EL AGUINALDO

«…, éramos muy niños, muy críos e inocentes…, pero teníamos conciencia que una de las cosas que más nos gustaba de las fechas Navideñas era el denominado aguinaldo, un regalo simbólico que recibíamos en época navideña como muestra de afecto y gratitud, que descansaba fundamentalmente en una donación monetaria que, en mi caso en particular, iba íntegra a parar a una hucha con asa, propiedad del Banco Central, que disponía de dos ranuras: una por donde podían introducirse las monedas y que, dotada de una lengüeta móvil, estaba diseñada para impedir que por mucho que movieras y/o agitaras la hucha pudieras obtener el dinero una vez introducido. La hucha en cuestión, que la conseguía en calidad de préstamo en el Banco Central que dirigía por aquellos años mi tío Manuel Piqueras, disponía de una segunda entrada de efectivo, esta vez a través de un pequeño agujero por donde, una vez encanutados los billetes, se introducían en la misma, y como consecuencia se desliaban en el interior y allí permanecían hasta que con una llave especial, se procedía a abrir la parte inferior para acceder a su contenido…»

Luis BONETE. Periodista. Copyright 2024

Éramos muy niños, muy críos e inocentes…, pero teníamos conciencia que una de las cosas que más nos gustaba de las fechas Navideñas era el denominado aguinaldo, un regalo simbólico que recibíamos en época navideña como muestra de afecto y gratitud, que descansaba fundamentalmente en una donación monetaria que, en mi caso en particular, iba íntegra a parar a una hucha con asa, propiedad del Banco Central, que disponía de dos ranuras: una por donde podían introducirse las monedas y que, dotada de una lengüeta móvil, estaba diseñada para impedir que por mucho que movieras y/o agitaras la hucha pudieras obtener el dinero una vez introducido. La hucha en cuestión, que la conseguía en calidad de préstamo en el Banco Central que dirigía por aquellos años mi tío Manuel Piqueras, disponía de una segunda entrada de efectivo, esta vez a través de un pequeño agujero por donde, una vez encanutados los billetes, se introducían en la misma, y como consecuencia se desliaban en el interior y allí permanecían hasta que con una llave especial, se procedía a abrir la parte inferior para acceder a su contenido.

Una vez recogidos los aguinaldos familiares, sobrevenía un momento de nervios en las dependencias del banco cuando en el sobrio y espectacular despacho de mi tío Manolo, dotado de una escribanía de madera de roble, se abría la hucha y procedíamos al recuento de la recaudación que, dependiendo de lo que hubiese acordado con mi padre, lo empleaba en un regalo por Reyes Magos, o bien desaparecían físicamente para reflejarse en las páginas de una libreta de ahorro con DEBE y HABER en la que yo figuraba de titular y mi padre de persona autorizada, y sin cuya firma no podía disponer de peseta alguna.

Hoy en día, para desgracia de los más pequeños (a pesar de que lo que no se conoce no se puede echar de menos) y como muchas otras cosas prácticamente, se ha perdido la costumbre de dar aguinaldo, algo que, desde mi punto de vista puede atribuirse a distintos factores culturales, sociales y económicos.

Hay que resaltar que, entre otros motivos, debemos de referirnos a que en años anteriores y épocas pasadas, las familias solían ser más cercanas y unidas. Todos conocían a sus primos, tío, parientes…,  y derivado de ello se practicaba una muy íntima  relación de confianza mutua. Con el tiempo, las ciudades han crecido, los núcleos familiares mudaron de localidad, y la vida se volvió, poco a poco y sin posibilidad alguna de freno, más y más individualista. Esa cercanía familiar que sustentaba cercanía y  tradiciones como el aguinaldo se ha debilitado por completo.

Es más que notorio que la vida actual está marcada por un ritmo acelerado. Las festividades, en lugar de ser un tiempo para la convivencia, se han llenado de compromisos, viajes, trabajo a destajo, y consumismo. La gente tiene menos tiempo y energía para mantener vivas tradiciones que requieren interacción y esfuerzo comunitario.

De la noche a la mañana, el cambio de vida, el stress, y por qué no decirlo, el individualismo galopante que nos invade, ha herido de muerte al aguinaldo, que no era otra cosa que un gesto sencillo de gratitud familiar. El aguinaldo ha sido reemplazado en la mayoría de los casos por regalos más costosos y transacciones monetarias. La tradición no puede, no tiene con qué frenar el avance global y pierde más y más relevancia frente a la influencia de la mercadotecnia, que de forma bochornosa e imparable, transforma las festividades navideñas en oportunidades comerciales.

La reflexión anterior nos conduce irremediablemente a un axioma irrefutable: las nuevas generaciones, los jóvenes de hoy, inmersos en la tecnología y expuestos a influencias de corte tecnológico, tienen muy complicado el heredar el mismo apego por las costumbres locales que tenían sus antecesores. Si no existe un esfuerzo consciente de los mayores por transmitir estas tradiciones, terminan desvaneciéndose, que es lo que está aconteciendo.

No debemos de olvidar nunca que a la sociedad actual no le tiembla el pulso a la hora de priorizar lo práctico y lo inmediato. Los jóvenes desdeñan sin pudor lo que consideran antiguo y/o pasado de moda.  Las tradiciones como el aguinaldo, nacidas al calor de la lumbre de la familia requieren tiempo, dedicación, y valores comunitarios, y para los mancebos de las generaciones baby boomers, X, millennials, influencers y demás fauna que habita en las redes sociales, pueden parecer anticuadas o irrelevantes…, y llegado el caso incluso ridículas.

Opino que el aguinaldo no es simplemente un regalo; es un evidente gesto o símbolo de gratitud y unión familiar. Sin embargo, si no se enseña el significado existente detrás de esta práctica, es muy fácil que se perciba como algo trivial o innecesario.

Ojo al cojo!!!!. La más que evidente pérdida de la costumbre de dar aguinaldo nos conduce a explorar un cambio más amplio en cómo las personas se relacionan con sus tradiciones y con quienes las rodean. Sin embargo, y siendo positivo (aunque no estoy convencido de ello), no todo está perdido. Con un poco de esfuerzo y voluntad, es posible renovar esta práctica, el aguinaldo adaptándolo a los tiempos actuales sin perder su esencia.

Posssunt quia posse videntur

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