El pasado domingo día nueve, jornada electoral europea para aquellos desinformados, pasotas y abstraídos tecnológicos, fui plenamente consciente de lo que es el fango. Mi lugar de recreo preferido, desde hace más de cuarenta años, es una pequeña parcela situada en la sierra, a la que se termina accediendo tras cruzar una pequeña cañada y posteriormente una rambla, que en su día fue acondicionada con el puente de paso necesario para cruzarla, la rambla.
Javier MACIÁ
El pasado domingo día nueve, jornada electoral europea para aquellos desinformados, pasotas y abstraídos tecnológicos, fui plenamente consciente de lo que es el fango. Mi lugar de recreo preferido, desde hace más de cuarenta años, es una pequeña parcela situada en la sierra, a la que se termina accediendo tras cruzar una pequeña cañada y posteriormente una rambla, que en su día fue acondicionada con el puente de paso necesario para cruzarla, la rambla.
Pues se da el caso de que las lluvias torrenciales del sábado, víspera de la votación al parlamento europeo, sembraron la incertidumbre sobre como habría afectado semejante descarga diluviana a los caminos de acceso a tan recóndito lugar.
Por esa causa, y tras haber ejercido mi derecho al voto, me dispuse a trasladarme al terreno para comprobar de primera mano los efectos de la Dana.
El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define el vocablo “fango”, como el aglutinamiento de sedimentos térreos, que se transforman en lodo cuando el agua se estanca.
Ello de por si no es problemático. La experiencia de años me ha enseñado que toda vez que se ha formado esta capa lodosa, si la dejas secar, se endurece y posteriormente puedes transitar por encima de ella, con la normalidad más absoluta. Y si bien es cierto que no conviene ir dejando que las sucesivas capas de barro se vengan amontonando, para perjuicio del trazado y seguridad del camino a transitar, no lo es menos, que intentar enfrascarse en una pelea directa con el barro fresco, resulta tedioso, asqueroso y peligroso.
Pero la impulsividad, tozudez, y muchas veces la inconsciencia, del ser humano lo traspone en situaciones farragosas, iracundas y casi delirantes.
Hallado en el lugar y ante la presencia de abundante lodo en la cañada, el camino y previo a llegar a la rambla, dejo el coche en el altiplano del pozo y me dispongo a caminar dirección a la parcela. Vestido de verano, con calzado que descubren mis pies, salvo los dedos y talones (alpargata valenciana), me dispongo a la aventura. Puede imaginar el lector que no tarde en verme sumergido en el lodazal, arengado de barro hasta los tobillos e intentando escapar de tamaña podredumbre circunstancial.
Estaba yo con el légamo hasta las rodillas, cuando de repente recordé en que día me encontraba. Jornada electoral, políticos en disputa, ofreciéndose a prometer soluciones para el pueblo llano, mintiéndole a la cara y aludiendo a una metafórica maquinaria de embarrar todo el contubernio político de España y de Europa.
El fango es el mismo en su significado más literario. La corrupción política, los desmanes administrativos , los abusos de poder, la falta de democracia en las decisiones políticas, el empesebramiento de los poderes de opinión y económicos, la dependencia de las subvenciones, en definitiva, unos sedimentos fruto de la organización social del sistema, que se atascan cuando nadie limpia esa capa, para que se vayan acumulando casos y cosas de todos los órdenes ideológicos, cual escorrentías de arena son arrastradas por el agua hasta su lugar de descanso, y vayan cubriendo a la clase media que intenta salir del atasco.
Da igual el origen de la tormenta, puede ser el PSOE, o el PP, incluso VOX o los independentistas hijos del Pujolismo. El barro es tan inmisericorde y cuantioso que hasta el revolchevique Iglesias ha sucumbido al sistema. Y ahora llega Alvise Pérez, prometiendo que la fiesta se acaba. Esperemos que las ganas de limpiar el barro sean mucho mas fuerte que toda la amalgama de poderes que prefieren ir acumulando mierda, mientras se llenan los bolsillos fruto de los impuestos y la mala administración.
Particularmente cuando el fango se desborda y estropea mi viejo camino a la paz, la gloria y el descanso en mi parcela, contrato los servicios de un especialista, que, provisto de potente maquinaria, retira el lodo, alisa el firme y reconstruye la senda del buen camino, como si de una resurrección se tratara, como un parto lleno de dolor y sangre que ofrece vida nueva y limpia. Eso es lo que se necesita, y no zarandajas y algarabías por haber podido celebrar la democracia mal entendida.
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