¿Qué esperan los principales partidos de la campaña?
Podemos intenta seducir al PSOE en el debate televisivo de mujeres tras el ‘sorpasso’ del CIS
España afronta desde hoy la quinta campaña electoral de los últimos 15 meses y la segunda de generales en medio año. La campaña de vuelta del 20-D. O, en expresión acuñada por Iñigo Errejón, la campaña «del desempate». En el mes de diciembre, la palabra clave era el «cambio». El cambio se instaló en el Congreso -por primera vez desde 1977 hay cuatro fuerzas políticas con más del 15% de los votos-, pero lejos de alumbrar un nuevo escenario político, trajo consigo una severa crisis institucional, provocada por la incapacidad de los partidos para formar Gobierno.
Aunque los candidatos a La Moncloa son los mismos que el 20-D, la liturgia electoral para la recta final hasta el 26-J promete ser muy distinta. Para empezar, porque los actores políticos han renunciado a la publicidad exterior -no habrá banderolas ni vallas con la foto de los candidatos- con el fin de no contaminar visualmente la vida cotidiana de los electores. «El partido que mantenga la publicidad exterior está perdiendo votos», sostiene un experto en elecciones delPP. El diseño de la campaña también ha variado sustancialmente. Los partidos han optado por suprimir los mítines grandes en polideportivos e incluso plazas de toros para primar actos en escenarios de aforo reducido, reuniones sectoriales, paseos por la calle e incluso propaganda «puerta a puerta».
La evolución de la política española hacia el espectáculo televisivo -ya muy presente en vísperas del 20-D- se ha incrementado de forma exponencial. El perfil humano de los candidatos -examinados en la intimidad tanto por periodistas estrella de las televisiones privadas como por niños de escuela- ha adquirido una relevancia política cuantitativamente inédita en la democracia española. Los aspirantes a La Moncloa se han apuntado a todo tipo de formatos televisivos. Y el único candidato que se resistía, Mariano Rajoy, se ha rendido al encanto de la telecracia. El último miércoles antes del 26-J, el presidente en funciones acudirá a divertirse al Hormiguero. Después de pasar dos días y una noche son Susanna Griso, programa que ha entrado ya en la intimidad más sagrada de Pablo Iglesias,Albert Rivera y Pedro Sánchez.
Rajoy es quien ha marcado también el número de debates televisivos, que se reducirán a uno el primer lunes. Ni Pedro Sánchez, ni Pablo Iglesias ni Albert Rivera han mostrado tampoco el entusiasmo de otros tiempos por los debates en televisión. Han preferido ir por separado a los programas de prime time de las emisoras privadas, antes que participar en debates a tres -rechazaron una invitación de la Universidad Carlos III- o en cara a cara con el resto. El candidato socialista tampoco ha querido forzar un duelo con Mariano Rajoy.
Las campañas sobre el terreno diseñadas para los líderes políticos han primado aquellas provincias en las que hay algún escaño en disputa. Los sociólogos apuntan que las elecciones del 26-J se van a decantar en un apretado recuento de votos, una vez que los sondeos consideran consolidado el sistema de cuatro partidos, en sustitución de la hegemonía de dos grandes: PP-PSOE. Tal y como ha dicho Felipe González, ya no hay partidos grandes. Ahora son todos medianos.
La dialéctica viejo-nuevo -que fue uno de los vectores fundamentales del 20-D- ha desaparecido del escenario. Podemos y Ciudadanos ya no son nuevos. Los españoles han podido comprobar cómo se desenvuelven en la política real. Iglesias y Rivera se han estrenado en el Congreso y sus enfrentamientos dialécticos a cara de perro son una de las novedades más destacadas de la campaña de vuelta. El líder de Ciudadanos se presenta ante el electorado como un valladar para frenar el populismo. Así es como el relato electoral del 26-J vuelve al enfrentamiento tradicional izquierda-derecha, o si se quiere, centro-izquierda-centro-derecha. En este terreno, la gran novedad es la coalición Unidos Podemos con la que ambos partidos han querido optimizar al máximo sus votos. Estrategia que, a juzgar por los sondeos, es un acierto.
Dos líneas de campaña aparecen dibujadas con claridad. La primera, una polarización por los extremos -forzada por PP y Podemos- que deja al PSOE en tierra de nadie. Ni los socialistas ni Ciudadanos han obtenido réditos de su pacto para la investidura frustrada de Pedro Sánchez. Tras el jarro de agua helada del sondeo del CIS, el PSOE afronta lo que puede ser la antesala del infierno: quedar terceros por primera vez desde 1977. La segunda línea -promovida asimismo por Rajoy- es el miedo a un posible Gobierno de izquierdas PSOE-Podemos como única alternativa al orden y a la continuidad que representa el PP.
El presidente en funciones ha planteado el 26-J como una suerte de plebiscito sobre su liderazgo, tras cuatro meses en los que parte de la opinión publicada certificó su muerte política. La encuesta del CIS no certifica su éxito en el plebiscito.
El gran adversario de los partidos políticos españoles es la abstención, que los sociólogos prevén más alta que en las elecciones del 20-D. Los meses de junio no son muy propicios para la participación. El CIS ha detectado un 30% de indecisos, menos que en diciembre. Los partidos ya saben que las campañas han empezado a ser decisivas para movilizar el voto. El 36% de los que fueron a votar el 20-D decidió qué papeleta meter en la urna en los 15 días de aluvión propagandístico.
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