Cuando Bélgica entró en el Libro Guinness por superar a Camboya y ser el país del mundo que más tiempo llevaba sin Gobierno -541 días seguidos sin cabeza-, la noticia no fue que las hordas lincharan a los banqueros ni que los pobres desgraciados se dedicaran al pillaje en los supermercados. Ni tan siquiera que el Anderlecht perdiera el campeonato liguero. Porque lo volvió a ganar.
La noticia no fue el caos. Sino todo lo contrario. El paro bajó al 7,7%, el Producto Interior Bruto aguantó mucho mejor que en el resto de la Unión Europea, se redujo el déficit, el salario mínimo subió unos 50 euros y la gente -que al principio protestaba porque no tenía Ejecutivo- terminó cogiéndole gusto al Parlamento vacío: viendo la remontada, acabó diciéndoles a los políticos aquello que dijo Lola Flores en la boda de la hija. «Si me queréis, irse».
Pero nada: no se fueron. Sino que regresaron. Y allí siguen.
La parábola belga nos sirve para una doble reflexión en defensa de la democracia: hasta qué punto son perfectibles nuestros actuales representantes políticos y qué tiene la miel del poder para que las abejas se vuelvan tan tontas como en estos días.
No sólo es que a los 35 se pueda vivir sin pareja, es que se vive más. No sólo es que el antiguo plano del Metro de Madrid no se entendiera, es que te llevaba a un sitio equivocado. No sólo es que se pueda estar sin Gobierno, es que a veces se está mejor sin él.
(…)
En ‘Anatomía de un instante’, Javier Cercas escribió sobre el último golpe de Estado y sobre la ética de la traición. Si el 23-F no triunfó, si la Transición salió adelante, si la democracia fue posible, señala, fue porque Gutiérrez-Melladotraicionó al Ejército, Suárez traicionó al Movimiento y Carrillo traicionó a los comunistas.
Traición y negociación son palabras que empiezan distinto pero que terminan igual: con el candidato mandando a tomar por saco la mitad de sus ideas, encogiéndose de hombros y dando la espalda a un nutrido grupo de ciudadanos que le votó al 100% y no al 50%.
Y aquí estamos ahora, casi 35 años después, conjurado el golpismo hace ya mucho. Ahora bien: si hay un nuevo Gobierno será porque alguno de los partidos políticos (nuevos o viejos) ha decidido traicionarse a sí mismo.
En este baile de máscaras de las negociaciones, en esta carnavalada estridente,ahora resulta que todos quieren bailar con la que antes decían que era la más fea.
Sánchez le hace guiños a un Iglesias que hace nada nos iba a traer «el corralito» y a un Rivera que en la campaña era «igual que el PP». Podemos le pide cama a un PSOE que hasta ayer era casta. Rivera le tiende una mano al presidente en funciones cuando antes se la cortaba: «Bárcenas es un protegido de Rajoy». Y luego está Mariano, que permanece sentado en un rinconcito del guateque, con las rodillas muy juntas, el bolso en el regazo, sabiendo que sonarán las doce, apagarán las luces y nadie le habrá sacado a bailar.
Luego se extrañan de por qué no les votamos y lamentan la desafección.
Escribía Borges -que tenía de antisistema lo que yo de animadora de la NBA- que, con el tiempo, los seres humanos mereceremos no tener gobiernos. Se conoce que todavía, aquí, por el momento, los españoles no nos lo hemos currado lo suficiente.
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