«…, entrar a participar en la Estación Penitencial del Miércoles Santo que desempeñaba la Archicofradía de Medinaceli, he de confesar que simplemente fue fruto del deseo cargado de añoranza, por revivir la pasión legionaria en la manifestación de mi fe. Hasta ese momento, la imagen de Jesús y de María de los Dolores venían procesionando sobre una carroza que empujaban hermanos, y voluntarios feligreses. Pero se hace inevitable la comparación, ya que mi experiencia en el Calvario me capacitaba para ello…»
Javier MACIÁ. Copyright-2024
Entrar a participar en la Estación Penitencial del Miércoles Santo que desempeñaba la Archicofradía de Medinaceli, he de confesar que simplemente fue fruto del deseo cargado de añoranza, por revivir la pasión legionaria en la manifestación de mi fe. Hasta ese momento, la imagen de Jesús y de María de los Dolores venían procesionando sobre una carroza que empujaban hermanos, y voluntarios feligreses. Pero se hace inevitable la comparación, ya que mi experiencia en el Calvario me capacitaba para ello.
También desde la austeridad y seriedad que una ocasión así merece, pero con cierta efusividad más acuciada, la Archicofradía de Medinaceli se presentaba a los fieles algo más viva en la fe o con signos más representativos del momento. Es decir, si bien el Calvario se adentra en el silencio y la introspección del feligrés, ahondado en la reflexión y la pasión real, como es el camino hacia la muerte de Cristo, por lo que evita los matices excesivos de exposición en la celebración, Medinaceli reluce por su muestra de aclamación en los ritos previos a la procesión, en detalles como; la oración colectiva, la preparación eucarística, los rezos y laudes, aderezado todo ello por el inconfundible aroma del incienso y la tenue luz de la cera, y posteriormente en el recorrido real, con la presencia de bandas de cornetas y tambores e incluso banda musical como veremos en años venideros.
Esto tiene toda su lógica, ya que son momentos litúrgicos distintos. Medinaceli representa a Cristo apresado tras la denominada última cena, durante los días de celebración de la Pascua libertadora del pueblo hebreo. El Calvario recibe su nombre del propio tránsito al emplazamiento de la crucifixión, con Jesús malogrado, castigado y martirizado.
Como lógica tiene también, que un Hermano Mayor, en este caso Luis Bonete, en su condición de caballero legionario, quisiera incentivar la participación de fieles impulsando la salida del Cristo de la Buena Muerte, en la mencionada Estación Penitencial.
La imagen, que es obra del gran escultor Enrique Casterá Masiá, está fechada en 1940 y es una de las más de 200 tallas y obras con las que el artista valenciano quiso obsequiar a la España católica de entonces. El realismo de la talla tiene su fundamento en el momento de crucifixión, en donde Jesús toda vez que es lanceado por el romano Longinos, aún mantiene los ojos abiertos, al tiempo que denota el agotamiento y transcurso doloroso hacia el éxitus de la vida.
En procesión, Cristo recorre las calles apoyado en los hombros de cuatro hombres que se colocan en los extremos de la cruz, y que de forma aleatoria y a requerimiento del llamador del capataz, lo alzan extendiendo el brazo, simulando el estilo militar y disciplinado, que hacer coincidir así la pasión cristiana con el espíritu legionario.
Como ya mencioné en el capítulo anterior, conocí de esta iniciativa de la mano de mi hermana Belén, y se me convocó a los ensayos previos. Llegado el día, me hallé imbuido en una cuadrilla de hombres, dirigidos por Ricardo Milán (RIP), dispuestos al sacrificio y la penitencia de llevar la imagen de Cristo crucificado, levantada a brazo, durante la procesión del Miércoles Santo. Citar a cada uno de ellos o tan siquiera a uno, podría llevarme a errores o a la omisión, de forma que se pudiera mal entender, por tal razón, simplemente hare alusión a las descripciones generales que todos hacían del momento.
Los adjetivos pueden ir desde brutal hasta inconmensurable, desde precioso hasta emblemático, desde único hasta supremo. Pero para mí, unión, esfuerzo, y verdadero sacrifico, son sin duda los sustantivos que mejor definen esta manifestación de fe. Hoy me siento realmente orgulloso de haber sido parte, junto a aquellos compañeros y su Capataz, de un hito dentro de la historia de la Semana Santa almanseña, que respondió a la pasión e imaginación de mi hermano en Medinaceli y de armas, Luis Bonete Piqueras ofs.
Un éxito que provocaría admiración en los viandantes, público y asistentes a la procesión, y que se traduciría para años venideros, en caldo de cultivo para aumentar las cuadrillas de costaleros en las dos hermandades, que ya formaban parte de la semana cristiana por excelencia.
En fechas consiguientes, el afianzamiento de las cofradías, el aumento de participantes y la expectación creada en la ciudadanía, provocaría la necesidad de crear el organismo regidor o regulador del colectivo, la Asociación Inter parroquial. No en vano, ya que la Semana Santa, que durante muchos años se limitaba a la celebración del Domingo de Ramos, el Santo Entierro y el Encuentro, se ampliaba con dos eventos relevantes más, desde la llegada de las hermandades, para cubrir el Miércoles y el Jueves Santo.
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