectados hasta el momento. Cifran entre «30 y 40» los millones que podrían haber sido transferidos a EEUU, Uruguay y Panamá en los últimos meses. Y también sospechan, en línea con lo que adujeron sus abogados nada más conocerse la existencia de las cuentas en paraísos fiscales, que L. B. no estaba solo en Suiza, sino en compañía de otros.

Las jornadas posteriores fueron un calvario para Luis Bárcenas. Entre que notaba que la Policía no le dejaba ni a sol ni a sombra y que alguien le chivó que había serias posibilidades de que Ruz decretara su ingreso en prisión, el nerviosismo del personaje de hielo, del pétreo alpinista que a punto estuvo de perder la vista en el Everest, se disparó exponencialmente.

Miguel Durán, ex director general de la Once y abogado de postín, hizo las veces de enlace entre el tesorero del PP en la edad dorada del partido y sus antiguos correligionarios. «Como vaya a prisión, éste canta todo», apuntó, florentino él, como quien no quiere la cosa, el invidente que transformó una organización asistencial como la Once en una máquina de ganar dinero. Miguel Durán no pasaba por allí. Simple y llanamente es que es el jurista que sustituyó a los Rodríguez-Mourullo al frente de la defensa de Pablo Crespo, número dos de la denominada trama Gürtel.

El receptor de los avisos a navegantes es Alberto-Pío Durán, abogado del PP y persona de la máxima confianza de la secretaria general de Génova 13, María Dolores de Cospedal. Miguel Durán niega haber jugado el rol de enlace entre Bárcenas y el PP, aunque, eso sí, formula un significativo matiz: «Simplemente hice alguna reflexión en voz alta a Alberto Durán, que es un amigo mío desde que yo era presidente de Telecinco y él secretario del Consejo».

Como es natural, a Alberto Durán le faltó tiempo para cantar y contar con todo lujo de detalles la educadamente amenazadora conversación mantenida con su colega, en la que, entre otras cosas, se advertía de la necesidad de no meter en la cárcel al ex tesorero so pena de que empezase a lanzar «bombas atómicas» al más puro estilo Diego Torres. La lugarteniente de Mariano Rajoy, la dirigente que cortó las alas a Bárcenas y a todo lo que significaba Bárcenas, no le permitió terminar. Le espetó con su directo estilo albaceteño: «Que la Justicia tire para adelante. El PP no negocia con delincuentes». Una frase que se corresponde, casi palabra por palabra, con la que salió de boca del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, cuando algunos de los suyos le sugirieron cerrar un acuerdo secreto con el hombre que lo sabe todo o casi todo de los dineros populares.

Quedaba por saber adónde iba a apuntar el dedo del Ministerio de Justicia, así como, en particular, del fiscal general, Eduardo Torres-Dulce, y del jefe Anticorrupción, Antonio Salinas. Las dudas del segundo, o los temores, quién sabe, las despejó sin pestañear el primero cuando, a principios de esta semana, apuntó el pulgar en dirección al suelo.

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