Barack Obama sopesa estos días si debe aceptar la oferta del régimen de Damasco de someter sus armas químicas al control de la comunidad internacional.
Por Eduardo SUAREZ. Copyright.2013
Barack Obama sopesa estos días si debe aceptar la oferta del régimen de Damasco de someter sus armas químicas al control de la comunidad internacional. Un extremo que le ha llevado a frenar por ahora el ataque a Siria y perseguir una iniciativa diplomática de la mano de Moscú. Pero la decisión del presidente de Estados Unidos no convence a los expertos, que subrayan los obstáculos que debe salvar cualquier plan para controlar los arsenales mortíferos de Bashar Asad.
- Un tratado poco eficaz
El régimen de Damasco ha presentado esta semana su solicitud para firmar la Convención de Armas Químicas. El tratado empezó a negociarse en 1968. Pero no se aprobó hasta 1993 y no entró en vigor hasta 1997. Desde entonces lo han firmado 189 países. Todos los miembros de la ONU menos siete: Angola, Israel, Birmania, Egipto, Corea del Norte, Siria y Sudán del Sur.
La convención es el acta fundacional de la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas, que ha ayudado a inspeccionar arsenales en todo el mundo y a destruir unas 50.000 toneladas de gas venenoso desde su creación. Pero eliminar el sarín o el gas mostaza es una tarea cara y muy laboriosa. Rusia ha recibido ayuda económica de países como Alemania o Italia para deshacerse del arsenal soviético y Estados Unidos no acabará de destruir el suyo al menos hasta 2023. Entonces se habrá gastado en el empeño unos 35.000 millones de dólares: unos 26.000 millones de euros al cambio actual.
Los expertos denuncian que el texto del tratado que ahora quiere firmar Siria es tan confuso como inoperante. No indica qué sanciones se aplicarán a los gobiernos que lo incumplan y deja algunas inspecciones al albur de los deseos de cada país. «El acuerdo obliga a quienes lo firman a destruir todas sus reservas de sarín, VX, VR y otros gases nerviosos pero ése es un proceso muy largo», explica a ELMUNDO.es Laurie Garrett, experta en armas químicas y miembro del Council on Foreign Relations. «Aunque el régimen sirio se comprometiera a hacerlo durante las negociaciones, ni la inspección ni la destrucción de las armas químicas son procesos sencillos y llevarían muchos años».
- Ingredientes mortíferos
Un país que firma la Convención de Armas Químicas se compromete a destruir todos sus arsenales de gas sarín. Pero no a destruir los ingredientes con los que esta sustancia se fabrica. El compuesto decisivo para elaborar sarín se llama metilfosfonil difluoruro y es una sustancia muy peligrosa. Pero sólo se convierte en gas sarín si uno la mezcla con alcohol de farmacia. «Esa sustancia sólo sirve para fabricar gas sarín y no tiene ninguna utilidad pacífica», dice Garrett. «Pero su estatus no está bien regulado por la Convención de Armas Químicas y eso es algo que los miembros del Consejo de Seguridad deberían cambiar inmediatamente».
Los servicios de inteligencia de EEUU confirmaron en diciembre del año pasado que el régimen sirio guarda parte de sus armas químicas en lo que se conoce como cápsulas binarias: dos receptáculos separados por una membrana que guardan alcohol y metilfosfonil difluoruro. Ambas sustancias sólo producen gas sarín cuando la membrana se rompe por una detonación. Hasta entonces se podría decir que no están entre las armas químicas del régimen sirio. Detectar esas cápsulas binarias sería una de la tareas más difíciles para los inspectores. Siempre y cuando pudieran entrar en el país.
- Una inspección en guerra
Lanzar un programa de inspección en medio de una guerra civil se antoja una misión imposible. Así lo afirman todos los expertos, que explican que sólo sería posible examinar en detalle los arsenales sirios si ambos bandos acuerdan un alto el fuego previo que permita el acceso a los lugares donde Asad produce, esconde e instala el gas venenoso que se cobró la vida de cientos de personas a las afueras de Damasco el 21 de agosto de 2013.
El régimen sirio lleva años ocultando información sobre elincipiente programa nuclear destruido por un ataque israelí en 2007 y siempre ha jugado al escondite con los inspectores de la Organización Internacional de la Energía Atómica. «Me preocupa mucho la letra pequeña de cualquier acuerdo», decía esta semana Amy Smithson, experta en armas químicas del Instituto Monterey de Estudios Internacionales. «Es una tarea titánica para los inspectores frenar la producción, instalar candados y hacer inventario de los ingredientes y de las municiones. Y luego destruirlo todo en una zona de guerra. Ojo con el acuerdo que propone Rusia porque es engañosamente atractivo».
- El paradero de las armas
Nadie sabe a ciencia cierta dónde están las armas químicas sirias. Antes de la guerra, el Pentágono decía que estaban en un puñado de complejos a las afueras de ciudades del Oeste como Aleppo, Latakia y Palmyra. Pero desde entonces los servicios de inteligencia creen que el régimen las ha esparcido por decenas de puntos del país.
Las armas están bajo el control del Centro de Investigación y Estudios Científicos: una institución cuyo responsable responde directamente ante el entorno de Asad y dirige una unidad de élite responsable de los arsenales. El espionaje de EEUU ha sopesado la posibilidad de sobornar o atacar a los miembros de esa unidad. Pero ha optado por no actuar en su seno por temor a perderle la pista a las armas, que podrían caer en manos de grupos islamistas como ISIS o Al Nusra, cada vez más influyentes en las filas de la oposición.
«Lo primero es saber dónde están y cómo están almacenadas», explica Garrett. «El régimen puede guardarlas dentro de misiles en cápsulas binarias como las que he mencionado o en almacenes bajo tierra. Lo siguiente es determinar cómo sacarlas de su posición actual sin liberar gases tóxicos. En el caso de la Unión Soviética muchas ni siquiera estaban en el territorio de ruso sino en los países del Asia Central y hubo que revisar documentos que databan de los años 40».
Sadam Husein tenía falsas fábricas de pesticidas y falsos complejos farmacéuticos donde se fabricaban armas químicas y biológicas. También fábricas farmacéuticas reales con secciones donde se elaboraban gases nerviosos. «Este es un problema real con el que podríamos toparnos también en Siria», dice Garrett. «Uno tiene que tener la capacidad de entrar ahí e inspeccionar a fondo una fábrica para determinar si por sus tuberías circulan sustancias ilegítimas. Es un trabajo muy laborioso».
- Una intervención terrestre
Un informe del Pentágono afirmaba en noviembre que sería necesaria una fuerza de unos 75.000 soldados para garantizar la seguridad de los arsenales químicos sirios. Una cifra cuya validez han cuestionado algunos expertos pero que arroja una idea aproximada de la complejidad de la operación.
Aquí la académica Cheryl Rofer explica que el despliegue militar debería incluir dos tipos de soldados: «Los primeros serían una fuerza de protección para proteger los complejos químicos de cualquier ataque y los segundos serían especialistas preparados para manejar los arsenales, examinar las condiciones de las municiones y prepararlas para el transporte si fuera necesario».
¿Aceptaría el régimen el despliegue de una fuerza multinacional en su territorio? Se antoja difícil. Pero sólo sería posible si antes entra en vigor un alto el fuego respetado por el entorno de Asad y por todas las facciones de la oposición. El primer tipo de soldados podrían aportarlo los países de la región. Pero los especialistas sólo pueden aportarlos Estados Unidos, el Reino Unido o Rusia. «Algunas víctimas serían inevitables y la pregunta que uno debe hacerse es si merece la pena hacer el esfuerzo», decía esta semana el experto británico Stephen Johnson.
- La destrucción de las armas
Destruir gas sarín no es un proceso sencillo. Requiere diluirlo con otros compuestos químicos en crematorios especiales y a temperaturas de casi 1.500 grados centígrados. La complejidad del proceso depende de la forma en que los compuestos venenosos estén almacenados. Es más difícil hacerlo si los gases están montados dentro de misiles que si están en depósitos independientes.
«Uno podría usar primero una sustancia química que neutraliza los efectos dañinos de los gases. Pero debe hacerlo en un entorno cerrado y apartado y asegurarse de que cualquier filtración no contaminará un vecindario cercano o se filtrará en el agua corriente», explica a este diario Laurie Garrett.
Nadie sabe a ciencia cierta el volumen de los arsenales sirios. Pero el Pentágono suele decir que ronda las mil toneladas e incluye sustancias como gas sarín, VX, VR y gas mostaza. Los expertos dicen que los inspectores podrían optar por enviar las armas químicas a Rusia para su destrucción. Pero advierten que sería mejor construir incineradores especiales en Siria para mermar el riesgo de cualquier filtración.
- El precedente de Libia
Los expertos recuerdan estos días lo que ocurrió cuando Muamar Gadafi dio un paso similar al que acaba de dar ahora el dictador sirio. Temeroso de ser objetivo de un ataque estadounidense, el régimen libio anunció en 2003 que renunciaría a sus armas químicas y firmó la Convención de Armas Químicas unos meses después. Los expertos elaboraron un plan para destruir sus arsenales y pusieron como fecha límite el 9 de abril de 2007.
Los inspectores aceptaron demorar el plazo en dos ocasiones y huyeron del país en febrero de 2011 por el inicio de la rebelión. Hasta entonces habían supervisado la destrucción de la mitad del gas mostaza de Gadafi pero nunca pudieron volver y se desconoce el paradero del resto. «El gas mostaza no tiene nada que ver con el sarín», decía esta semana el diplomático estadounidense Robert Joseph, que supervisó la negociación con Libia en 2003. «Las armas químicas sirias son mucho más modernas y mortíferas y son muchas más».
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