El PSOE y Ciudadanos están todavía lejos de alcanzar un acuerdo. Han avanzado en temas relacionados con la regeneración, algunas reformas económicas… Pero los equipos negociadores aún no han tocado las fibras sensibles de la negociación. Por ejemplo, si el nuevo Gobierno subirá o no los impuestos, o si va a otorgar un trato diferencial, aceptando una relación bilateral, a Cataluña o el País Vasco.
La etapa de postureo se agota y ambos partidos se han marcado la semana que viene como fecha límite para firmar un documento o dar por rotas las negociaciones. El día 2 de marzo Pedro Sánchez tendrá que hacer su discurso de investidura en el Congreso tenga o no los apoyos para formar Gobierno.
Con el PP fuera de juego, salvo los contactos que pueda mantener Albert Riveracon Mariano Rajoy, esta es una final a tres bandas: PSOE, C’s y Podemos.
Lo peor que tiene esa etapa, en la que se negociará contra el reloj, es que nadie se fía de nadie.
Ciudadanos no se fía de que el PSOE esté haciendo el paripé para acabar optando por Podemos si el partido de Iglesias rebaja sus exigencias y sus ínfulas. Podemos y Ciudadanos son como el agua y el aceite. Sánchez, por su parte, no traga a Pablo Iglesias y siente vértigo cada vez que se imagina un Gobierno compartido con él y con su gente.
El drama para Sánchez, que es el que ha asumido la responsabilidad de sumar una mayoría para gobernar, es que el único con el que tiene más opciones para lograrla es el que pretende destruir a su partido y el que, además, mantiene posiciones más maximalistas.
La duda hamletiana en la que se debate el líder del PSOE es si conformarse con un acuerdo digno con Ciudadanos y resignarse al fracaso seguro en la investidura, o bien arriesgarse a pactar con Podemos y asumir las consecuencias de la bicefalia: dos gobiernos conviviendo en un mismo Gabinete.
Una dulce derrota sería lo mejor para Sánchez pensando en las elecciones, porque seguramente los electores premiarían sus esfuerzos por sacar al país de la parálisis en la que se encuentra.
Sin embargo, el líder de los socialistas no puede permitirse ese lujo. Si fracasa en la investidura, le esperan las primarias del 6 de mayo, marcadas a fuego en la resolución del último Comité Federal, en las que Susana Díaz amenaza presentar la batalla definitiva para sustituirle como cabeza de cartel de cara a los comicios del 26 de junio.
Ante mi escepticismo respecto a la disposición real de la presidenta de Andalucía a dar el salto a Madrid (si renuncia a hacerlo se convertirá en la Esperanza Aguirredel PSOE), un dirigente socialista que mantiene hilo directo con ella responde contundente: «No te quepa duda de que Susana está dispuesta».
Difícil dilema: optar entre compartir un Gobierno con Pablo Iglesias o tener que enfrentarse a Susana Díaz y su Brunete territorial. ¡Con lo bonito que sería que se abstuviera el PP!
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