Hay euforia en el PP y hasta en su candidato, tan poco dado a los excesos. La victoria está a sólo una semana de distancia y, si la izquierda no urde alguna de sus siniestras tramas, todo parece indicar que esta vez no se escapará. Comprendo la alegría de donMariano, y la comparto. Comprendo la euforia que proporciona la sensación de victoria después de siete catastróficos años. Pero desgraciadamente para Rajoy, la fiesta se le va a terminar cuando el recuento electoral confirme que ha ganado. Si tiene algo que celebrar, que lo celebre el domingo por la noche, y sin emborracharse.
Por Salvador SOSTRES. Copyright-2011
Porque el lunes se va a encontrar un país destrozado y paralizado, un país al límite del abismo, sin tensión ni esperanza. No va a tener 100 días de gracia, ni tiempo para intentar ser amable. No va a tener margen de negociación, ni posibilidad de ningún gradualismo. Tendrá que hacerlo todo y hacerlo rápido, asumiendo que la mayor parte de medidas que se verá obligado a tomar son dolorosas, desagradables y francamente impopulares. Tendrá que asumir el descontento de parte de sus propios votantes y reprimir con determinación el previsible alboroto callejero.
Porque si no lo hace y no sabe estar a la altura de las circunstancias, si no es capaz de arriesgarse, de sacrificarse por España y por los españoles, la Historia le pasará por encima como una apisonadora y le destruirá. Ha llegado en el peor momento y en la era de la mayor complejidad, y precisamente por ello va a ser minuciosamente observado y juzgado con la máxima exigencia y severidad.
No habrá excusas: habrá miedo y ansiedad. No habrá paciencia: habrá prisa y necesidad. Los gobernantes que no han querido entender tales circunstancias han sido fulminados y hablamos de ellos ya en pasado. Rajoy tiene por delante un calvario inevitable si pretende alcanzar una gloria que, de todos modos, a día de hoy, resulta incierta. Lo que sí está claro es que, si no asume los primeros y muy intensos malos tragos, tiene el fracaso, el estrepitoso fracaso, completamente asegurado.
Lo siento por él, y por los años que ha tenido que esperar, y por todas las veces que ha tenido que callar; se merecería un aterrizaje más suave, poder saborear un poco más su tan esperada y trabajada victoria, pero su presidencia va a estar marcada desde el primer día por las peores amenazas y por los desafíos más salvajes. La UE ya ha remarcado que no podrá esperar hasta después de Navidades.
Los que le van a votar quieren un cambio, pero no sé si han interiorizado que este cambio probablemente pase por recortarles algunas de sus prestaciones y porque tengan que renunciar a alguna de sus comodidades. También con estos desengaños tendrá que lidiar, y reprimirlos sin dudar si se manifiestan inadecuadamente en la calle. Los españoles tienen que entender que las cosas van a empeorar antes de que empiecen por fin a mejorar.
Si Rajoy siente la menor tentación de edulcorar su política o su presidencia, vale más que la abandone inmediatamente, o morirá aplastado como Berlusconi, Papandreu o Zapatero. Estos tiempos dan una oportunidad, pero no la segunda. Millones de ojos han girado su vista hacia el prometedor candidato en busca de progreso y esperanza.
El reto al que va a enfrentarse va más allá de la política y pondrá a prueba su grandeza y su humanidad. Dentro de muchos años será recordado como el héroe que nos salvó o como uno más que no supo dar la talla.
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