«Solo me debo al honor de mi patria, no al Parlamento». Esa es la frase que convirtió a Hitler en dictador de Alemania; a Mussolini en duce de Italia; a Franco en caudillo de España; a Fidel Castro en tirano de Cuba; a Hugo Chávez en tiranozuelo de Venezuela. Lenin acuñó la idea y Stalin la exacerbó. Pablo Iglesias lo tiene bien claro: no cree en la democracia pluralista de las naciones europeas ni en la soberanía nacional tal y como ellas la entienden. Está contra el sistema y se mofa de la Constitución española, la que en 1978 selló la concordia y la conciliación entre los españoles y devolvió al pueblo la soberanía nacional secuestrada en 1939 por el Ejército vencedor de la guerra incivil. Desde su exilio de cuarenta años frente a la dictadura de Franco eso es lo que propugnó Don Juan III de Borbón, el hijo de Alfonso XIII, el padre de Juan Carlos I, el abuelo de Felipe VI. La Monarquía de todos ha presidido uno de los periodos de mayor prosperidad de la Historia de España. Y el de máxima libertad.
Pablo Iglesias, que brilla en el Congreso no por las provocaciones sino porque es más inteligente y mejor dialéctico que casi todos los líderes políticos, sabe muy bien lo que quiere: derrumbar el edifico de la Transición, construido con tanto esfuerzo y tanta generosidad por los cuatro hombres clave de aquellos años decisivos: el Rey Juan Carlos, que tenía la fuerza del Ejército; el cardenal Tarancón, que tenía la fuerza de la Iglesia; Marcelino Camacho, que tenía la fuerza de las masas obreras; Felipe González, que tenía la fuerza de los votos.
En un régimen agotado y en descomposición, que no ha sabido hacer la imprescindible reforma constitucional para sumar al sistema a las nuevas generaciones, la fórmula de futuro de Pablo Iglesias no es una utopía sino una posibilidad cierta, aunque con escaso porcentaje de probabilidades de que la realidad termine por confirmarla. Y ello no por la oposición de un Partido Popular hedonista, de un PSOE desvencijado, de un Ciudadanos virgen, de unas instituciones macilentas o moribundas. Lo que librará a España de la embestida podemita es, como en Grecia, la Europa unida del euro, la libertad y los derechos humanos.
Si se hubiera levantado la piel de la sociedad española en los años setenta del siglo pasado, se habrían encontrado escritas sobre la carne viva estas dos palabras: libertad y Europa. Conquistada la libertad por el colosal acierto político de la Transición, Europa es el refugio que puede resolver el desmoronamiento de un régimen que padece la mediocridad de la clase política española, el cínico egoísmo de los partidos y la corrupción lacerante. A las nuevas generaciones les produce asco el parasitismo de la vida política y la crecida de las corruptelas, cada día más alarmante, porque el fruto sano se zocatea enseguida cuando permanece inmóvil junto al que está cedizo. Me aseguran que el CNI dispone de un arsenal de irregularidades y vergüenzas del líder podemita. Sería mejor no tener que exhibirlas y que Pablo Iglesias, con la Cruz de Borgoña a cuestas, se mese la coleta, embride su ego desbocado y se integre en el sistema que gobierna a los países todos de la Europa unida.
Luis María Anson, de la Real Academia Española.
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