Cuando Manuela Carmena tomó posesión del bastón de mando del Ayuntamiento de Madrid el pasado junio, se marcó como reto «convencer y seducir» a quienes no les habían votado, en alusión a la coalición Ahora Madrid -marca blanca de Podemos en la capital- que ella encabezaba. La juez emérita no cesaba de repetir un eslogan: «Gobernaremos escuchando». Pues bien, ocho meses después, si algo está demostrado es el sectarismo que inspira las medidas desarrolladas desde las distintas concejalías del Consistorio. No es ya que intenten hacer tabula rasa de la gestión de los anteriores equipos municipales. Es sobre todo que, con unainsufrible mezcla de ‘amateurismo’ e infantilismo, pretenden inventar cada día la pólvora, con anuncios y decisiones cargados de pretendido simbolismo que no hacen sino generar controversia, mientras se acumulan, ‘sine die’, los verdaderos problemas de Madrid.
Uno de los ejemplos más flagrantes es el del plan municipal de Memoria Histórica, que ha devenido en una pifia vodevilesca. El equipo de Carmena inició su mandato anunciando como una de sus prioridades la retirada de las calles con nombres de reminiscencia franquista. Ya criticamos en su momento que ésta fuera una de las tareas más urgentes para el Ayuntamiento, cuando son muchos, y de distinta índole, los problemas que requieren una pronta solución: la elevada contaminación municipal, los atascos, la deuda o la suciedad urbana, por citar sólo algunos de los más repetidos. Pero Podemos antepuso la imposición de sus parámetros ideológicos, y la supuesta reorganización del callejero les corría mucha prisa.
El resultado, a día de hoy, provocaría hilaridad si no fuera porque es un asunto tan sensible. La Concejalía de Cultura retiró con nocturnidad y alevosía una placa en homenaje a frailes carmelitas fusilados en agosto de 1936, que a las pocas horas hubo de restituir en vista del gran error cometido. Y poco más. Hasta que ayer mismo la Cátedra Memoria Histórica vinculada a la Universidad Complutense tuvo que renunciar al asesoramiento que venía prestando al Consistorio, tras la lógica polvareda y profunda irritación que ha desatado la publicación del listado provisional de ilustres franquistas que se estaba manejando y que incluía, entre otros, a Salvador Dalí, Santiago Bernabéu, Josep Pla o Miguel Mihura. Un disparate monumental. La propia Carmena ya dijo hace meses que no entraba en sus planes la retirada de calles dedicadas a estas personalidades. Sin embargo, como en tantas otras cosas, la capacidad de acción y la autoridad de la alcaldesa están en entredicho porque no le faltan subordinados que mandan mucho empeñados en que el barrido a cuenta de la Memoria vaya lo más lejos posible.
Estamos ante un desatino tras otro. Y de ahí la gravedad del asunto, porque se trata de la capital de España. Sólo en las últimas semanas, hemos visto cómo el Consistorio trataba de reinventar la tradicional Cabalgata de los Reyes Magos, cambiando las capas de armiño de Sus Majestades de Oriente por unas polémicas túnicas étnicas más propias de un Carnaval. Y cuando éste llegó, la Concejalía de Cultura no tuvo mejor idea que la de contratar a un grupo de titiriteros vinculados con grupos antisistema, anarquistas y anticapitalistas. Al margen del intolerable hecho de que representaran ante un público infantil, una obra plagada de violencia y con referencias que pueden constituir un delito de enaltecimiento del terrorismo, es inadmisible que el Ayuntamiento de Carmena, siempre en su afán por epatar y movido por el sectarismo, recurra a propuestas culturales que de antemano van a generar división y polémica entre los madrileños.
Y todo sin la más mínima asunción de responsabilidades políticas. La alcaldesa Carmena no se atreve ni a destituir a su incompetente concejala de Cultura, dado que Ganemos -la facción mayoritaria de Ahora Madrid- ya le ha advertido de que acarrearía consecuencias. La división en el grupo municipal gobernante está servida. Lo triste es que los madrileños tendrán que seguir sufriendo la errática gestión y el sectarismo del equipo de Podemos, que ya no se acuerda de aquellas promesas de regeneración, diálogo y seducción hacia quienes no piensan como ellos.
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