VIRGEN DE BELÉN
«…, un año más, nos damos cita en este templo parroquial de Almansa para celebrar esta solemnidad eucarística de las fiestas en honor a la Virgen de Belén, recordando una batalla histórica en la cual, Ella, la Virgen de Belén, tuvo un papel muy importante y que a través de la historia y las tradiciones volvéis a recordar y rememorar…»
Almansa, seis de mayo 2024
Iglesia Parroquial de Santa María de la Asunción
Homilía predicada en el día de la festividad de la Virgen de Belén, Patrona de Almansa
Mons. Ángel FERNÁNDEZ COLLADO. Obispo Emérito Diócesis de Albacete
Un año más, nos damos cita en este templo parroquial de Almansa para celebrar esta solemnidad eucarística de las fiestas en honor a la Virgen de Belén, recordando una batalla histórica en la cual, Ella, la Virgen de Belén, tuvo un papel muy importante y que a través de la historia y las tradiciones volvéis a recordar y rememorar.
Os saludo con afecto y estima a todos los que estáis aquí presentes: sacerdotes, diácono y acólitos; al coro, a la Sra. alcaldesa y Corporación Municipal, a los festeros y festeras, al presidente de la Asociación de la Virgen de Belén, a los miembros de la gestora de la Asociación de Pastores de la Virgen de Belén, al jefe de la Policía Local, al cuerpo de la Guardia Civil, y a todas las demás autoridades presentes. A todos, en general, mi saludo colmado de afecto y estima.
Cuando celebramos una fiesta mariana, podemos preguntarnos: ¿porqué nosotros católicos, tenemos tan grande devoción por María?. La respuesta es, porque la Iglesia Católica quiere proclamar la plenitud del evangelio sobre la salvación.
En la primera carta de San Pablo a los Corintios, leemos: “…, como todos mueren por Adán, todos recobrarán la vida por Cristo…” (ICor.15,22). Si, a causa del pecado de Adán llegó la muerte, gracias a Cristo y su cruz llegó la salvación. Por esta razón le llamamos el nuevo Adán. Pero la historia del primer pecado no es solo la historia de Adán, es también de Eva.
Si Jesús es el nuevo Adán, ¿Quién es la nueva Eva?. La Virgen María, madre de Jesús, ella es la nueva Eva. Si la historia completa del pecado incluye a Adán y Eva, así la historia de la redención incluye al nuevo Adán y a la nueva Eva. No se puede proclamar la historia completa de la redención sin la nueva Eva: María.
Podemos encontrar en la Sagrada Escritura muchos paralelos entre el viejo Adán y Eva, por una parte y por otra parte, entre Jesús y María. Por ejemplo, en el Antiguo Testamento, Eva salió de la costilla de Adán. En el libro del Génesis leemos: “…, Dios hizo caer sobre el hombre un profundo sueño, y (….) le sacó una costilla y llenó de carne el sitio vacío…” (Gen 2,21), pero en el Nuevo Testamento, Jesús nació de la Virgen María, Jesús tomó carne de una mujer, su Madre. En el Antiguo Testamento, fue la primera en desobedecer e introducir a Adán en el pecado; en el Nuevo Testamento, fue la Mujer, María, la primera en obedecer. Ella ha dicho “sí” al Arcángel Gabriel.
En el momento de la pasión de Cristo todos lo abandonan, pero Ella no lo abandonó. María se quedó con su hijo. Una mujer que ama, pero también una mujer fuerte. “…, Junto a la cruz de Jesús estaban su madre…,” podemos leer en el Evangelio.
Puede ser que en el momento de la pasión de su hijo, recordara las palabras del ángel sobre su hijo en la Anunciación: “…, será grande, llevará el título de Hijo del Altísimo; el señor Dios le dará el trono de David, su padre, para que reine sobre la casa de Jacob por siempre, y su reino no tenga fin…” (Luc 1, 32-33). María vio a su hijo en agonía en la madera de la cruz; su hijo está en la cruz, un trono para los esclavos. La muerte de la cruz, en realidad, fue reservada sobre todo a los esclavos.
También nos dice el Evangelio: “…, Jesús viendo a su madre y al lado al discípulo amado, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo…”. Después dice al discípulo: “…, ahí tienes a tu madre…”. A primera vista, parece que Jesús está simplemente cumpliendo con el deber filial del cuarto mandamiento, es decir, hallar acomodo y seguridad para una madre viuda que va a quedarse sola. Pero, más allá de esta lectura, hay un dato que nos inclina a otra interpretación. Por ejemplo, si Cristo solo hubiera querido dejar a su madre en el cuidado de san Juan, lo natural sería primeramente dirigirse a él, y no a Ella, como consta en el texto. Además, ¿Por qué comienza llamándola “mujer” y no “madre”?. Sin duda porque la vocación maternal de María no se refiere aquí a Jesús, sino que se hace extensiva a todos a quienes en el discípulo amado estamos representados.
Todo indica que aquí se proclama la maternidad espiritual de María sobre los cristianos. Ella es nuestra madre; madre de todos los discípulos de su Hijo. María tiene muchos títulos; es suficiente recordar las letanías lauretanas, llenas de bellas advocaciones, pero más bella y más importante es ser la Madre de Dios, y nuestra Madre.
Amar a María como nuestra madre, supone sentirnos unidos en la gran familia que es la Iglesia. Llamar madre a María nos remite necesariamente al gran momento en que Cristo entregó la vida por nosotros en la madera de la cruz. Invocar a María como madre nuestra es más que un puro recurso sentimental, supone sentirse unidos como hermanos en la cruz de Cristo; supone ayudarnos a llevar mutuamente las cargas y las cruces; supone tener las fuerzas de liberarnos de nuestras esclavitudes.
Es Ella la que nos repite siempre: “…, haced lo que Él os diga…,” (Jn 2-5). Ella no solo dice sino que también fue la primera discípula de su hijo, y nos muestra como ser buena cristiana o buen cristiano.
Si queremos renovar nuestra fe y nuestro compromiso con Jesucristo, María puede ayudarnos, no solamente a través de su intercesión, sino a través de su ejemplo.
Hoy queremos encontrarnos con María, Virgen de Belén; con nuestra Madre. Si recurrimos confiados a Ella, nos va a decir qué debemos de hacer y sentiremos su amor por nosotros. Pidamos a la Virgen de Belén que nos ayude a liberarnos de todo aquello, que no nos permite sentir el amor de Dios en nuestras vidas cada día.
A Ella le decimos con versos del poeta: “…, Virgen y Madre, consuelo nuestro, haznos encontrar el buen camino. Yo soy hombre, soy hijo vuestro. Tu eres la estrella, yo el peregrino. Tú iluminarás siempre mi camino…”.
Que así sea.
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