Pedro Sánchez no consigue la confianza de la Cámara y se extiende el convencimiento de que habrá nuevas elecciones el 26 de junio
Albert Rivera le come el terreno al candidato, pide la retirada de Rajoy y se erige como esperanza blanca del centro derecha
Los socialistas apenas ven posibilidad de acuerdo con Podemos tras la arremetida de Iglesias contra Felipe González y sus siglas
El acuerdo de gobierno suscrito -«con redoble de tambores», en expresión deMariano Rajoy-, entre Pedro Sánchez y Albert Rivera, apenas ha tenido unos días de vida. Esta noche decaerá, al mismo tiempo que las esperanzas del candidato socialista de ser investido nuevo presidente del Gobierno. Sánchez no lo ha logrado, y aunque aún le queda una segunda oportunidad, el viernes a última hora, ni siquiera él cree en el milagro.
La Cámara le denegará la confianza. Recabará 130 votos a favor -quizá uno más, gracias a Coalición Canaria– y 220 en contra. Nada indica que este pésimo
resultado en sólo 48 horas pueda cambiar y menos aún tras las durísimas intervenciones, el vapuleo, que ha tenido que sufrir el aspirante socialista desde la derecha y desde la izquierda.
Ni Mariano Rajoy, que enhebró un discurso contundente, irónico y sin concesionesabundando en la incapacidad del aspirante para conformar una masa crítica que permita formar gobierno [intervención completa en PDF], ni Pablo Iglesiasarremetiendo con toda dureza contra Sánchez por lo que él mismo ha hecho -inclinarse claramente hacia la derecha, en su opinión- y por lo que hicieron sus predecesores al frente del PSOE, dejaron espacio al líder del PSOE para respirar.
Y el poco que le quedó se lo arrebató un Albert Rivera crecido que ha llegado a presentarse como el auténtico árbitro en medio de un panorama de caos en el que todos batallan contra todos. Rivera habló del acuerdo que ha firmado con el PSOE atribuyéndose la paternidad del mismo casi en su totalidad. Supo defenderlo sin aspavientos ni exabruptos.
El presidente de Ciudadanos, en contra de lo que se barruntaba, supo encontrar un hueco en el debate muy alejado del papel de «comparsa» que se le quería atribuir desde el PP, o el de socio de segunda mano que le daba por asignado el PSOE.
Más aún, Rivera ha sido, pese a sus modales tranquilos, un enemigo feroz. Para empezar, de Rajoy. El líder de C’s reclamó abiertamente la retirada del presidente del Gobierno en funciones. «Con usted no es posible la regeneración», vino a decir dando por hecho que Rajoy es el obstáculo insalvable que se interpone en el camino del PP- al que no cometió el error de marginar ni excluir, como sí ha hecho Sánchez-, para seguir manteniéndose como opción de gobierno.
Acusó de «pereza» al presidente, metiendo así el dedo en la llaga que los propiospopulares abrieron cuando constataron que su jefe de filas optaba por aguardar cediendo el terreno de la imagen pública al rival. Utilizó este argumento con habilidad, mucha más que la que demostró Sánchez pese al uso y abuso que hizo del recordatorio de un Rajoy declinando la propuesta de investidura que le hizo el Rey.
Albert Rivera enarboló la bandera de la nueva política la que, dicen, sólo se mueve por los «intereses generales», la que declara la guerra a la corrupción y la que ha venido para regenerar y modernizar el país con el concurso de la ciudadanía. Y a juzgar por los comentarios, y también por los silencios de pasillo, lo hizo de manera eficaz.
También, y desde el extremo opuesto, brilló Pablo Iglesias en su estreno parlamentario. El líder de Podemos fue para muchos «excesivo» y «doctrinario». Es su estilo, pero al igual que Rivera no dejó títere con cabeza.
Golpeó sin piedad a Sánchez por haberse inclinado hacia la derecha. Se mostró exigente, incluso autoritario y amenazante. Al PSOE le dejó claro como el agua que no pactará nada con él si no acepta dar un giro de 180 grados, lo que implica abandonar su pacto con Ciudadanos y además asumir todas las demandas que la formación morada plantea y que ahora, a la vista de la debilidad del PSOE, ha encarecido.
Sánchez urgió a Iglesias a aclarar si lo que busca, a la postre, es la celebración de nuevos comicios. El envite, al líder de Podemos, ni le rozó. Más aún, a la vista del debate y de las posiciones manifestadas por unos y otros, la sensación de que el país se encamina derecho hacia las nuevas elecciones el 26 de junio, se extiende como una mancha de aceite.
Si Pedro Sánchez albergaba la esperanza de que a partir de su investidura fallida se iniciara una nueva etapa en la que él encontrara terreno para atraer a la formación morada, hoy ha quedado casi diluida en su totalidad.
Los socialistas, tras escuchar el durísimo ataque que Iglesias lanzó no sólo contra sus propias siglas sino también contra su gran referente, Felipe González, por su pasado «manchado de cal viva», se sienten tan agraviados que apenas ven posibilidades de entendimiento a medio plazo con Podemos.
Es más, a muchos no les gustó comprobar cómo su candidato insistía en pedirle el voto a Iglesias después de que éste se hubiera cebado con ellos, con su historia y con sus iconos ideológicos.
Tras la sesión de la mañana, interrumpida tras la intervención del portavoz deERC, Joan Tardà, el debate ha virado esencialmente hacia los planteamientos nacionalistas. El tono ha bajado porque en este campo el frente ante las demandas independentistas es muy amplio. Sánchez no ha cedido ni un milímetro ante las pretensiones secesionistas y ha defendido bien los artículos nucleares de la Constitución. Su posición en este terreno se daba por descontada y por tanto no le ha proporcionado brillo ni le ha permitido recuperar el protagonismo perdido.
Pese a ello, si alguien ha tendido la mano al PSOE o al menos se han mostrado abiertos a dialogar y negociar a partir de la próxima semana, han sido los representantes del nacionalismo catalán y vasco. Pedro Sánchez sabe que con ello no basta e incluso que un acuerdo con ellos puede ser para él un campo de minas.
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