«En ese foso apenas queda lugar para la compasión o el perdón, porque todo lo acapara la sed de morbo y esa cólera sobrehumana»
Por Lola SAMPEDRO
Existe un ocio poderoso, un ocio alienante y carente de actividad intelectual alguna. Un entretenimiento capaz de desatar los peores sentimientos que podemos albergar. La furia, el desprecio, el asco… Basta con que te dejes llevar para que anule tu razón. Va más allá del mero divertimento, apela a los más bajos instintos, a la podredumbre humana.
Ese tipo de ocio provoca un torrente de reacciones químicas en el cerebro. Libera toda una serie de hormonas en nuestro interior: adrenalina, dopamina, cortisol… Por eso es tan adictivo, por eso ‘Sálvame’ es droga dura y su anunciada serie documental sobre Rocío Carrasco, el gran subidón. El bombazo definitivo.
Tiendo a la frivolidad, no me importa reconocerlo. Intento evitar a la gente solemne, a esas personas que siempre se toman todo demasiado en serio. Creo que casi todo se puede afrontar desde el lado ligero de la vida; quitarle seriedad lo hace más digerible, más llevadero. Pocas cosas merecen la importancia que a menudo se otorga a cuestiones banales.
Mi tendencia a la frivolidad hace que suela abrazar sin remilgos el ocio insustancial. Puedo consumir mucha chatarra sin sentirme culpable. Sin embargo, algo en mí me impide disfrutar de ese otro entretenimiento que supone diseccionar al detalle las miserias de los demás a vista de todos. Contemplar las vísceras de esa carnicería me despierta una náusea, una angustia que está muy lejos de la diversión.
El culebrón de Rocío Carrasco, su exmarido y sus hijos es la carnaza perfecta, sobre todo porque cumple con una premisa imprescindible para el pan y circo: se establecen dos bandos. Para que las masas estén así de entretenidas es necesario que haya dos partes y transformar a una de ellas en un monstruo imposible en el que volcar toda la ira. Ese posicionamiento también va más allá de razón alguna, es visceral y se regurgita sin piedad.
Cuando vi el tráiler de esa serie documental me pellizcó esa náusea, la congoja de comprobar una vez más la trascendencia de ese ocio perverso. En ese foso apenas queda lugar para la compasión o el perdón, porque todo lo acapara la sed de morbo y esa cólera sobrehumana. Para defender a una parte, se demoniza a la otra sin límite. ¿Dónde está ahí la línea roja? Cuando tanta gente a la vez vomita odio, ¿hasta dónde quieren llegar? ¿Terminarán por exigir la muerte en el paredón? En este caso no me sorprendería, porque a ese monstruo hiperbólico en el que han convertido a Rocío Carrasco lo acusan de ser, sobre todo, una mala madre. Y pocas cosas les genera más retortijones que eso, una mujer que supuestamente no cuida a sus hijos.
El humo de toda esta historia debe venir de la hoguera que han prendido para ella. Y mientras azuzan ese fuego, se olvida el caos de ahí afuera. Como si ese pan y ese circo con que nos distraen fueran suficientes para tapar las heridas de estos tiempos bastardos.
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