La muerte de José Antonio Primo de Rivera

El 20 de noviembre de 1936 -hace hoy exactamente ochenta y seis años- murió José Antonio Primo de Rivera. En España ya sonaban los cañones y los bombardeos, en medio de una división que se había enseñoreado en una sociedad nacida para mejores destinos que procurar la muerte de sus propios compatriotas. Pero la historia es muy veleidosa y las mejores aspiraciones muchas veces quedan truncadas, heridas gravemente, cuando no abortadas.

Luis BONETE. 2022

El fundador de la Falange Española murió fusilado en Alicante, acusado de delito de rebelión militar. Si bien podría tratarse de una mera estadística en el contexto de los cientos de miles de personas que regaron con su sangre las ciudades y campos de España, es bien conocido que la muerte de Primo de Rivera tenía una connotación simbólica imposible de soslayar. José Antonio era hijo de Miguel, el dictador en la década de 1920; y su propia vocación política lo llevó a fundar un movimiento dispuesto a disputar doctrinalmente tanto al liberalismo como al marxismo.

El famoso discurso fundacional en el Teatro de la Comedia, el 29 de octubre de 1933, era lapidario contra el liberalismo de Rousseau y del Contrato Social, pues acusaba su relativismo, que suponía que “la justicia y la verdad no eran categorías permanentes de razón, sino que eran, en cada instante, decisiones de voluntad”, lo que se oponía a “otras épocas más profundas”, en que los Estados “eran ejecutores de misiones históricas”.

GUERRA CIVIL. En julio de 1936 estalló la guerra civil, y la división se ensañó con España. Poco antes Primo de Rivera había ingresado a la cárcel, siendo trasladado a Alicante. En el intertanto habría hecho un llamado a los militares para que se sublevaran y asumieran la dirección del país. Así ocurrió mientras él seguía en la cárcel, y tiempo después fue acusado de conspiración y de haberse rebelado, lo que el líder falangista negó. Sin embargo, el tribunal falló en su contra. Así lo señalaba el propio afectado en su Testamento: “Condenado ayer a muerte, pido a Dios que si todavía no me exime de llegar a ese trance, me conserve hasta el fin la decorosa conformidad con que lo preveo y, al juzgar mi alma, no le aplique la medida de mis merecimientos, sino la de su infinita misericordia”.

DISPAROS A CAPRICHO. Un estudio de José María Zavala ha mostrado que la ejecución de la pena no fue una muerte más, bajo la aplicación burocrática de una tarea penosa. Fue mucho más que eso: “los disparos se efectuaron a capricho”, algunos “a apenas 3 metros de distancia” (ABC, Comunidad Valenciana Alicante, 11 de marzo de 2015). El ensañamiento, probablemente, tenía que ver con el significado simbólico de José Antonio y no con una simple circunstancia más de la guerra.

Se han dicho muchas cosas al respecto. Por ejemplo, que para el general Francisco Franco este asesinato terminó siendo oportuno. Por una parte, dejaba fuera a quien por su liderazgo podría haber terminado siendo una competencia política para el propio Franco; por otro lado, se podría usar la figura de José Antonio de manera simbólica, como un icono de los ideales de la sublevación y como mártir de la causa que la había motivado. De líder político se transformaba en mito histórico, ideal para la etapa que se iniciaría con la victoria nacional.

Es curioso comprobar cómo, en su momento -en el contexto de los años 30 y de la crisis del liberalismo-, la Falange y el propio José Antonio Primo de Rivera tuvieron una repercusión en otros lugares del mundo, como fue el caso de América Latina, y específicamente de Chile. No es clara la razón de este esfuerzo de imitación, o al menos por qué ejercía cierta fascinación su estilo, liderazgo e ideas. Sin duda, algo tiene que ver la época, llena de contradicciones, extraordinariamente dialéctica -por ejemplo entre el liberalismo y el comunismo, que se levantaba como la gran alternativa a las democracias liberales y las economías capitalistas. En ese esquema emergieron los fascismos, como antítesis de ambas corrientes, y como movimiento dispuesto a disputar el poder con el discurso y la acción política.

En el caso de España la situación agregaba otra complejidad. No se trataba -para el mundo iberoamericano- de una copia de los partidos que regían en Italia o Alemania, ni de sus liderazgos eran la emulación de los regímenes totalitarios que tuvieron enormes costos para el mundo. La comprensión que existía sobre el fenómeno falangista apreciaba una doctrina propia, en gran medida basada en la trayectoria histórica española, con algunas bases características del pensamiento tradicional, y que procuraba conjugar el catolicismo con un discurso integrador y dispuesto a luchar palmo a palmo contra las otras ideas fuerza que campeaban en el ambiente de entreguerras. Es la percepción que tuvo Primo de Rivera y que quedó plasmada en el famoso discurso del Teatro de la Comedia.

Lo mismo se puede decir de la reflexión que hacía el condenado a muerte en 1936, como se puede apreciar al recordar algunos de sus pensamientos finales. Poco antes de morir, en su Testamento, José Antonio señalaba: “Que esa sangre vertida me perdone la parte que he tenido en provocarla, y que los camaradas que me precedieron en el sacrificio me acojan como el último de ellos”.

En otra parte agregaba: “En cuanto a mi próxima muerte, la espero sin jactancia, porque nunca es alegre morir a mi edad, pero sin protesta. Acéptela Dios Nuestro Señor en lo que tenga de sacrificio para compensar en parte lo que ha habido de egoísta y vano en mucho de mi vida. Perdono con toda el alma a cuantos me hayan podido dañar u ofender, sin ninguna excepción, y ruego que me perdonen todos aquellos a quienes deba la reparación de algún agravio grande o chico”.

 

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