En primer lugar dejadme decir que para los cristianos la democracia, con su mecanismo del voto universal, parece el mejor sistema político y, pese a cualquier deficiencia, el que mejor refleja la idea cristiana de la dignidad por igual de todos los hijos de Dios.Cada persona es llamada a depositar un voto, sin que nadie se considere superior ni inferior en ese momento de intervención en la vida pública. Podría no ser lógico desde el punto de vista de la razón, pero lo es desde el corazón. Y el resultado es que es el sistema que mejor funciona.
† Jaume Pujol Balcells. Arquebisbe metropolità de Tarragona i Primat. Copyright-2011
Por este motivo, y por la responsabilidad de ciudadanos, tenemos el derecho y el deber de votar cuando se convocan elecciones. Es cierto que el voto en blanco y la abstención consciente son alternativas válidas, pero lo habitual será que examinemos la ideología y los programas de los partidos políticos y las conductas de sus líderes, y que votemos en conciencia al que nos parece mejor, y si no hay ninguno, acordémonos de la doctrina del mal menor.
Dicho esto, como Arzobispo no me atrevería a ser más concreto. La Iglesia no está vinculada a ningún partido político, no es de izquierdas, ni de derechas, ni de centro, porque sus fines se mueven en otro plano, el de la evangelización y la búsqueda de la santidad, que no se reducen a una actividad política. Todas las personas son objeto de su atención, con preferencia de las más necesitadas. No hay otra regla de conducta.
Es cierto que debemos dar testimonio de la verdad, pero, como observaba Romano Guardini, la verdad ha de ser dicha oportunamente para no herir innecesariamente a nadie que se siente afectado por ella. Hay que hablar claro, pero no hay verdad sin caridad. Y, sobre todo, no hay verdad si hay fanatismo y rechazo de los otros.
Esto no quiere decir que no se deban denunciar las leyes o las decisiones inhumanas de los gobiernos. En el año 1931, poco después del advenimiento de la República, el cardenal Vidal i Barraquer y todos los obispos españoles firmaron una carta colectiva en la que se decía que un católico debe ser el mejor ciudadano y debe sumisión a la jurisdicción de la autoridad legítimamente establecida, sea cual sea la forma de régimen; pero advertía que una cosa es el “poder constituido” y otra la “legislación”, es decir, las decisiones que tomen el Gobierno o el Parlamento.
El resultado electoral, cualquiera que sea, no autoriza a quienes llegan al poder a saltarse derechos humanos como el derecho a la vida, el de expresión, el de religión o el de asociación. Hay que tener claros los principios para votar con acierto. Y en los largos periodos entre elecciones, no se puede hacer dejación de nuestra conciencia. En todo momento nos asiste el derecho, y tenemos la obligación de intervenir, de acuerdo a las posibilidades de cada uno, en el debate público para influir en bien de la sociedad.
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