Luis BONETE PIQUERAS 10-2016
Viene a cuento esta juntana de letras debido a un hecho al que asistí la pasada Feria, concretamente durante el desarrollo del Certamen de Pintura Rápida; un suceso que tenía prácticamente olvidado, pero que ha reverdecido laureles como consecuencia de un palique verbal sostenido entre el concejal de Cultura, Paulino Ruano, un veterano técnico del área y quien esto suscribe o ¿se dice escribe?.
El caso, para que ustedes me entiendan, es que el día que se celebraba el concurso de pintura, uno de los artistas se ubicó en un lugar cercano al estanque existente en el jardín de los Reyes Católicos; si me apuran, más cerca de la acera frente al “Claudio” que del propio estanque, seguramente sería para buscar la perspectiva que deseaba quien untaba los pinceles en el lienzo de forma rápida, contundente y dando la impresión a un neófito como yo de que sabía perfectamente lo que estaba haciendo.
Ocurrió que me acerqué hasta donde trabajaba el pintor para fotografiarlo. Me llamó la atención su cuadro por dos razones: por lo avanzada que llevaba la tarea a hora tan temprana y, por la calidad que destilaba la misma (esto último no tener mucho en cuenta porque no soy experto en arte ni Dios que lo fundó)…, a mí por lo menos me gustó mucho, y me dije que seguro que estaba asistiendo a la creación de una obra que, sin duda, obtendría uno de los premios (ya me había ocurrido en otras ocasiones).
Había junto al artista un señor bien parecido, mayor, portaba guayabera e iba tocado con sombrero, elegante en suma, de aspecto “cultureta” y que unas veces sí y otras también, mirando por encima de sus lentes, observaba con mucha, pero que con mucha atención la forma en la que maniobraba quien el oficio de Veláquez ejercía a dos palmos de su narices (tan cerca se encontraba, sí).
Cruce tan solo dos frases cortas con esa persona: “¿Le gusta el cuadro?” –pregunté-. “Si no tuviera amor por la buena pintura no estaría aquí” –me contestó un poco cortante-.
Visto el pampaneo, yo a lo mío: hice mis retratos y me marché, eso sí, llevando ese cuadro grabado en la tarjeta de mi Nikon y, por supuesto, en mi mente, apostando doble contra sencillo que resultaría merecedor de algún galardón. Era cerca de mediodía, así que me conformé pensando que en unas pocas horas saldría de dudas.
Son las 19 horas pasadas, llego a la Casa Grande para asistir a la ceremonia de entrega de premios del certamen. Miro con ansiedad en el claustro las obras premiadas. ¡¡No se encuentra la obra que yo pensaba que estaría!!. Vuelvo a mirar…, definitivamente no ha sido premiada. Siento decepción y a la vez me digo: “Te está bien empleado por sacar a flote ese punto de “señorentiendesdetodo”; pero tu ¿qué te creías?. Dedícate a hacer lo que sabes y deja la crítica de pintura para quien de ello conoce”.
Pasé al jardín con resquemor, lo confieso. En el fondo me fastidiaba haber errado y fui derecho a buscar “mi obra” ahora entre las no premiadas. Si su autor se “ponía a tiro” pensaba comprarla, lo juro. A mí me gustaba, le tenía ya lugar reservado, y pensé que el hecho de no haber sido premiada colaboraría a que el precio fuese asequible.
Una vuelta completa y no la veo. Aumentan los nervios. De nuevo hago el recorrido al revés y más despacio. Sapristi!!!, la obra no está. Comento la cuestión con una persona que, no solo había visto al pintor trabajando, sino que previamente me había puesto sobre la pista del pedigrí de su arte y me dice: “Luis, no te canses, no busques el cuadro que no está: lo ha vendido nada más terminarlo”. Justo en ese instante acertó a pasar junto a nosotros un afamado artista radicado hace muchos años en Almansa, y tras darle razón de lo que sucedía nos dijo: “Estas cosas son las que no deberían de suceder nunca -dijo-. Los artistas deberían ser obligados, bajo bases, a presentar sus obras al Jurado una vez que han sido cuñadas para evitar fraudes o por el contrario, manifestar o hacer patente de forma oficial que por la razón que fuere se retiran del certamen”.
A lo mejor, lo sucedido no es grave. Pero sí debería ser motivo de reflexión para que desde Cultura decidiesen “repasar” las bases del Certamen de Pintura Rápida, adaptarlas a los nuevos tiempos, entre otras cosas, con el fin de suprimir los resquicios por los que los artistas aprovechan el “calor” y el prestigio del certamen almanseño para venir dicen: ¿a concursar?, y en lugar de ello, de la forma más premeditada, se dedican al chalaneo más evidente, sin pudor alguno y sin que nadie lo pueda evitar. Y todo ello señores, con un lienzo que ha sido identificado previamente por la organización para tomar parte en un concurso, lienzo/u obra a la que no se le da la más mínima oportunidad que pase a la colección de los patrocinadores (que son los que sostienen económicamente el certamen) porque el autor, y ante la complacencia de los organizadores, se permite el lujo de vender descaradamente la obra antes de someterla al dictamen del Jurado.
El hacer pública esta situación minutos antes del acto de inauguración en el Teatro Regio de la exposición de obras premiadas del último Certamen de Pintura Rápida, no me salió «gratis»; me costó una discusión enorme y un buen disgusto con un fogueado técnico de Cultura. El cual, lejos de aceptar momentáneamente con moderación y sencillez mi sugerencia y decir, por ejemplo, no sé, algo así como “se puede estudiar”, (y que luego lo hiciera o no), arremetió contra mí de forma inusitada, acalorándose visiblemente, incluso entrometiéndose de forma ilegítima en mi vida profesional. Esto es lo que ocurre con personas que se apoltronan en sus departamentos, a los que la seguridad de sus nóminas (que pagamos entre todos los vecinos) y el paso del tiempo, adormece la creatividad, y que ante cualquier crítica o sugerencia que se les pueda hacer llegar creen tener la potestad de poder actuar como si de “virreyes” se tratase.
Finalizo este escrito señalando que soy de la opinión que, en el caso que nos ocupa, las bases del Certamen de Pintura Rápida de Almansa son, manifiestamente mejorables, y no lo son porque lo diga yo, no, sino porque el paso del tiempo hace que las mismas se deban de adaptar a las nuevas situaciones que se pueden crear por parte de un colectivo, los pintores y artistas (de los que hablaremos en otra ocasión) que cada día más son, legítimamente, un ente mercantilista. Las bases, insisto, son manifiestamente mejorables en aras de proteger la pureza del concurso y defender los legítimos intereses de los mecenas del certamen, que son quienes ponen la “pasta” y hacen posible que el mismo se celebre año tras año. Esto es lo que no se debe de olvidar jamás.
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