Durante las interminables rondas de conversaciones de Felipe VI con los líderes de los partidos políticos aspirantes y la grosera negativa de Pedro Sánchez a dialogar con Mariano Rajoy («no, no, no»), pienso que el Jefe del Estado debería haber aplicado el sistema empleado por la Curia vaticana para la elección de los Papas. Su padre, el rey Juan Carlos, lo hubiera hecho: Reunirlos a todos y de aquí no salimos, de aquí no se levanta ni Dios hasta que lleguemos a un acuerdo. Eso de que con aquel no quiero hablar y, además, insultarle, no es de recibo entre personas civilizadas. No olvidemos cuando don Juan Carlos plantó cara, el 10 de noviembre de 2007, en Santiago de Chile, a un hombre famoso mundialmente por sus excesos verbales. Lo hizo regañando a gritos al presidente Hugo Chávez, que estaba descalificando, con duras palabras, al ex presidente Aznar, con una falta de respeto a un presidente elegido por los españoles. Tal parece que hablamos de Sánchez. Fue entonces cuando don Juan Carlos entró en escena, gritándole: «¿Por qué no te callas?».
Pienso que Felipe, como Jefe de Estado, tiene no solo un poder moderador sino también conciliador. Si no lo ha utilizado en esta ocasión, ¿para que está? Él se juega más que nadie o tanto como el que más. Si le ha correspondido elegir al político que mejor pueda asegurar la gobernabilidad de este pobre y puteado país, que Dios y el Espíritu Santo le inspire como al Colegio Cardenalicio a la hora de designar un nuevo Papa.
Los palmeros
Cada vez que Rajoy, Sánchez o Iglesias comparecen en ruedas de prensa, siempre veo, pegados a ellos como lapas pero silentes, a una serie de colaboradores cuya única misión, al parecer, es la de aplaudir o reír al jefe. Son los palmeros, los aplaudidores, los apoyaores. Luena, con el líder del PSOE; Errejón con el de Podemos mientras Bescansa regala la sonrisa más siniestra e inquietante que se conoce; María Dolores de Cospedal y Rafa Hernando con el del PP, aplaudiendo aunque la procesión vaya por dentro. Y Carmen Martín Castro siempre sonriente y no sé por qué. Viéndoles, recuerdo a Javier León de la Riva, ex alcalde de Valladolid, cuando justificó su ausencia en la Primera Junta Directiva Nacional del PP, en abril de 2015, porque «se me ha pasado la edad para ir de palmero». Se trata de una batalla por ver quien se considera más amigo del líder.
Hay que reconocer que todos los políticos no quieren personas críticas sino palmeros, la especie más abyecta de la fauna política, aunque también los hay que lo son por naturaleza. Si no los tienen, pueden hacer lo que Abel Caballero. Dicen, aunque me cuesta creerlo, que acude a empresas de aplaudidores, que se movilizan en todos sus actos en Vigo, para aplaudirle y jalearle.
Cuando regreso de Madrid, adonde había viajado para negociar algo importante, fue recibido en el aeropuerto de Peinador, por aplaudidores pagados, con carteles y hasta camisetas. A propósito, he encontrado las ofertas de una empresa que ofrece una muy variada oferta de aplaudidores, como uno de PVC, otro plegable o palmeros con el logotipo del partido, incluso algunos pequeños, de bolsillo.
Presunto hijo
No quiere morirse con este supuesto. Necesita despejar, de una vez por todas, que Manuel Bénitez El Cordobés, padre que no senior, reconozca que Manuel Díaz El Cordobés Junior es su hijo. «No para que la gente sepa o no quien es mi padre, sino como homenaje a mi madre», según la gran entrevista exclusiva de Marta Gordillo de ¡Hola!, esta semana.
Coincidiendo, que también es casualidad, con el caso de José Daniel Arellán, el joven que dice ser el hijo del famoso Carlos Baute. El cantante, buena persona sin esfuerzo, ha ganado la primera batalla judicial. Nada que ver un caso con otro. Para empezar, José Daniel pide dinero por daños y perjuicios, mientras que a Manolo sólo le mueve un derecho lógico de ser reconocido por quien es su padre. Nada de dinero, como el otro. «Yo pondría mis cuentas ahora mismo a compararlas con las suyas». Las 2.000 corridas en las que ha intervenido le han convertido en multimillonario. Manolo Jr. le cuenta a Jaime Royo Villanueva, autor de sus memorias, que, cuando solo tenía quince meses, su padre le conoció en el hotel Wellington, donde se citó con su madre. Al ver el niño, exclamó: «Tiene el pelo igual que yo cuando era pequeño» y lo tomó en sus brazos con una enorme sonrisa. Después procedió a darle a la madre su reloj de oro y un fajo de billetes. Vaya tipejo.
Un triste embarazo
En la segunda mitad de los años 60, y según el periodista Manuel Román, el torero conoció a una joven rubia muy guapa, María Dolores Díez González, en casa de unos amigos que vivían en la madrileña calle de Alcalá, donde trabajaba de empleada. Molesta por el acoso del torero, dejó la casa y se colocó de camarera en una cafetería. Manolo continuó asediándola hasta que se quedó embarazada. Los padres de la joven, humildes y muy honestos, no quisieron volver a saber nada de ella. Sucedía entonces. Cuando nació el niño, Manolo le ayudó durante un tiempo y después desapareció para no volver a saber nada ni de la madre ni del hijo.
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