El paso al frente de Sánchez posibilita una investidura que Rajoy impedía.
La decisión real de proponer a Pedro Sánchez como candidato a jefe del Gobierno acaba con el bloqueo de los vetos cruzados entre los dirigentes de las diversas formaciones. Es muy positivo que el líder socialista haya dado el paso de ofrecerse para desbloquear la situación y trate de armar un acuerdo, a pesar de las profundas dificultades que representa hacerlo desde una base parlamentaria de solo 90 diputados. Y hay que elogiar la actuación del Rey, que ha cumplido de forma impecable, pese a los obstáculos que le ha puesto el PP, con su obligación constitucional de impulsar un proceso de investidura.
Lo lógico era que Mariano Rajoy hubiera dado ese paso como cabeza de la fuerza más votada. No haberlo hecho supone la segunda negativa de facto a someterse a la investidura tras el rechazo que el presidente en funciones ya expresó a la propuesta del Rey en la primera ronda: una actitud que mantenía a las instituciones en estado de bloqueo. Era indispensable romperlo por algún sitio, tanto para abrir la vía que inicia la constitución de un Gobierno como para que empiecen a cumplirse los trámites que lleven a la repetición de las elecciones, en el indeseable supuesto de que no haya otro remedio. El ofrecimiento de Sánchez permite el desbloqueo de los mecanismos constitucionales.
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Rajoy responsabiliza al líder del PSOE de su propia situación, por considerar indispensable el concurso de los socialistas en el proyecto tripartito PP-PSOE-Ciudadanos que él defiende. Pero la política y los pactos se hacen entre personas de carne y hueso, y no únicamente a través de grandes enunciados genéricos. Rajoy gobierna un partido que se encuentra afectado por graves casos de corrupción, lo cual representa un hándicap importante a la hora de reclamar apoyos externos. Y además, el presidente en funciones no se ha ocupado de crear la suficiente confianza personal como para sostener buenas relaciones con los dirigentes de las fuerzas a las que requiere para pactar. El líder del PP tiene una idea excesivamente pragmática de los pactos como mero pago de una factura a cambio de apoyos para la investidura. Falla en esta forma de ver las cosas lo fundamental de una alianza, que es la confianza mutua y el respeto a los electores de otros partidos.
La formación de una mayoría parlamentaria pasa necesariamente por acuerdos heterogéneos. Este es el primer banco de prueba en el que se va a medir la talla política de Sánchez. Cuenta con una oferta para compartir un Gobierno de coalición por parte de Podemos, que tampoco ha hecho nada por crear relaciones de confianza, y además levanta ampollas en el seno del propio Partido Socialista; y con la disposición a hablar por parte de Ciudadanos.
A Sánchez le tocará explorar la búsqueda de apoyos en una fuerza y en la otra, sabiendo que ambas se consideran incompatibles entre sí, aunque bien es cierto que la política obliga en ocasiones a fabricar aliados entre los que se consideraban adversarios hasta la víspera. También es preciso que hable con el PP, sabiendo no solo que su abstención en la investidura puede evitar el inaceptable recurso a los nacionalistas e independentistas para permitir la constitución de un Gobierno en torno a Sánchez, sino que la colaboración del PP es imprescindible para avanzar en la reforma constitucional que se necesita, y que Sánchez ha prometido a quienes le votaron.
Tras el encargo del Rey, las posibilidades de Rajoy se limitan a esperar el fracaso de Sánchez; bien para volver a plantear su candidatura una vez quemada la alternativa, bien para intentarlo de nuevo en unas hipotéticas elecciones. Mientras, el periodo de interinidad del Gobierno va a continuar y España sigue expuesta a problemas financieros y políticos que urge atajar.
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