Aznar y Rajoy

  • LUIS MARÍA ANSON

040871001243406231JOSÉ MARÍA Aznar se niega al regreso. No quiere oír hablar de esa posibilidad. Deja para Proust la busca del tiempo perdido. En cambio está dispuesto a movilizarse para evitar que algunos desmedulen el Partido Popular. Cree que la posición liberal conservadora significa la prosperidad y la estabilidad para una nación como España. Y le preocupa que su partido se enrede en las cuentas, los rescates y las crisis económicas y desdeñe las ideas sustanciales: la unidad de España, los principios de derecho público cristiano, la sociedad de libre mercado, la propiedad privada, la justicia social… «La extrema izquierda populista y totalitaria -ha dicho- es la culpable de que un país como Venezuela haya descendido a niveles insoportables de carencias para el pueblo, violencia y quiebra social e intelectual». Vislumbra Aznar que si el sector liberal conservador español se mantiene en su torpeza actual, el populismo a estilo venezolano, es decir el comunismo del siglo XXI, podría encaramarse en las próximas semanas a la silla curul del Palacio de la Moncloa.

Los que conocen bien a Aznar aseguran que su entusiasmo por Rajoy, al que él nombró, es perfectamente descriptible. Pero el expresidente no participa en ninguna intriga contra el presidente en funciones, aunque, como ha recordadoLucía Méndez en un espléndido artículo, Aznar reaccionó amenazador contra la pasividad de Rajoy ante una pirueta de reprobación por parte de los comunistas. Asegura el expresidente que la renovación en el Partido Popular resulta imprescindible pero calla sobre nombres y personas. No entra en las disputas internas. Le importa más la unidad del PP que cualquier aventura. Y salvo que el presidente decida dar un paso atrás, esa unidad está articulada, hoy por hoy, en torno a su persona.

Mariano Rajoy vive en la más absoluta soledad política. Su equipaje de aciertos económicos es formidable. Su capacidad dialéctica, robustecida por la descarga de la ironía, permanece intacta. Lo demostró, de forma brillante, en los debates de investidura. Pero solo cuenta con sus 122 diputados que, piensen lo que piensen, digan lo que digan en privado, permanecen dóciles corderos al cayado del pastor, no vaya a ser que cualquier declaración les excluya del redil. Parece improbable, en todo caso, que Rajoy en las ocho semanas próximas sea capaz de articular una mayoría parlamentaria. Por mucho que lo reitere, no venció en las elecciones del 20 de diciembre. En el parlamentarismo no gana, salvo mayoría absoluta, el que tiene más votos sino el que dispone de mayor capacidad para sumar voluntades.

Aznar sabe que Rajoy juega desde el 21 de diciembre del año pasado la carta de nuevas elecciones con la frágil esperanza de que la corrupción no le haga pagar facturas que pueden resultar devastadoras. En esas nuevas elecciones, la alianza entre los dos partidos comunistas -Izquierda Unida y Podemos- tiene probabilidades altas de convertirse en la segunda fuerza política de España. No se puede descartar que Podemos consiga ‘pasokizar’ al PSOE, al centenario partido que engrandeció Felipe González. Menuda pirueta política la de Rajoy, si tras las nuevas elecciones se viera obligado a no afrontar la investidura por falta de apoyos, y el Rey tuviera que proponer a Pablo Iglesias para que lo intentara.

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