EL RUIDO DE LA CALLE. Evita en el balcón

  • RAÚL DEL POZO

maxresdefaultFin de año, comienzo de otro, bajo la protección del dios de dos caras, de las entradas y salidas, de los principios y de los finales. Y también, dios de la moneda, que tenía templo. La Humanidad se besa bajo el muérdago y aquí, en España, la gente sigue las campanadas del reloj de la Puerta del Sol, en una joven tradición de uvas y abrazos: desde que Alfonso XIII se presentó de pronto con un racimo de uvas cerca de la Pensión Americana, donde se hospedaba Borges cuando visitaba Madrid.

No sabemos quién o quiénes nos van a gobernar, qué va a ser de nuestra moneda, si nos encaminamos a una segunda Transición con jóvenes partidos que quieren ruptura o si se urde un apaño parlamentario para formar un Gobierno moderado. Ignoramos qué pretenden los partidos. ¿Mantener el Estado Bienestar en la Europa donde vivimos o cambiar la casta política de las naciones que componen el Estado Español?

En estos días de Pascua, la compasión humana se vuelve compulsiva. No sé si será por la influencia de la izquierda que nació, precisamente, en la Puerta del Sol y que ha llevado al Palacio de Cibeles a una alcaldesa de los ‘indignados’. Esa baranda, en un gesto más de obispo que de mujer de izquierdas, ha dado de comer a unos pobres, escogidos por el padre Ángel, quien dice que está con los sin techo, pero yo siempre lo veo retratado con los ricos (aunque para hacer el bien y practicar la solidaridad, que es uno de los mandatos esenciales del Papa Francisco).

No tengo nada contra la caridad, pero sé que es de consistencia más endeble que la justicia, aunque menos es nada. En la campaña electoral, Manuela Carmenapropuso dar casa, comida y sanidad a las víctimas de la recesión, proponiendo un programa de ayuda de 200 millones de euros, el 1,8% del presupuesto municipal. El objetivo era atender a 106.000 personas que, según el Instituto Nacional de Estadística, están por debajo del nivel de la pobreza. De 106.000 hemos pasado a 200 personas con menú y cámaras. Es el bolsillo el que configura la conciencia; la justicia se basa en la igualdad, mientras la caridad es consecuencia de la compasión. He ahí a Ada Colau, con nombre de orquídea. Llamó ladrones a los banqueros, insultó a los corruptos por las calles, se convirtió en la defensora de los desahuciados. Hoy, la alcaldesa de Barcelona es una estrella política y un reclamo electoral. Partiendo de las enseñanzas de Hannah Arendt, la filosofa americana partidaria de la democracia directa y de los ‘escraches’, avanza triunfalmente en las encuestas. El propio Pablo Iglesias, al estilo Colau, puede ganar las elecciones próximas y propone un plan de emergencia social antes de empezar a hablar de pactos de gobierno. Corren el riesgo de que su afán de justicia se convierta en caridad de marquesa. Y de que Ada Colau, que se parece aRosa Luxemburgo, sea Evita en el balcón.

¿Esto es la Europa del Estado Bienestar o el padre Ángel? Aclárense. Las revoluciones, como la literatura, no se hacen con mazapán y buenos sentimientos.

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