Por Raúl DEL POZO. Copyright.
Este homínido desnudo, que era caníbal, no quiere comerse ahora a los otros animales de la tierra y del cielo. Los animalistas han pasado a la ofensiva, quieren que los pájaros vuelvan a pintar los árboles y que el jilguero de Quevedo siga siendo el clarín de plumas de la aurora.
El renco vio como las palomas sin hiel, las acollaradas con su séquito, volaban sin miedo: «Ayer se vio juguetona / toda el arca de Noé / y las fábulas de Isopo / vivas se vieron ayer». En unos lugares, los defensores de los animales levantan las banderas para que no se corte el rabo a los perros; se manifestaron contra los belenes vivientes, contra los que tiran pavos desde el campanario. Exigieron que los perros puedan entrar en los metros o que no se trate como payasos a los animales salvajes en los circos. Ahora se han movilizado en toda España para reclamar la abolición del tiro de pichón, que consideran una práctica cruel porque no solo se destruye un ave, sino un vuelo.
Los palominos, que don Quijote comía los domingos, estaban en los palomares de los conventos, transportando palabras de amor y de guerra. Los ingleses aún utilizaron en la II Guerra Mundial miles de mensajeras con órdenes secretas. Trabajaban para el Espíritu Santo, simbolizaban la paz, hasta que llegaron los ingleses con cazadores de polaina y deportistas con balones a la esquina de Huelva y Jerez. El tiro lo practicaba el rey Alfonso XIII antes de que en vez de matar personas se mataran pichones. En Madrid hay tres campos de tiro: Villarejo de Salvanés, Canto Blanco y Somontes. Los animalistas exigen a Manuela Carmena que prohíba la masacre de pichones en el suelo madrileño porque lo consideran un delito como es la lucha de perros o de gallos. «No es ningún mérito —dicen— matar cientos de miles de aves lanzadas a máquina o a brazo cual pelota de tenis con peligro para la salud y la seguridad de los madrileños». [Me cuentan que Juan Diego Vizcaya, campeón de Europa y del mundo de tiro, mecenas y maestro de jóvenes tiradores, deportista ejemplar y popular, intentó extremar las condiciones de seguridad y de higiene de Somontes para evitar las reclamaciones y campañas de los ecologistas, y ahora le está haciendo la vida imposible, entre los asambleístas de toda España, el presidente de la Federación española de tiro a vuelo (Fetav), un tal Reinoso].
Llaman asesinos a los cazadores y los cazadores dicen que si se prohíbe la caza, la selva y las epidemias avanzarán sobre las ciudades; los jabalíes entrarán en los restaurantes. Desde Altamira hubo cazadores y piezas y se mantuvo el equilibrio. Cazar no es matar, sino la primera forma de subsistencia, además de un ejercicio gentil de las diosas y una forma de felicidad de los hombres. Pero la nueva sensibilidad animalista ha arrojado a la caza fuera de la modernidad. Sin caza, llegaría el caos, dicen los cazadores que creen mantener el statu quo ecológico. «Cazar no es matar —escribió Delibes— sino derribar pieza difíciles tras dura competencia».
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