“Un silencio sereno lo envolvía todo, y, al mediar la noche su carrera, tu Palabra todopoderosa, Señor, vino desde el trono real de los cielos”
Hay un silencio necesario para la vida de fe, porque es condición requerida para la escucha de la palabra de Dios.
En ese silencio se adentra el profeta que ha de hablar en nombre del Señor; en ese silencio se mueve el creyente que busca conocer lo que Dios quiere de él; en ese silencio respira María de Nazaret, la doncella desposada con José, que se hace sierva de la palabra del Señor; en ese silencio vive el Mesías Jesús, el cual, entrando en el mundo, declara que viene a cumplir la voluntad de Dios.
Desde ese silencio, en el que vivimos, respiramos, nos movemos cuantos por la fe hemos nacido de Dios, desde ese silencio escucha la esposa “el rumor del amado que llega”[2], “la voz del amado que llama”[3].
El que vino a los suyos en la noche santa de Navidad, el que quiso llamarse “Dios-con-nosotros”[4], es él quien, resucitado, está en medio de los suyos cuando dos o tres se reúnen en su nombre[5]; es él quien dijo a sus discípulos: “Sabed que yo estoy con nosotros todos los días hasta el fin de los tiempos”[6]; y él es el que, cubierto de rocío, llama hoy a nuestra puerta pidiendo el abrigo de nuestra fe.
Suya es la palabra proclamada en la asamblea que se ha reunido en su nombre. De él, a quien se ha dado todo poder, haces memoria agradecida en la celebración de la Eucaristía. Y es a él a quien recibes cuando comes el pan que en la celebración ha sido santificado.
Por eso, cuando al comienzo de tu celebración el coro proclama las palabras de la Sabiduría: “Un silencio sereno lo envolvía todo, y, al mediar la noche su carrera, tu Palabra todopoderosa, Señor, vino desde el trono real de los cielos”, tú sabes, que en esa Eucaristía se te entrega esa Palabra todopoderosa, y que, para la comunidad de fe, esa celebración es su verdadero “silencio sereno”, la verdadera medianoche de la venida de su salvador.
En el silencio de la Navidad, en mitad de aquella noche santa, “la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad”.
Y a cuantos la reciben en el silencio de la Eucaristía, la Palabra les da poder para ser hijos de Dios, y son bendecidos con toda clase de bienes espirituales y celestiales.
No faltará la Palabra a vuestra Navidad si no le falta vuestra fe.
Feliz Navidad.
[1][1] Cf. Sb 18, 14-15.
[2] Cf. Cant 2, 8.
[3] Cf. Cant 5, 2.
[4] Cf. Mt 1, 23.
[5] Cf. Mt 18, 20.
[6] Mt 28, 20.
Comentarios recientes