Estamos en una época en la que se ha comercializado hasta límites insospechados la posibilidad de subir al Everest y en el que las muertes que se cobra la montaña se suceden a un ritmo vertiginoso (2012 ha vuelto a ser un año negro en el Everest, el peor desde el trágico 1996 que contó de manera sobrecogedora en primera persona Jon Krakauer en Into thin air – Mal de altura). Pero si nos vamos a tiempos más románticos en los que solo llegar al pie de la montaña era una odisea, entre esos pioneros hay uno que destaca sobre los demás porque es un completo outsider. Hablamos de Maurice Wilson, tercer occidental registrado de manera oficial como víctima del embrujo del Everest y el más excéntrico de todos los que lo han intentado.
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Maurice Wilson nace en 1898 en Yorkshire, en el centro de Inglaterra, en el seno de una familia de clase media. Su padre era un acomodado empresario textil de Bradford y ese parecía ser el camino marcado para él: ayudar primero y luego sustituir a su padre al frente del negocio familiar, llevando una tranquila existencia como comerciante sin grandes complicaciones. Maurice era un buen estudiante que parecía satisfecho con lo que le deparaba el futuro.
Como a la inmensa mayoría de los jóvenes de su generación el estallido de la Primera Guerra Mundial le cambia la vida y trastorna cualquier expectativa futura. El mismo día que cumple 18 años, en 1916 y con la guerra en su ecuador, se alista como voluntario en el ejército y se va al continente a combatir. Alto, físicamente muy fuerte, voluntarioso y disciplinado, demuestra ser un soldado valiente y muy valorado por sus compañeros y superiores lo que le lleva a subir rápidamente de rango llegando a capitán. En 1917 participa en la batalla de Passchendaele y le otorgan la Military Cross por defender él solo un puesto de ametralladora ante el avance alemán y salir sin un rasguño mientras que el resto de su compañía fueron heridos o muertos.
Apenas unos meses más tarde su ángel de la guarda se despista y es herido gravemente al ser alcanzado por disparos de ametralladora en el pecho y el brazo izquierdo. Se le envía de vuelta a Inglaterra y consigue recuperarse, aunque seguirá sintiendo dolores toda su vida y no recuperará del todo la movilidad en el brazo. Viendo lo que ocurrió los años siguientes sus cicatrices internas debieron ser bastante peores que las externas.
Wilson deja el ejército en 1919 y lo pasa fatal para reintegrarse a la vida civil. Se siente triste, echa de menos el ejército, la acción, un objetivo claro al que dedicar sus energías. La vida que tenía planeada antes de la guerra no le llena ni le motiva. La década de los 20 la pasa yendo de un lado para otro (Londres, EEUU, Nueva Zelanda) y se dedica a todo tipo de trabajos. Aunque económicamente le va bien va cuesta abajo física y mentalmente. Las heridas de la guerra no acaban de curarse y su salud es cada vez más endeble. Además arrastra una considerable frustración que raya en la depresión cuando regresa a Inglaterra a principios de los 30.
Hasta aquí podríamos decir que es una biografía de excombatiente casi como cualquier otra, pero en 1932 el destino llama a su puerta: paseando por el centro de Londres se cruza con un hombre misterioso que le dice que conoce un método para curar a gente que los doctores han desahuciado. Así se ha curado él y ha curado a otras muchas personas más. Sin nada que perder Wilson decide seguir dicho método que consiste en 35 días de ayuno intensivo (apenas unos sorbos de agua al día) acompañado de constantes oraciones.
Al acabar el tratamiento y poco menos que milagrosamente Wilson se siente completamente recuperado. Adiós a la tos crónica, los espasmos y los dolores agudos. Vuelve a ganar peso y se siente lleno de fuerza y energía. Desde ese momento su fe en Dios y en que con ayuno y oración no hay nada imposible se vuelve absoluta. La tarea de propagar la buena nueva se convierte en su vocación y en el anhelado nuevo propósito de su vida. Dado que Wilson nunca quiso contar nada del misterioso chamán algunos historiadores sostienen que fue él mismo quien creó el método. En el barco de vuelta desde Nueva Zelanda había conocido a unos yoguis y al parecer quedó profundamente impresionado por sus enseñanzas. Así, el método de curación pudo bien haber sido su propia receta a base de mezclar el cristianismo con las filosofías orientales.
Mientras descansa en la Selva Negra tras su recuperación Wilson lee en los periódicos un reportaje sobre la fallida expedición de Mallory e Irvine al Everest de 1924. En el mismo artículo también hablan de la proyectada por Hugh Ruttledge para el año siguiente (1933) y sobre otra expedición que intentará poner la Union Jack en la cima arrojándola desde un avión (*). Y entonces le llega la inspiración de su vida (o de su muerte, claro): que mejor manera de demostrar la existencia de Dios y la validez de su método de oración, fe y ayuno como forma de conseguir cualquier cosa que triunfar allá donde los demás han fallado: la conquista del Everest. Una tarea sobrehumana. Desde entonces empieza a hablar de que alcanzar la cima del Everest es “la tarea que se me ha encomendado y para la que he nacido”.
Su primera idea es rechazada: contacta con la expedición aérea antes mencionada para que le dejen tirarse en paracaídas saltando desde el ala del avión cuando sobrevuelen la cima a casi 9000 metros. No es demasiado sorprendente que le dijeran que no y seguro que se echaron unas risas a su salud.
Al final se decide por el siguiente plan: volará hasta el mismo Everest en un avión pequeño, aterrizará lo más arriba posible en una de sus laderas (estrellándose si hace falta) y luego subirá a pie lo que le quede hasta la cima . El plan obviamente se las traía: en 1933 volar en solitario desde Inglaterra hasta los Himalayas era un logro más que considerable incluso para los grandes aviadores del momento. Además coronar el Everest en solitario con o sin oxígeno era algo tan difícil que aun habría que esperar casi 50 años para que ocurriese (1980).
Llegados a este punto conviene mencionar que Wilson no tenía las más mínima idea de volar (ni siquiera había montado en avión como pasajero) ni nunca había subido más que alguna colina en su Inglaterra natal. Y de técnicas de montañismo nada de nada, incapaz de distinguir un piolet de una sartén. Pero estas naderías no le preocupan en absoluto, recordemos que (en su cabeza) la fe todo lo puede. Supongo que el plan de Wilson tenía cierto sentido: si alguien en esas condiciones consigue coronar el Everest entonces está claro que hay un Dios y además es buen amiguete suyo, así que habría que tener muy en cuenta las cosas que dice y los métodos que propone.
Una vez de vuelta en Inglaterra se pone manos a la obra para resolver el primero de los problemas: compra un biplano Gipsy Moth al que llama acertadamente Ever-Wrest y empieza a tomar clases de pilotaje. Lo de volar no se le da demasiado bien: tarda el doble que cualquier otro piloto en obtener la licencia y su instructor le dice que no va ni a llegar ni al otro lado del canal de la Mancha sin empotrarse. El escepticismo e incredulidad generales le hacen esforzarse más aún y decir públicamente “o lo consigo o muero en el intento”. Al final obtiene su licencia y la mitad de sus problemas para empezar la gesta están resueltos.
El que su empresa tenga el mayor eco posible es vital si quiere propagar su mensaje. Por ello habla a menudo con la prensa usando un tono arrogante y teatral. No escucha a nadie, está hiperactivo, no hace caso a los que le hacen sugerencias que son simple sentido común, le importa poco que le consideren un loco y que se rían de él… hasta se pasea por Londres vestido mitad como un aviador mitad como un montañero y llamándose a sí mismo “el pirado volador”, intentando atraer la mayor atención posible.
Su forma de afrontar su desconocimiento total del arte del montañismo es sorprendente: en lugar de irse a los Alpes, comprar equipo especializado y aprender a utilizarlo con un instructor hasta dominarlo, Wilson se va 5 semanas a caminar al Lake District (en el que el pico más alto no llega a los 1000 metros) y al volver se declara listo para la aventura en la que, por supuesto, no duda que triunfará.
Cuando ya va quedando menos para el día de su partida se vuelve más y más excéntrico e incluso tiene un agente de prensa para asegurarse que sale a menudo en los periódicos y que no se olviden de él. En el último vuelo de prueba y frente a una multitud de periodistas y curiosos estrella su avión y esto hace que el Ministro del Aire británico le prohíba el viaje por su propia seguridad. El 21 de Mayo de 1933 decide pasar tres pueblos del Ministro del Aire, consigue despegar y pone rumbo hacia la India. Los periódicos hablan de su partida como “un suicidio elaborado”. Pero las autoridades no se dan por vencidas e intentarán por todos los medios que no llegue a su destino.
Su viaje hasta la India es una odisea que merecería un post entero. A los dos días de viaje ya le dan por perdido pero manda un telegrama desde Roma diciendo que ya le va cogiendo el truco a lo de volar. Consigue cruzar Europa y llega a Túnez. Se equivoca al repostar y casi se estrella al quedarse sin gasolina sobrevolando Libia. Cuando finalmente llega a El Cairo se entera de que el Gobierno Británico le ha denegado el permiso para volar sobre Persia. En lugar de rendirse se las ingenia para volar hacia Bagdag, cruzando el desierto arábigo con una pequeña brújula y sin mapas. Allí sigue sin encontrar mapas adecuados pero roba un atlas escolar y consigue llegar a Bahréin, en el Golfo Pérsico, donde el consulado británico le impide repostar, lo que le deja clavado allí.
Finalmente llega a un acuerdo con las autoridades que le dejan repostar a condición de que vuelva hacia Inglaterra. Wilson acepta pero una vez en el aire hace una pirula y prosigue rumbo a la India, llegando a Gwadar (aeródromo más al oeste del país) a punto de quedarse sin combustible 2 largas semanas después de salir de Inglaterra. Un logro formidable para alguien con menos de dos meses de experiencia volando, sin conocimientos de navegación y en un avión frágil y ligero sin estar acondicionado para viajes largos.
Habiendo conseguido lo que le auguraban imposible, Wilson vuelve a ser noticia y sale en todos los periódicos. Sólo que ahora le califican de “as de la aviación”, “valeroso héroe de guerra” y se muestran más que contentos con darle cobertura a su aventura. Entusiasmado consigo mismo da múltiples entrevistas en las que declara cosas como: “mi entrenamiento especial a base de ayunos hace que sólo necesite un poco de arroz y unos dátiles para sobrevivir 50 días” y “uso una técnica de respiración que me permite llevar el aire al estómago y aguantar mucho más durante el ejercicio que una persona normal” o “no es una locura, lo mío es una expedición perfectamente planeada”. Tan seguro estaba de sí mismo que reta al Mahatma Gandhi a una competición de ayuno (aparentemente Gandhi NS/NC).
Sobrevuela la India y parece mucho más cerca de su objetivo pero al llegar al límite Este del país las autoridades vuelven a hacer acto de aparición requisando el Ever-Wrest para asegurarse de que no continuará volando. Finalmente Wilson asume que su viaje en avión se ha acabado y lo vende con la intención de seguir por tierra. Pero la entrada a Nepal le es denegada también, teniendo que pasar el invierno en Darjeeling. Allí, entre oraciones y ayunos entabla amistad con 3 sherpas que fueron como porteadores a la fallida expedición británica de unos meses antes que deciden acompañarle.
En día que empezaba la primavera de 1934 Wilson y los sherpas se disfrazan de monjes tibetanos, se escabullen de Darjeeling y empieza un muy arduo camino de cientos de kilómetros a través de los bosques tropicales de Sikkim hasta las planicies del Tíbet. Obsesionado con ser detenido Wilson se hace pasar por sordomudo, dejando a los sherpas la interacción con el mundo exterior. Esto afecta mucho a su moral, haciendo el viaje aún más duro y sus anotaciones en el diario son todas sobre comida y nostalgia de su patria. Tras recorrer 500 km en 25 días (otro logro considerable), a mediados de Abril llegan al monasterio budista de Rongbuk, a 5100 metros de altura y parada obligada en aquella época para ascender el Everest por su cara Norte.
Allí le reciben calurosamente y le dan todo el equipo que la anterior expedición ha dejado atrás, un nuevo golpe de suerte. Pero como la gracia de su reto está en hacer cumbre solo, tras apenas dos días en el monasterio se va sin avisar a nadie (y probablemente sin cerrar la puerta), empezando el momento clave de su aventura. Ah! Y por supuesto deja atrás todo el equipo que le habían ofrecido, para qué cargar con chatarra…Las entradas en su diario dicen que planea 5 días hasta llegar a la cumbre, es decir, como si fuese una marcha en ascendente línea recta…Wilson todavía no parecía haberse enterado de dónde estaba.
La subida por el glaciar que sale del monasterio (aun sin llegar a la montaña propiamente dicha) se le hace dificilísima a partir del segundo día. Se pierde y reencuentra el camino varias veces, se da de bruces con material de escalada tirado por otras expediciones pero una vez más lo ignora. Tras 5 días en los que el tiempo iba empeorando seguía en tierra de nadie, por lo que decide dar la vuelta, y tras 4 interminables días en los que se cae numerosas veces consigue regresar al monasterio. Llega exhausto, medio ciego, hambriento y sus heridas de guerra le duelen como el mismo día que las recibió. Sin embargo Wilson le echa la culpa al tiempo y a la mala suerte y tras 18 días recuperándose decide volver a intentarlo ante el asombro y la desesperación de los monjes que le acaban de curar.
Pero algo ha cambiado. Sus anotaciones en el diario son muy distintas. Su ánimo es derrotista por primera vez. Ve su subida a la montaña como algo que tiene que hacer, un destino inexorable que Dios le ha dado pero sin muchas opciones de éxito. De hecho, deja todo preparado como si no fuese a volver: una carta exculpando a los sherpas de toda responsabilidad, su testamento, a quien mandarle su diario…
Parece claro que prefiere dirigirse a una muerte segura antes que volver a casa humillado y tener que reconocer que sus teorías sobre la fe y el ayuno no son válidas. Sería un hazmerreir el resto de su vida y eso no es fácil de asimilar para alguien con su orgullo. Así que cuando llegue el momento cueste lo que cueste lo intentará hasta el límite de sus fuerzas.
En un rapto de lucidez decide llevarse consigo a dos de los sherpas para el asalto final, que con su experiencia hacen que la subida por el glaciar sea mucho más sencilla y rápida. En 3 días habían llegado al Campo Base III, al pie de las paredes de verdad. Wilson se siente débil, enfermo y decaído. Su inquebrantable fe había dado paso a una apatía preocupante. Ni siquiera sabe que sus espantosos dolores de cabeza son debidos al mal de altura: los achaca a un pinzamiento nervioso en las cervicales.
Varado allí durante días por el mal tiempo y su frágil estado planea la ruta a seguir contando con que la cuerda y los escalones tallados en el hielo dejados por la expedición anterior aún estarían allí. Esto da una clara idea, no sólo de que Wilson no tenía ni idea de montañismo, sino que además no aprendía lo más mínimo siendo aún incapaz de valorar la tarea que tenía enfrente. El no encontrar los escalones y las cuerdas le enfurece y debilita su ya muy decaído ánimo.
Al día siguiente vuelve a intentarlo, pero al cuarto día de penosa marcha se encuentra con una pared vertical de hielo de treinta y pico metros y se da cuenta de que no hay nada que hacer. Los sherpas se dan la vuelta al campo base más cercano y le piden encarecidamente que vuelva con ellos al monasterio, lo que él rechaza. Dice que quiere seguir intentándolo por otras vías, pero parece que se ha resignado por completo a su desgracia. Lo vuelve a intentar solo una vez más, el 29 de Mayo, los sherpas se quedan a esperarle, con instrucciones de volver al monasterio si no aparece en 10 días. Como no vuelve, éstos dejan la montaña y anuncian en Julio que Wilson ha muerto. Tenía 36 años.
Un año más tarde, una expedición de reconocimiento encuentra su cuerpo semi enterrado en la nieve, junto a los restos de su tienda y con su mochila, que contenía el diario que había escrito hasta pocos días antes de su muerte. La causa de la muerte se zanjó como cansancio e inanición. Fue enterrado allí mismo arrojado dentro de una grieta y envuelto en la bandera que planeaba poner en la cima, dejando el lugar marcado con un túmulo de piedras. En un guiño del destino una de las personas que lo entierran es el futuro conquistador del Everest Sherpa Tenzing Norgay. En 1960 una expedición encontró su cuerpo que había sido escupido por el glaciar al desplazarse y lo enterraron de nuevo, ésta vez para no volver a aparecer.
(*) Sobre la expedición antes mencionada cuyo objetivo era sobrevolar el Everest (Houston-Mount Everest Expedition), un par de notas curiosas:
– El piloto jefe y comandante de la expedición se llamaba Lord Clydesdale y fue la persona a la que Rudolf Hess buscaba para entablar negociaciones sobre una posible rendición Nazi cuando saltó en paracaidas sobre Escocia en 1941 (sin duda uno de los acontecimientos más extraños de la SGM)
– Aunque no consiguieron dejar la bandera posada sobre la cima del Everest (quizás deberían haber llevado al campeón olímpico de jabalina), la expedición fue un éxito rotundo, con los biplanos (con cabina abierta, no lo olvidemos) subiendo por encima de los 11000 metros de altura. De hecho, fueron tales las condiciones extremas a las que estuvieron expuestas las tripulaciones que puso las bases para el desarrollo de las actuales cabinas presurizadas.
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