El loable intento de evitar una guerra total en la región y la cercanía de las elecciones han hecho que la presión de EEUU haya sido intensa y muy eficaz
Gustavo DE ARISTEGUI. Diplomático
En la madrugada del sábado 26 de octubre se produjo la respuesta israelí al ataque iraní del 1 de octubre en el que lanzó cerca de 200 misiles balísticos contra Israel. Las conversaciones entre Estados Unidos e Israel han sido intensas y por lo que ha trascendido, no siempre exentas de tensión. El presidente Joe Biden y su secretario de Estado Antony Blinken insistieron incluso en declaraciones públicas que no deseaban una escalada en la región provocada por ataques israelíes a instalaciones nucleares o petrolíferas. Además de la loable intención de evitar una guerra generalizada de imprevisibles consecuencias, la cercanía a las elecciones presidenciales ha jugado un papel esencial en la presión de EE UU a Israel para limitar la respuesta a objetivos militares. En un cambio de escenario en estos últimos días, el contacto fue constante y la coordinación absoluta. Fuentes muy fiables me señalan incluso que el comunicado estadounidense mostrado su apoyo y satisfacción por la respuesta «contenida» de Israel, hubiese podido ser redactado antes del ataque, y que Biden, Blinken y el secretario de Defensa, Lloyd Austin, estaban al corriente de todos los detalles antes y durante el ataque. El influyente columnista del periódico Haaretz Gideon Levy, quien fuera portavoz de Shimon Peres y habitualmente muy crítico con el primer ministro Benjamin Netanyahu, ha declarado a la CNN que haber aceptado las condiciones y limitaciones demandadas por EE UU había sido muy acertado e inteligente.
En estas semanas hemos tenido que leer en los medios de toda nacionalidad y color especulaciones y escenarios en ocasiones faltos de todo rigor y perspectiva. En Oriente Medios se superponen una enorme variedad de conflictos y crisis, que tienen décadas de existencia unos, y siglos otros. Esta realidad, unida a las tensiones y odios ancestrales que ya hemos analizado en estas páginas, constituyen ese cóctel incendiario y explosivo que es la geopolítica de esa parte del mundo.
El ataque en sí es un éxito militar que no conviene dejar fuera del análisis, pues supone en sí mismo un mensaje directo al régimen Iraní: «podemos golpear donde queramos y cuando queramos, no hay defensa posible contra nuestra aviación». Los analistas más reputados hacen votos porque el éxito de la operación suponga el reforzamiento de la disuasión como elemento central de mantener la paz. En este sentido es de subrayar las declaraciones de Abas Aslani, investigador principal del think tank Iraní Centro de Estudios Estratégicos de Oriente Medio. Llegó a afirmar que la respuesta había mucho menos intensa de lo que se esperaba y que Irán estaba decidiendo si respondía de manera directa, es decir con un ataque contra Israel como el del 1 de octubre o indirecto. Irán no tiene capacidad real de embarcarse en una guerra total contra Israel, de ser así, EE UU se implicarían en los ataques aéreos sobre instalaciones estratégicas iraníes (petrolíferas, nucleares, energéticas) lo que acabaría de descarrilar la ya de por sí desastrosa economía iraní.
Pero analicemos qué significa una respuesta «indirecta». Además de los proxies más conocidos, Hamás (el único aliado suní de los iraníes) los hutíes de Yemen que han lanzado misiles contra Israel y atacado mercantes y petroleros en el mar Rojo y la joya de la corona del terror Hizbulá. Sin embargo, Irán cuenta con otros aliados igual de fanáticos y que fueron determinantes en la supervivencia del régimen sirio de Bashar Al Asad. El régimen iraní ha bautizado a sus aliados como «El Eje de la Resistencia», que es en realidad una alianza del terror diseñada y financiada por su padrino, el régimen de los ayatolás. Hizbulá tiene más de 1000 millones de dólares de presupuesto «militar», esto no incluye ni su departamento de inteligencia ni su fuerza de «policía». Casi 800 millones son contribución directa del régimen iraní, sin contar los misiles, carros de combate, artillería, drones, munición o adiestramiento y asesoramiento que el régimen les proporciona. Hizbulá es, además, una poderosísima organización mafiosa, que obtiene pingües beneficios con la producción y tráfico de estupefacientes, armas, y las lucrativas industrias criminales de la extorsión, el contrabando y el secuestro. Irán creó un Hizbulá sirio, que, siendo formalmente aliado del régimen sirio, solo responde a su amo iraní. Forman parte de este terrorífico «Eje de la Resistencia»: Huseynçiler, la milicia terrorista chií de Azerbaiyán; Liwa Fatemiyoun, la milicia chií afgana; la División Zainabiyoun, milicia chií pakistaní; y los más bestias de todos los actores secundarios de este terrorífico drama: el Harakat Hezbollah al-Nujaba (HHN), la milicia chií iraquí. Todos estos grupos son brutales organizaciones terroristas, en total, solo en Siria, son más de 60.000 milicianos terroristas. Tengamos en cuenta que es un país fronterizo con Israel, Líbano y Turquía (aliado de la OTAN a pesar de las veleidades del presidente turco Recep Tayyip Erdogan) y a 30 minutos de vuelo de helicóptero de Chipre estado miembro de la Unión Europea. Tienen incluso una organización terrorista activa en Bahréin, las Brigadas Al-Ashtar. La capacidad desestabilizadora de todas estas organizaciones terroristas es extraordinariamente peligrosa.
Me parece especialmente sorprendente que profesionales competentes y prestigiosos como el exfiscal de la Corte Penal Internacional declarase en una espléndida entrevista de Carlos Herrera en la Cadena COPE, que no se podía combatir el terrorismo con medios militares, solo con la justicia. Aunque entiendo su postura, me pregunto: ¿cómo se puede combatir a organizaciones subestatales más poderosas que los estados en los que se arraigan y que tienen verdaderos ejércitos y sistemas de armas extraordinariamente sofisticados y letales? ¿Con policías, y fiscales? Una vez derrotados y que los líderes hayan podido ser capturados que sean sometidos a la justicia y que caiga sobre ellos todo su implacable peso. Pero hasta que eso ocurra, las fuerzas armadas, aviación y fuerzas especiales son indispensables en esta lucha.
En la operación participaron 100 aviones cazabombarderos, nada menos que un tercio del total de la aviación de combate de Israel, por lo que se puede deducir que un ataque con su capacidad completa hubiese podido ser devastador. Los objetivos han sido instalaciones militares, en tres provincias iraníes, Teherán, Ilam y Juzestán, principalmente bases de lanzamiento de misiles y drones, radares, defensas antiaéreas y sobre todo los centros de producción de misiles y drones, destruyendo, sobre todo, los que producen los misiles y drones de largo alcance. La operación ha afectado de manera decisiva la capacidad ofensiva de Irán, sin duda otra razón para que se piensen muy mucho una escalada a una guerra generalizada en la región, que Irán no puede ganar.
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