Hace unas semanas sicarios del IS asaltaron el asilo de las misioneras de la Madre Teresa en Adén para exterminar la última presencia cristiana.
Los monjes de Tibhirine: un superviviente y siete mártires
«Frente a mis ojos vi cómo ejecutaban a dos personas». Los sicarios del Estado Islámicoregistran el Hogar de la Madre Teresa de Calcuta en la ciudad de Adén, sabiendo que son cinco monjas y les falta una por asesinar de un tiro en la cabeza. La tienen detrás de la puerta, respirando a menos de un metro, inmóvil como una estatua. «Entraron tres veces a mirar en esa habitación, pero no me vieron». La hermana Sally, superiora de las Misioneras de la Caridad al frente del asilo donde cuidan a 60 ancianos pobresmusulmanes, hombres y mujeres, recuerda en su escondite las palabras del padre Tom. El sacerdote salesiano Tom Uzhunnalil se lo ha advertido a diario a las monjas que lo refugian en su hogar de Adén -la segunda ciudad de Yemen, al sur de Arabia Saudita- desde que fanáticos incendiaron y saquearon en septiembre la iglesia del cura, la de la Sagrada Familia. «Tenemos que estar listos para el martirio». Se acerca el sacrificio finalen las garras de la muerte. El «Novio», como ellas dicen.
Amanece el 4 de marzo de 2016 y las monjas de la Madre Teresa encarnan lo poco que queda de la iglesia católica en la ciudad portuaria yemení de medio millón de vecinos, donde la minoría cristiana (en un país con 24 millones de habitantes y sólo 3.000 cristianos) ha tenido que escapar por el terrorismo yihadista y un año de guerra civil. Son cinco misioneras: la superiora Sally (de apellido civil Pulparambil, 57 años, de la India) y las hermanas Anselm (Cecilia Minj, 61, India), Marguerite (Anathalie Mukhasema, 44, Ruanda), Judith (Kimatu Anastacia Kanini, 41, Kenia) y Reginette (Valentine Uwingabire, 32, Ruanda). Y con ellas el párroco indicio, de 57 años. A su lado permanece una decena de leales trabajadores etíopes (cristianos) y yemeníes (musulmanes) que las ayudan a cuidar de los ancianos.
Con las últimas tres iglesias destruidas, el cristianismo ha quedado reducido en Adén a este inofensivo asilo-convento donde predican amor. Están inermes, pero ni se van ni se esconden. Un gran cartel en la entrada indica en árabe e inglés que aquí, en el barrio de Sheij Osmán, está el Hogar de la Madre Teresa. Ante él se presentan seis hombres vestidos de azul a las 8.30 de la mañana, tras la misa y el desayuno. Dos se quedan fuera, cuatro dicen que vienen a visitar a sus ancianas madres. Mentira. Matan al guardia de la puerta y al conductor del asilo. «¡Hermanas, el Estado Islámico está aquí, vienen a matarlas!», gritan los trabajadores. Pero no tienen escapatoria. A los cinco jóvenes ayudantes etíopes y a un sexto compatriota que estaba de visita los atan a los árboles y los matan de un tiro en la sien. Luego les aplastan el cráneo a golpes.
Las monjas salen corriendo en parejas. Una yemení que es cocinera del hogar desde hace 15 años implora a los asaltantes: «¡No matéis a las hermanas! ¡No matéis a las hermanas!». La acallan metiéndole una bala en la cabeza. Capturan primero a Judith y a Reginette. Llevan puestos aún los delantales que han usado para servir el desayuno y sus medicinas a los viejos más pobres de Adén. Si en las semanas precedentes el Estado Islámico y Al Qaeda han matado a autoridades de la ciudad con fuerte protección armada, ¿qué resistencia ofrecen unas monjitas cuyo uniforme de combate son unas chanclas, un delantal de cuadros y una túnica blanca con ribetes azules, y sus armas, las cucharas con que dan papillas a bocas desdentadas o el agua con que limpian a los inválidos sus excrementos? Las maniatan, les vuelan de un tiro la cabeza y se las machacan. Quedan tendidas boca abajo, su sangre empapa la arena seca. Lo mismo hacen con Anselm y Marguerite: muñecas atadas y disparo al cerebro.
La hermana Sally, al escuchar que una trabajadora grita «¡Es el Estado Islámico, escóndanse!», se mete en la habitación que usan como cámara refrigerada, aprovechando que está abierta. Se oculta de pie detrás de la puerta y se queda inmóvil, testigo del horror. A una parte de los trabajadores los han metido en una habitación. A través de una ventana ve cómo los asesinan a balazos: «Enfrente de mis ojos vi cómo ejecutaban a dos personas». Los terroristas registran el recinto en busca de la quinta religiosa que les falta. Ella, Sally. La tienen tras la puerta. «Entraron tres veces a mirar en esa habitación, pero no me vieron. Yo no me movía».
Mientras, el padre Tom, que está en la capilla, escucha los gritos y a toda prisa se come las hostias. Ha llegado la hora del martirio y no quiere que los asesinos mancillen sus símbolos sagrados.
Los asesinos destruyen la Virgen, el Jesús crucificado junto al lema «Tengo sed» como el que preside todos los hogares de estas misioneras en el mundo, el altar, el tabernáculo, el púlpito, los libros de oraciones, los ejemplares de la Biblia. Todo. Como si estuvieran exterminando cucarachas llamadas infieles y no masacrando a personas y borrando sus signos de identidad. No matan en el sitio al sacerdote: prefieren llevárselo a rastras metido en un coche, como observa un vecino. Aún no se sabe si está muerto o lo mantienen secuestrado, vivo, para intercambiarlo por dinero o presos.
Tras hora y media de matanza y saqueo, se van a las 10 o 10.15 de la mañana. Allí dejan a los viejitos, huérfanos de cuidadoras. La hermana Sally sale de su escondite y ve los cuerpos de las cuatro hermanas y de los 11 ayudantes masacrados, entre charcos de sangre. Un trabajador yace sin vida en el jardín con las manos atadas a la espalda con una lazada de plástico blanco. Como un animal en el matadero.
Son seis de Etiopía y cinco de Yemen (el guarda, el celador, el conductor, la cocinera y la lavandera), héroes sencillos cuyos nombres, salvo el de uno, el yemení Raduán Haidar, no se han dado a conocer [el obispo para Yemen, el suizo Paul Hinder, dice aCrónica desde Emiratos Árabes que no tienen ningún informe policial. Una hermana de la Caridad nos precisa desde la casa de la congregación en Saná, la capital yemení, que son 15 muertos, aunque al principio contaron 16 al incluir también al sacerdote secuestrado]. La superviviente busca a los ancianos, hombres y mujeres, y comprueba que están ilesos.
El hijo de la cocinera llama a su madre al móvil y, al no responder, avisa a la Policía y acude con hombres armados del Gobierno. Llegan sobre las 10.30. Los uniformados instan a la hermana Sally a irse con ellos. Ella se resiste porque hay huéspedes que le ruegan llorando: «¡No nos dejes, quédate con nosotros!». Pero los del Estado Islámicosaben que son cinco monjas y volverán para liquidar a la última que les queda, le dicen para convencerla de que se vaya: «No pararán hasta matarla a usted también».
Acepta irse con los agentes al hospital de Médicos Sin Fronteras en Adén, llevándose consigo los cadáveres. Como no caben en la morgue de la ONG, la Policía se tiene que llevar parte de los cuerpos a otro hospital. Los ancianos quedan al cuidado improvisado de voluntarios yemeníes de Adén, donde las monjas abrieron su hogar en 1992.
Ese mediodía, la hermana Sally cuenta lo ocurrido a su superiora regional en Amán (Jordania), la hermana Rio. «Estoy muy triste. Estoy sola. No he muerto con mis hermanas», se lamenta la superviviente, como refleja la transcripción de su testimonio, consultado por Crónica. La hermana Rio la consuela: «Dios quería que hubiera una testigo. ¿Quién habría encontrado los cuerpos de las hermanas y quién nos contaría entonces qué ha pasado? Dios quiere que sepamos».
El papa Francisco, indignado por el crimen y la «indiferencia» ante él, agradece el sacrificio de «las pequeñas mártires» de Teresa de Calcuta. El pontífice la canonizará como santa el 4 de septiembre en Roma por fundar en 1950 una orden cuyas 4.500 monjas sirven «a los más pobres entre los pobres» en más de 130 países.
Días después evacúan a la hermana Sally a Amán. La iglesia de Cristo ha sido exterminada en Adén. La congregación tiene otras tres casas en Yemen, con 17 monjas. Las de Taíz han sido evacuadas a Saná, la única habitada ahora junto a la de Hodeida. Se exponen a las bombas de los aviones de Arabia Saudí que apoyan al gobierno reconocido de Yemen (musulmanes suníes) para expulsar a los rebeldes hutíes (musulmanes chiíes) y a otro ataque de los yihadistas suníes del Estado Islámico o de Al Qaeda, que aprovechan el caos de la guerra civil (con más de 6.000 muertos ya) para ganar terreno.
Antes de 1967, cuando Adén dejó de ser colonia británica, había 22 iglesias abiertas. Han destruido las tres que quedaban y han vandalizado el cementerio cristiano del barrio de Mualla. Es aquí donde han enterrado a las «cuatro mártires» asesinadas por su fe, junto a las tumbas de otras tres misioneras de la caridad a las que en 1998, en Hodeida, un fanático mató a bastonazos en la cabeza, desfigurándoles la cara.
En su testimonio ante su superiora, la hermana Sally no muestra rencor a los verdugos y recuerda que los demás musulmanes de la ciudad las respetaban. Quiere volver a Adén. Mientras llega ese día, recuerda a sus hermanas. «Rezo para que su sangre sea lasemilla de la paz en Oriente Medio y detenga al Estado Islámico». Es domingo de Resurrección. El genocidio continúa.
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