por Luis BONETE PIQUERAS
Periodista. Copyright-2016
- ALMUERZO
En mis habituales desplazamientos por la ciudad subido a lomos de mi bicicleta urbana, llevo un tiempo observando una curiosa situación que me ha llamado poderosamente la atención, a la vez que me ha hecho reflexionar un tiempo y motivado que me haya puesto a plasmar negro sobre blanco el resultado de la mencionada cavilación, sabiendo a ciencia cierta que, la misma, puede ser objeto de la mayor de las displicencias por parte del respetable que, confiado, o no, se acerque a leer estas letras.
Bien pudiera ocurrir también, ¡porqué no! justo lo contrario, que quien ojee estas líneas, aplauda y confirme lo que en ellas se plasma; así pues, quedo a disposición del juicio ponderado y de sentencia del leyente que es quien tiene la última palabra.
Un día cualquiera entre semana. De lunes a viernes. Elija el lector. Polígono industrial El Mugrón. Son las nueve en punto de la mañana. Las puertas, mayormente de servicios de las empresas de calzado, talleres, pintura, carpinterías o almacenes…, etc., se abren de forma precipitada para dejar paso a una pléyade de trabajadores que, unos enfundados en sus batas azules, otros en sus monos y cualesquiera otros, con atavíos evidentes de las labores que desempeñan, salen disparados cual centellas; portan en sus manos bocata envuelto en papel “albal” unos, en periódicos otros y en bolsas de plástico los menos. Se disponen a llegar raudos, incluso algunos con un gracioso y fatigoso sprint, unos al bar más cercano, otros a sentarse a la sombra de una buena tapia, pero todos, vayan donde vayan, a disfrutar de los 15 o 20 minutos (justos, eh?), de que disponen según acuerdo o convenio para degustar su almuerzo, preparado con amor por sus parejas o por ellos mismos, siempre el día anterior, generalmente, momentos antes de irse a la cama a descansar.
El que se mueve no sale en la foto. No hay oportunidad para el retraso. La jugada está más que ensayada y cada cual sabe perfectamente qué debe de hacer. Todo está medido; no existe la improvisación porque está en juego un tesoro: esa minutada de relax gastronómico controlada en muchos lugares aún por sirena y, en todos, por los encargados, y que se emplea en deglutir más que en comer el almuerzo a base de salchichón, atún, jamón o los sobrantes de la cena, todo ello mientras se comentan los últimos goles de Ronaldo o de Messi, los planes de fin de semana, el pago del préstamo o la hipoteca, si el alcalde cobra mucho, o si ésta o aquel aceptará los tejos que le tiraron por lo finolis.
Con el último bocado sin masticar algunos, con el bocadillo ya en la panza los más rápidos, o la última calada de cigarrillo otros, el tiempo marca sentencia y la procesión de almorzantes se dirige, de nuevo y superpuntuales, a cumplir con su obligación en el tajo. Y así un día…, y otro…., la mayoría, la inmensa mayoría, mileuristas o menos.
- DESAYUNO
Pueden ser entre las 10 y las 11,30 de la mañana, aproximadamente. Escoja el lector. Un día cualquiera entre lunes y viernes. Canícula veraniega. Lugar: la puerta del Ayuntamiento de Almansa. Luce un sol precioso que ya calienta, pero se combate con una sencilla pero práctica terraza montada por un establecimiento hostelero cercano. No obstante, a muy pocos pasos, existen más posibilidades hosteleras, dependiendo del gusto, del bolsillo y las costumbres de cada uno.
Salen y entran displicentes, algunos miran por encima del hombro, la mayoría seguros de sí mismos, todos, por la puerta pedrera de la Casa Grande. La historia los contempla. Relajados, sonrientes. Su vestuario los delata. Portan ropas funcionales. Cómodas, limpias…, incluso se ve, en ocasiones, calzado de alto diseño. Son funcionarios unos, personal laboral otros, aquel o aquella, personal de confianza, ese o esa, con papeles bajo el brazo son políticos profesionales que han hecho o se han encontrado por peloteo unos, o mor de la fortuna otros, de la función pública, una forma inesperada de ganarse la vida…, y de forma holgada.
Ninguno de nuestros protagonistas lleva bocata. Yo por lo menos no he visto a ninguno. Nadie corre, nadie parece tener prisa. Se les ve calmos, dicharacheros, distendidos. Todo lo de dentro puede esperar. Se dirigen amigo lector a desayunar. Puede parecer lo mismo que almorzar…,ah!!!, pero no es igual.
Toman cómodo asiento en la terraza, y desayunan, generalmente una calentita tostada con aceite de oliva virgen, con mantequilla, mermelada, o también con tomate o con algún añadido más atrevido; añaden un zumito de naranja (en verano embotellado, en invierno recién exprimido), también una fresca cervecita o una copita de vino. El ambiente es de calma. Las conversaciones fluyen espaciosas y de forma cadenciosa. Se fuman cigarrillos con deleite, tranquilos…., sin prisas, no sea que les sienten mal.
Mientras esta escena sucede, alguien que tiene un asunto urgente que solucionar marca nervioso un número municipal. “¿Sí, dígame?”, le preguntan. “Por favor ¿me pone con fulano de tal?” –ruega más que dice la persona que ha marcado-. “Vaya, bien que lo siento –le contestan- no puede ponerse, ha salido a desayunar; llame usted en 15 minutos”. A joderse tocan y a marcar de nuevo, y esperar que el titular haya desayunado y bien, y no le hayan cabreado con la factura.
El regreso al curro no se parece en nada a lo relatado en el primer cuerpo de este escrito, lo puede imaginar el lector. Por ello no seré más explícito; pero sí concluiré asegurando que es curioso que deglutir por las mañanas, dependiendo de quien lo haga, y haciendo todos lo mismo que en definitiva no es otra cosas que masticar, beber y/o fumar, se llame, dependiendo de quién y donde se haga, almorzar o desayunar. La mayoría de los desayunanantes, no son mileuristas, que va!!: oscilan en una horquilla de milquinientoseuristas a cuatromildoscientoseuristas, que no es moco de pavo.
Usted que lee estas líneas en estos momentos: Qué suele hacer: ¿almuerza o desayuna?.
He dicho.
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