El tic tac que acabará en la elección de un nuevo presidente del Gobierno o en unas nuevas elecciones ha echado a andar. Pedro Sánchez se someterá al debate de investidura. El presidente del Congreso le ha dado un mes de plazopara negociar los votos necesarios, tras recibir en persona la comunicación del Rey. Si el líder socialista es elegido presidente, formará Gobierno. Si no, echará a andar el plazo de dos meses para la disolución anticipada de las Cortes y la celebración de comicios generales.
El bloqueo institucional, pues, ha acabado. Sánchez es el hombre designado y a él se dirigirán todas las miradas. El presidente del Gobierno en funciones ha pasado a un segundo plano. No importa que no haya renunciado oficialmente a la investidura. Tampoco es relevante que se considere el mejor y el único presidente que puede tener España. O que el PP le vaya a acompañar, si fuera preciso, hasta la misma puerta del infierno. Nadie se ocupará de lo que hace o deja de hacer el candidato ganador de las elecciones del 20-D. A pesar de sus 123 escaños y de su mayoría absoluta en el Senado, no podrá evitar que su partido se convierta en invisible. Por lo menos de aquí a un mes. Luego ya veremos. La sonrisa del destino le ha deparado un final de mandato como a él le gusta. Tranquilamente, en La Moncloa, dedicado a sus cosas. Aunque no solo, sino acompañado de sus siete millones de votantes en los que piensa mañana, tarde y noche desde el 20-D. Tendrá la agenda completamente libre.
Tal vez por eso Mariano Rajoy compareció pasmado, desfallecido y debilitado, después de hablar con el Rey. Diríase que el presidente en funciones se ha ido achicando conforme se ha ido dando cuenta de que no tiene, ni puede tener, los votos de la Cámara para seguir en La Moncloa. Por segunda vez en una semana, el líder del PP estuvo acompañado en su comparecencia con el respaldo anímico de Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal.
Probablemente quería pasar en compañía el trago de que el Rey haya propuesto a Pedro Sánchez -sí, sí, a Pedro Sánchez- como candidato a la investidura de presidente del Gobierno. Al jefe del Ejecutivo en funciones esto le parece una broma y de ahí su gesto contrariado y resignado, así como su advertencia de que un Gobierno de Sánchez con Podemos y los partidos independentistas será ruinoso para España.
La incredulidad desmayada de Rajoy contrastó abiertamente con la indisimulada satisfacción de Pedro Sánchez que solemnemente se declaró dispuesto a negociar un Gobierno de cambio. Seguramente la tarde del martes 2 fue el día más feliz del líder socialista desde hace meses. Aunque no podrá celebrarlo mucho tiempo. A partir de ahora, se juega su ser o no ser. Sus críticos esperan que se estrelle en la investidura. Así no tendrían que empujarle para sacarle de Ferraz. Si lo consigue, que le den el Premio Nobel.
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