Por Luis BONETE PIQUERAS
La crisis económica y sus nefastas consecuencias, ha logrado hacer saltar en mil pedazos estructuras familiares, firmes y consolidadas; también situaciones de bienestar que no podían imaginar que acabarían en la más profunda de las indigencias.
Sale al paso en Almansa de esta emergencia social, un comedor social regido por voluntarios con un plus de sentido de la solidaridad, hombres y mujeres que nos hacen avergonzar, nos sacan los colores a quienes, con un plato de caliente asegurado, ni nos pasa por la cabeza que haya vecinos que no tienen qué comer; y haberlos los hay, lo saben muy bien en el comedor social de la calle José Pérez y Ruiz de Alarcón.
Hasta hace unos años, los usuarios habituales de estos comedores sociales eran personas en riesgo de exclusión social, pero ahora son habituales también quienes se han quedado sin empleo e, incluso, familias enteras con graves problemas económicos.
Esta situación lacerante, que se conoce a diario en los medios de comunicación, existe en Almansa; sí, sí existe. No estamos al margen. En la Almansa del siglo XXI, en la ciudad de las fiestas de Interés Turístico Nacional, se pasa hambre; hay convecinos que no tienen que comer, y por ello, un puñado de biennacidos, sensibilizados con la tragedia, se remangan todos los días y cumplen con el mandamiento divino de “dar de comer al hambriento”.
Si la clase política, en general, tuviera algo de vergüenza, si no se hubieran deshumanizado hasta límites insospechados, caerían en la cuenta de que, el nacimiento de los comedores sociales, aquí y acullá, es el termómetro, el verdadero papel tornasol que da a conocer la exacta temperatura de su fracaso como dirigentes.
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