El renacido en versión original

La película favorita hoy para los Oscar es la historia real de ‘El trampero de Misuri’

Recuperamos la crónica periodística que dio a conocer los hechos. La firmó, en 1825, un abogado que llegó a ser juez

  • JAMES E. HALL

14565090821896Las fortunas diversas de aquellos que llevan el apodo del título [The Missuri Trapper, en español: El trampero de Misuri], cualesquiera que sean sus virtudes o sus deméritos, deben, de acuerdo con los habituales principios de humanidad, ser acreedores de nuestra simpatía, al tiempo que no pueden dejar de despertar admiración. Las penalidades voluntariamente afrontadas y las privaciones valerosamente soportadas por esta raza de resistentes, en el ejercicio de su peligrosa vocación, ofrecen abundantes pruebas de estas peculiares características que distinguen a los americanos de los bosques. Los desiertos inexplorados de Misuri, los innumerables riachuelos tributarios del Misisipi, las espesuras de las Montañas Rocosas, todos ellos han sido explorados por estosaudaces aventureros; por otra parte, la considerable y creciente importancia del comercio de pieles de Misuri es muestra, así como sus cifras, de sus habilidades y perseverancia.

El ingenioso autor de Robinson Crusoe ha demostrado, mediante una afable ficción, que un hombre puede sobrevivir en un desierto sin la sociedad ni la ayuda de sus semejantes y sin el concurso de esos artilugios técnicos que se consideran indispensables en un estado de sociedad civilizada; que la naturaleza le proveerá de todo lo que necesite y que su propio ingenio le sugerirá medios y formas de vida con los que ni sueñan en los refinados círculos de la filosofía. Que aquello que el novelista ha juzgado prácticamente imposible y que un amplio porcentaje de sus lectores ha considerado siempre maravillosamente increíble, se reduce en la actualidad a algo que se pone en práctica cada día y cada hora en nuestros bosques del oeste. Aquí pueden encontrarse muchos Crusoe vestidos con pieles y manteniendo sin pesar alguno su casita de soltero en los agrestes bosques, privados de la sonrisa de una hermosa mujer, sin el consuelo de la voz de un humano, sin siquiera un Viernes por compañía, y ajenos a este mundo enincesante movimiento, a sus preocupaciones, a sus placeres o a sus comodidades.

desktop-grizzly-bear-animal-pictures-dowload‘Robinson Crusoe’ es de hugh glass

En junio pasado llegó al Fuerte Atkinson, procedente del Misuri superior, un hombre ya mayor que fue reconocido instantáneamente por algunos de los oficiales de la guarnición como un individuo que, supuestamente, había sido devorado, hacía algún tiempo, por un oso gris pero del que más recientemente se había informado que había sido asesinado por los indios arikara. Su nombre es Hugh Glass. No he determinado con precisión si la vieja Irlanda o la Pensilvania escocés-irlandesa reivindican el honor de su nacimiento, y supongo que tampoco la humilde suerte de este recio aventurero irá a despertar sobre este asunto una rivalidad semejante a la que se refiere al lugar de nacimiento de Homero. Lo que sigue es su propio informe sobre sí mismo durante los últimos diez meses de su peligrosa carrera.

Fue empleado como trampero [se dice que es el «cazador que emplea trampas para lograr sus presas», según la RAE] por el comandante Henry y asignado a su mando ante los poblados arikara. Después de la huida de estos indios, el comandante y su grupo partieron hacia el Río Yellowstone. Su ruta se extiende Río Grande arriba y por un terreno de pradera, salpicado aquí y allí de matas y malezas, ciruelos enanos y otros arbustos propios de áridos suelos arenosos. Puesto que estos aventureros obtienen sus alimentos, así como sus vestimentas, del espacioso almacén de la Naturaleza, es habitual que uno o dos cazadores se adelanten al resto en busca de piezas, de manera que el grupo no se vea obligado, de noche, a acostarse sin cenar. Reputándose la escopeta de Hugh Glass entre las más fiables, se destacó en cierta ocasión en busca de provisiones.

No se había adelantado mucho del grupo y se estaba abriendo paso por unos matorrales cuando una osa gris, que se había medio enterrado en la arena, se levantó a menos de tres metros de él y, antes de que pudiera «apretar el gatillo» o darse la vuelta en retirada, lo había agarrado por la garganta y levantado del suelo. Arrojándolo de nuevo a tierra, su espeluznante adversario le arrancó un bocado del sustento caníbal, el cual había despertado su apetito, y se retiró a presentar la muestra a sus cachorros, que estaban al alcance de la mano.

En sus palabras: «reventé al bicho»

La víctima hizo entonces un esfuerzo por escapar, pero la osa volvió inmediatamente con nuevos bríos y lo atrapó otra vez por el hombro; le produjo también un gran desgarro en su brazo izquierdo y le infligió una herida de gravedad detrás de la cabeza. En este segundo ataque, a los oseznos les impidió tomar parte uno de los del grupo, que se había lanzado precipitadamente en auxilio de su camarada. Una de las crías, sin embargo, obligó al recién llegado a meterse en su retirada dentro del río, donde, de pie en medio de la corriente, le disparó a su enemigo un tiro mortal o, por utilizar sus propias palabras:«reventé al bicho». Entretanto, había llegado la sección principal de los tramperos, que acudieron en socorro de Glass y dispararon siete u ocho tiros con tal acierto que dieron fin a las hostilidades, poniendo en fuga a la osa cuando estaba erguida sobre su víctima.

Así fue como arrebataron a Glass de las garras del feroz animal, aunque su estado distaba mucho de ser envidiable. Había recibido varias heridas, todas ellas letales; todo su cuerpo estaba magullado y malherido y se encontraba tendido en el suelo bañado en su propia sangre, entre intensos dolores. Procurarle asistencia quirúrgica, tan conveniente en aquel momento, era imposible; y trasladar a la víctima no lo era menos. La seguridad del grupo en su conjunto, ahora que estaban en territorio de indios hostiles, dependía de la celeridad de sus movimientos.

Sacar de allí al malherido e inerme Glass equivaldría a una muerte cierta para él y una medida de ese tipo habría resultado peligrosísima para el resto del grupo. Ante tales circunstancias, el comandante Henry, no sin ofrecer una exorbitante recompensa, convenció a dos de los suyos a quedarse con el herido hasta que expirara o hasta el momento en que pudiera recuperarse lo suficiente como para trasladarlo a algunos de los establecimientos comerciales del territorio.

Cinco días permanecieron al lado del paciente y, dando por hecho que su recuperación no era ya posible, lo abandonaron cruelmente, llevándose con ellos su escopeta, su zurrón y lo demás, y dejándolo sin medio alguno de hacer fuego o procurarse alimento. Estos miserables sin principios siguieron los pasos de su patrón y, cuando lo alcanzaron, informaron que Glass había muerto a consecuencia de sus heridas y que ellos lo habían enterrado de la mejor manera posible. Aportaron sus efectos como confirmación de sus afirmaciones y de inmediato les dieron crédito.

Mientras tanto, el desgraciado Glass, que seguía agarrándose a un hilo de vida, cuando se vio abandonado, se arrastró entre grandes dificultades hasta una fuente que se encontraba a escasos metros, junto a la que se quedó tendido durante diez días. En ese tiempo subsistió a base de frutos silvestres que adornaban el manantial y de grains des boeufs [Shepherdia argentea, o bayas de búfalo] que tenía a su alcance. Al recuperar, muy poco a poco, algo de fuerza, emprendió entonces camino hacia el Fuerte Kiawa, un establecimiento comercial sobre el río Misuri, a unas 350 millas [unos 560 kilómetros] de distancia. El penoso itinerario hasta alcanzar el final de semejante viaje, a través de un territorio hostil, sin armas de fuego, con apenas fuerzas para arrastrar sus extremidades, una después de la otra, y sin prácticamente ningún otro medio de subsistencia que frutos silvestres, requería unas dosis de entereza absolutamente fuera de lo común.

Tuvo la buena fortuna, no obstante, de encontrarse un buen día «con la muerte de una cría de búfalo» a la que una manada de lobos había pillado desprevenida y dado muerte. Dejó que los agresores continuaran su pelea hasta que ya no quedaron señales de vida en su víctima; y entonces se metió en medio y tomó posesión de la «bien cebada cría«; sin embargo, como no tenía medio de hacer fuego, podemos deducir que no consiguió un aprovechamiento muy generoso del ternero así obtenido. Con infatigable dedicación, siguió avanzando a duras penas hasta que llegó al Fuerte Kiawa.

Antes de que sus heridas sanaran por completo, a Glass se le despertó su sentido del honor y se unió a un grupo de cinco engagés [soldados voluntarios] que iban a ir, en una piroque [piragua], por el río Yellowstone. El objeto principal declarado de este viaje era la recuperación de sus armas y la venganza de los cobardes que le habían robado y lo habían abandonado en su hora de peligro.

Cuando el grupo hubo llegado a pocas millas de la antigua aldea de Mandan, nuestro trampero, maestro en escapar por los pelos, echó pie a tierra con el objetivo de dirigirse desde ese lugar al Fuerte Tilton por una ruta más cercana que la del río. En los días que siguieron, todos sus compañeros de viaje fueron muertos por los indios arikara. Cuando se aproximaba al fuerte con ciertas precauciones, observó a dos indias, a las que reconoció como arikaras, y ellas, que lo descubrieron a él al mismo tiempo, se volvieron y huyeron.

1024x768_oso_pardo_01Dos pieles rojas lo capturan

Ésta era la primera información que obtenía del hecho de que los arikaras se hubieran aposentado en la aldea de los Mandan [una tribu india de lengua siux] y al punto se dio cuenta del peligro de su situación. Las pieles rojas no tardaron mucho en reunir a los guerreros de la tribu, que inmediatamente comenzaron la persecución. Resentido todavía de la gravedad de sus recientes heridas, el pobre fugitivo ensayó una débil tentativa de fuga y, cuando sus enemigos estaban al alcance de los disparos de su escopeta, dos guerreros mandanes a caballo se lanzaron sobre él y lo capturaron. En lugar de acabar con la vida de su prisionero, tal y como él había dado por hecho, lo subieron a uno de sus caballos, que habían traído con ese fin, y lo llevaron al Fuerte Tilton sin un rasguño.

Aquella misma noche, Glass se escapó sigilosamente del fuerte y, tras viajar durante treinta y ocho días, en solitario y a través del territorio de unos indios hostiles, llegó al destacamento Henry.

Al enterarse de que el trampero al cual perseguía se había ido del Fuerte Atkinson, Glass accedió de buena gana a ser el portador de cartas para ese puesto y, por consiguiente, abandonó el Fuerte Henry, en el río Big Horn, el 29 de febrero de 1824. Cuatro hombres lo acompañaban. Viajaron hasta el río Powder, que vierte sus aguas en el Yellowstone, aguas abajo de la desembocadura del [Big] Horn. Continuaron su ruta Powder arriba hasta sus fuentes y, desde allí, hacia el Platte. Aquí construyeron unos botes con pieles y descendieron en ellos hasta el extremo inferior de Les Cotes Noires (las Colinas Negras), donde descubrieron treinta y ocho cabañas de los indios arikara. Se trataba del campamento del grupo de Ojos Grises. Este jefe había muerto en el ataque de los soldados americanos a su aldea y su tribu se encontraba ahora bajo el mando de Langue de Biche (Lengua de Alce). Este guerrero bajó [al río] e invitó a nuestro pequeño grupo a echar pie a tierra y, con muchas manifestaciones de amistad, los indujo a creer que era sincero.

El jefe de los salvajes le abraza

Glass había convivido en tiempos con este político resabiado y trapacero durante todo un invierno, había salido de caza con él y fumado su pipa y roto muchas botellas junto al fuego amistoso de su tienda; y cuando pisó tierra, el jefe de los salvajes le abrazó con la cordialidad de un viejo amigo. A los hombres blancos les retiraron inmediatamente toda vigilancia y ellos aceptaron la invitación a fumar en la tienda del indio.

Mientras estaban dedicados a pasarse la pipa de la hospitalidad, se oyó a un niño pequeño lanzar un chillido sospechoso. Glass miró por la entrada de la tienda y observó que las mujeres de la tribu se llevaban las armas y otras pertenencias de su grupo. Ésta fue la señal para que todo el mundo se pusiera en movimiento; los huéspedes saltaron de sus asientos y huyeron precipitadamente perseguidos por sus traicioneros anfitriones: los blancos corrían para salvar su vida; los guerreros pieles rojas, en busca de sangre.

Dos del grupo fueron alcanzados y les dieron muerte: uno de ellos, a escasos metros de Glass, que había ganado una zona de rocas sin que se dieran cuenta y se mantuvo cuerpo a tierra, oculto a la vista de sus perseguidores. Versado en todas las artes de la guerra de la frontera, nuestro aventurero estaba capacitado para ponerlas en práctica en la presente crisis, con tal éxito como para despistar a sus enemigos sedientos de sangre; se quedó en aquel recóndito lugar hasta que, perdidas las esperanzas, abandonaron su búsqueda. Al respirar una vez más el aire libre, salió de su escondite al amparo de la noche y retomó su camino a pie hacia el Fuerte Kiawa.

En esa época del año, los recentales de búfalo tenían por lo general apenas unos pocos días de vida; y como el territorio por el que viajaba estaba abundantemente poblado de ellos, comprobó que no era tarea difícil pillar desprevenido a alguno tantas veces cuantas su apetito le aconsejaba que acelerara el paso con este fin. «Aunque había perdido mi escopeta y todos mis pertrechos -manifestó-, sentí que era bastante rico cuando encontré mi cuchillo, mi pedernal [para hacer fuego] y mi eslabón en mi zurrón. Estos pequeños fixens [utensilios] -añadió- hacen que un hombre se sienta de lo más animado cuando se encuentra a quinientos o seiscientos kilómetros de cualquier ser humano o de cualquier lugar, completamente solo entre pumas y animales salvajes».

Encuentra a su peor enemigo

Un viaje de quince días lo llevó al Fuerte Kiawa. Desde allí descendió al Fuerte Atkinson, en [la ciudad de] Council Bluffs, donde encontró a su viejo y traicioneroconocido vestido de soldado raso. Esta circunstancia protegió de castigo al delincuente. El oficial al mando del puesto ordenó que se le devolviera su escopeta y al veterano trampero se le proporcionaron otros útiles o fixens, como él los denominaría, para ponerlo de nuevo en disposición de echarse al monte. Todo ello apaciguó la cólera de Hugh Glass, de quien mi informador se despidió. Mientras él, dejaba pasmado y boquiabierto, con su prodigioso relato, a toda la guarnición. Desde el último soldado al más alto oficial.

-Traducción por Miguel Morer

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