En días como hoy, mis padres iban al cementerio de Santa Isabel, en Vitoria. Depositábamos un ramo de crisantemos blancos ante las tumbas de los abuelos y rezábamos por sus almas. Yo pensaba que no había crisantemos de otros colores y que eran flores propias de muertos. Hace unos meses, paseando por Marsella con un amigo, me señaló un callejón dedicado a Pierre Blancard. Fue este capitán de la marina francesa quien trajó a Europa el crisantemo desde China. En 1789, se hizo con tres variedades de la flor sagrada del emperador, de las que dos no sobrevivieron al viaje. La otra floreció al año siguiente. El crisantemo empezó a reemplazar en las tumbas a las velas a mediados del siglo XIX. La costumbre no se generalizó hasta el primer aniversario del Armisticio de la Primera Guerra Mundial, el 11 de noviembre de 1919, cuando Clemenceau apeló a llevar flores a las tumbas de los caídos. El rito se asentó y se trasladó al Día de Difuntos, que es mañana. Así que no se enfaden por la importación de Halloween. Puede que algún día sea lo tradicional.
Comentarios recientes